sábado, 5 de junio de 2010

DESEO Y NECESIDAD

Lo que sigue es parte de un proyecto mayor en el que estoy trabajando desde hace un tiempo, por lo que, además de compartirlo, deseo me hagan llegar sus comentarios, del tipo que sean, que serán muy bienvenidos, ya sea para enriquecer el material, como para descartarlo. Desde ya muchas gracias

“Las necesidades engendran las carencias y la desdicha. De este modo al no necesitar, no ansía ni se preocupa. Por tanto puede actuar sin la carga de la necesidad, como no tiene apremio, puede allegarse todo cuanto requiera.

Con sus necesidades desaparecidas, todo cuanto tiene y todo cuanto recibe, hasta lo más pequeño y lo más simple, se torna en un maravilloso regalo y la vida, sin importar cuanto se tenga, deviene en un permanente estado de abundancia.”

Victor Sanchez, “Las enseñanzas de don Carlos”

En su libro “El Darse Cuenta”, el gestaltista norteamericano John Stevens plantea una serie de ejercicios y dinámicas que apuntan a intensificar uno de los aspectos fundamentales de cualquier trabajo terapéutico como es precisamente, el “darse cuenta”, el hacer consciente todo aquello que está jugando en nuestro interior, condicionando nuestras acciones, pensamientos, sentimientos sin que, valga la redundancia, no nos demos cuenta. Entre las muchas que allí se encuentran, existe una sección entera dedicada al trabajo con parejas, y entre ellas, hay una en particular que me gusta mucho y que me ha dado grandes resultados cada vez que la he utilizado por lo que quiero comenzar este capítulo haciéndole referencia.

Esta dinámica se llama “Necesidades – deseos – carencias” y consiste en que cada uno de los integrantes de la pareja confeccione una lista lo más amplia posible de todo aquello que necesita de la pareja o del otro. Una vez hecho esto, se les pide que se la lean a su compañero/a comenzando cada ítem con las palabras “Yo necesito” tratando de “ver” que sienten a medida que lo van expresando. Luego se les pide que se turnen para decir exactamente lo mismo pero sustituyendo el “Yo necesito” por “Yo quiero”, y nuevamente se les pide que tomen contacto con lo que van sintiendo, tratando de descubrir si lo que están expresando son realmente necesidades, es decir, cosas sin las cuales no pueden vivir, o si se trata de deseos, que aunque muy legítimos, no son vitales para la supervivencia, o si se trata de cosas que, en la medida que el otro las hace, les permite evitar el tener que hacerlas por si mismo.

Es sumamente interesante observar como la mayoría de lo que originalmente vivimos como necesidades, en realidad se trata de deseos o proyecciones. Estas últimas, en la mayoría de los casos, funcionan como verdaderos bloqueos del contacto por lo que les dedicaré una atención especial más adelante.

Como decía antes, necesidad es todo aquello que se torna imprescindible para nuestra supervivencia.

Mi madre salió de la casa de sus padres a los 23 años de edad, para casarse con mi padre. No había hecho la secundaría y, como la mayoría de las jóvenes de su generación, había sido preparada para ser una buena “ama de casa”, sabía cocinar, cocer, bordar y hasta había tomado clases de piano. Mi padre era un joven médico que, a pesar de no hacer muchos años que vivía en la ciudad, ya se había ganado cierto prestigio y el respeto de los conciudadanos, algo que se incrementaría notablemente con el pasar de los años. Además de todo esto, el era catorce años mayor que ella por lo que, como era de esperar, el hogar que conformaron siguió todas las reglas del modelo patriarcal, las mismas que habían seguido sus padres, sus abuelos, etcétera, etcétera.

Todavía recuerdo vivamente escuchar a mi madre, durante toda mi infancia, reclamar a mi padre que nunca la tuviese en cuenta a la hora de tomar decisiones importantes, sobretodo en lo que tenía que ver con lo económico, o no poder contar con dinero para disponer sin tener que pedirle a él como para, por ejemplo, comprarle un regalo sin que se enterase del costo.

Esa forma de funcionar, que se mantuvo prácticamente sin variantes, por treinta y tres años, generaba una fuerte relación de dependencia que se cortó abruptamente una lluviosa noche de diciembre, hace ya casi veinte años.

Aún recuerdo nítidamente cuando, mientras velábamos a mi padre, muchas personas que allí estaban me planteaban su preocupación de que iba a hacer mi madre sola. Hasta me llegaron a plantear que tal vez debiera volver a la ciudad a “hacerme cargo de la familia”, a ocupar el lugar de mi padre. Muy pocos confiaban en que ella pudiese salir adelante. La historia, su “historia personal”, la condenaba.

Catorce años después, fue a mi hermana a quién la muerte dejó sin su pareja con la misma implacable inmediatez. Y nuevamente la pregunta fue la misma, “¿Cómo va a hacer sola?” Tengo grabado en mis retinas su rostro de desesperación y en mis oídos, su desgarrante pregunta, “¿Qué voy a hacer ahora?”, y a mi madre contestándole, “si yo pude, ¿Cómo no vas a poder vos?” Y las dos por igual han demostrado, y se han demostrado, que pueden, que no necesitan de ningún hombre al lado para salir adelante.

Ni mi madre ni mi hermana son extraterrestres, esto que les ha ocurrido es algo fácilmente observable tanto dentro del consultorio como fuera de el. Creo que es una tendencia muy arraigada entre los seres humanos, al menos en nuestra cultura, desarrollar lo que yo llamó “ilusión de necesidad”. Nos auto convencemos que necesitamos cosas que en realidad deseamos y estamos inmersos en la “bendita” “sociedad de consumo” que se alimenta de nuestras seudo necesidades, y cuando no existen, las crea y logra que vivamos todo el día detrás de ellas dejando de lado muchas veces lo que realmente importa. Y no solo eso, proyectamos estas seudo necesidades en el “mundo exterior” y esto nos lleva a desarrollar relaciones de dependencias que, en todos los casos, nos quitan uno de los bienes más preciados que un ser humano pueda tener, la libertad.

La “ilusión de necesidad” está en la base de cualquier relación de dependencia y por lo tanto, de cualquier adicción, depositamos en algo o en alguien un poder que en realidad es nuestro pero que desconocemos o hemos olvidado y eso nos da la ilusión de que necesitamos de ese objeto o de esa persona que es depositario de nuestra proyección y por lo tanto pasamos a ser dependientes con la consiguiente pérdida de libertad. El niño necesita “objetos aseguradores” y se vale de su chupete, su almohada, su peluche, etcétera, los adultos hacemos lo mismo con medallitas, amuletos, cábalas, el cigarrillo, el alcohol u otras sustancias, o con nuestras parejas, amigos o padres. Y para peor aún, cuando se trata de vínculos de dependencia, lo que generamos es una co-dependencia, donde uno proyecta en el otro su necesidad, pero el depositario también “necesita” del depositante, uno deposita su poder en el otro y por lo tanto siente que lo necesita, pero el que detenta el poder, necesita del otro para seguir sintiéndose poderoso, siendo estos vínculos sumamente nocivos para los dos pero, a su vez, muy difíciles de romper.

Por todo esto, creo que es de fundamental importancia para cualquier proceso de desarrollo personal, y en especial para la salud de la pareja, discriminar entre necesidad y deseo y con ello, reivindicar nuestro de derecho a desear. El deseo no tiene buena prensa, por lo general, y Freud mediante, se lo asocia casi exclusivamente a uno de sus aspectos, muy importante por cierto, pero no el único, el sexual. Además, fruto tal vez de la “cultura del sufrimiento” que impregna sociedades como la nuestra, nos cuesta mucho asumir nuestro derecho a desear y por lo tanto, nos resulta mucho menos ansiógeno, convencernos de que lo que deseamos es una necesidad. John Stevens dice que la palabra “querer” tiene dos significados básicos, desear y carecer, por lo que, tanto el deseo como la necesidad hacen referencia a una carencia, la gran diferencia está en que, como decía más arriba, en la necesidad, saciar esa carencia es vital para la supervivencia. Ahora bien, creo que el deseo no necesariamente tiene que ver con algo que nos falta, sino que simplemente podemos desear algo para enriquecer nuestra existencia. Antes de escribir esto, mientras lo tenía en proceso de elaboración en mi cabeza, tratando de darle forma para plasmarlo en el papel, decidí compartirlo con Ana, mi esposa. Quienes me conocen o conocen mi trabajo, saben que ella es, además de mi “musa inspiradora”, la primer persona que lee lo que escribo y, por lo tanto mi primer crítica, por lo que su opinión es para mi de suma importancia. Y los dos concordamos en que no nos necesitamos el uno al otro, por doloroso que pueda ser, podemos sobrevivir cada uno sin el otro, pero si deseamos fervientemente estar juntos, compartir nuestras vidas, encontrarnos y gozar, gozar mucho de este encuentro que indudablemente enriquece nuestra existencia. Y, sin lugar a dudas, la conciencia de “no necesidad” aumenta notablemente nuestro compromiso recíproco, con la pareja y con nosotros mismos y lo hace mucho más disfrutable. Por otra parte, el saber esto, me da la posibilidad de elegir si quiero o no seguir con el vínculo. Cada día me convenzo más de que pocas cosas son más afrodisíacas, pocas cosas contribuyen más a mantener la pasión y el deseo en la pareja que la libertad, que el sentir que elijo al otro cada día, y que, a su vez, el otro, en su libertad, me elige. Como dice Roberto Crema, “el número de opciones que poseemos determina nuestro grado de libertad, o sea, cuanto más consciente y habilitada para el uso de sus opciones está una persona, más libre será, y más poder sobre su propio destino tendrá” Por lo tanto, si decido que quiero quedarme, no tengo más remedio que hacerme cargo de mi elección y hacerme responsable de ella. Y eso es lo maravilloso que tiene la libertad.