Artículo publicado en Revista Opción Médica de junio
Hace muchos años, cuando comenzó a salir a la venta la
espuma de afeitar que venía a sustituir a la tradicional crema y a la brocha,
había una publicidad de una conocida marca, que aún hoy sigue siendo líder, que
decía “yo creía que lo que ablandaba la barba era la brocha, y resulta que es
la espuma”
Uds. pensaran que “¿Qué tiene que ver esto con el vínculo
terapéutico?” En realidad, lo traigo a cuento porque fue lo que me vino a la
mente cuando comencé a pensar en cómo plantear este tema, dado que, parafraseando
a la publicidad, “muchos creen que lo que cura es el terapeuta, o peor aún, la
teoría y resulta que lo que sana es el vínculo”.
Antes de entrar a profundizar en el tema, me parece de
estricto orden, aclarar la visión que desde la Psicoterapia Gestáltica tenemos
acerca de dos aspectos fundamentales, la cura y el rol del terapeuta.
Terapeuta proviene etimológicamente de la palabra griega therapeutes y quiere decir persona que
colabora en el proceso curativo. A diferencia de lo que ocurre en otros encuadres
derivados del modelo médico, donde el paciente es un ser pasivo, que concurre a
la consulta a buscar a alguien que le pueda decir lo que tiene y le proporcione
una cura, el “lugar del supuesto saber” del psicoanálisis, en Gestalt tenemos
claro que las respuestas están dentro del propio paciente y nuestro cometido es
colaborar con la persona a echar luz sobre el cómo y el para qué de
sus formas de funcionamiento para, desde allí, poder apuntar al cambio.
Por eso no podemos hablar de “cura”. Nuestro modelo
terapéutico no se maneja con un enfoque salud-enfermedad, el objetivo último de
la Terapia Gestaltica es la Auto actualización de la que hablaba Maslow, el
lograr que la persona pueda remover los obstáculos que impiden el desarrollo
pleno de su ser y que, de esa forma, la persona se convierta en la mejor
versión de sí mismo.
Por lo tanto, para nosotros, un proceso terapéutico puede
considerarse exitoso cuando el paciente ha conseguido modificar su forma de
organizar su campo experiencial, pudiendo resolver sus situaciones inconclusas
(gestalts inconclusas) y dejando de lado los viejos patrones (gestalts fijas)
asumir la responsabilidad y el control de su propia vida y por ende de su
futuro.
Siempre repito a mis pacientes que yo no tengo éxitos
terapéuticos. En todos los casos, los éxitos son de ellos, en el vínculo, y yo
no soy más que un colaborador, un facilitador y un testigo privilegiado del
hermoso proceso de su transformación.
En la Psicoterapia
Gestáltica el vínculo terapéutico implica que terapeuta y paciente se
encuentren en un diálogo yo – tú. Este encuentro implica una forma de
relación horizontal donde terapeuta y paciente, en un plano de igualdad, que no significa desconocer la indispensable
diferencia de roles del contrato terapéutico, asumen juntos la responsabilidad
del proceso.
Esto implica además
y necesariamente un profundo respeto por el paciente, por su proceso y por sus
resistencias, en el entendido de que, en gran medida, ellas han estado al
servicio de su supervivencia.
Creemos firmemente
que, un verdadero proceso de sanación y crecimiento, como decía Martín Buber,
solo se da por medio del encuentro, a través de un verdadero compromiso persona
a persona.
Carl Rogers, el
fundador del la Orientación Centrada en la Persona, sostenía que existen tres
condiciones básicas e ineludibles en todo vínculo terapéutico y que son
aplicables a toda relación interpersonal, la aceptación positiva
incondicional, es decir, “valorar a la otra persona como tal e
independientemente de los distintos valores que pueden aplicarse a sus
conductas específicas”, la empatía, “percibir
correctamente el marco de referencia interno de otro con los significados y
componentes emocionales que contiene, como si uno fuera la otra persona, pero
sin perder nunca esa condición de “como si” y, por último, la congruencia,
“que el terapeuta sea él mismo durante su interacción con el cliente, sean
cuales fueren los sentimientos que experimente en ese momento preciso”.[i]
Alejandro
Spangenberg, uno de los principales exponentes de la Psicoterapia Gestáltica en
nuestro país, plantea, además de la necesidad de la terapia personal y el
entrenamiento profundo, cuatro cualidades fundamentales que todo terapeuta
debería cultivar: la transparencia, “la capacidad de mostrarse tal y como se es,
estar dispuesto al contacto sin asumir posturas defensivas y de exponer la
propia “humanidad” cuando sea necesario”; la honestidad, “capacidad de ser
sincero aun en los momentos más difíciles para nuestra propia autoestima o
beneficios personales”; la humildad, “capacidad
de reconocer nuestras limitaciones, es la habilidad de “curvarse” ante el
misterio insondable de la vida, aceptar que no sabemos lo que es bueno para los
demás y que solo podemos acompañar a las personas a descubrir sus propias verdades”
y la impecabilidad, “virtud de no cruzar los límites de los
otros, de no dañar dando lo que no es pedido o negar lo que se nos ha pedido.
Es en definitiva, la capacidad de mantener nuestra integridad en el encuentro
con el otro invitándolo, de ese modo, a alcanzar la propia”[ii]
Ahora bien, veamos
ahora como llega el paciente al vínculo terapéutico.
Un concepto teórico muy importante de nuestro enfoque es la
llamada “Teoría paradójica del cambio”. Según esta teoría, a lo largo de
nuestra vida de relación hemos desarrollado una estructura defensiva, gestalt
fija, que nos aleja de nuestro “si mismo”, de nuestra esencia, de aquello a lo
que estamos llamados a ser. Por eso, como postula la Teoría, las personas “más
cambian cuando más se convierten en sí mismos”, cuanto más vamos abandonando
esos patrones que interrumpen nuestra experiencia, más en contacto estamos con
nosotros mismos y más cambiamos. Como dice Spangenberg, “nada de nuestra verdadera esencia se puede perder, lo único que podemos
perder es el contacto con ella”[iii]
Al menos en nuestra cultura, el vínculo padres – hijos, que
debería ser un lugar donde los niños encontraran los espacios necesarios para
desarrollarse plena y libremente, con integridad y seguridad, suele estar
contaminado por las expectativas, proyecciones, frustraciones y deseos de los
padres. Como dice Serrat en “Esos locos bajitos”, “Cargan con nuestros dioses y nuestro
idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir…Nos empeñamos en dirigir sus
vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo nuestras
frustraciones con la leche templada y en cada canción”. Esto va llevando a
que esos niños comiencen a sentir que, para poder sostenerse en ese lugar, que
debería contenerlos, tienen que pagar algo, ser de una determinada forma que,
por lo general, los va alejando de su propia esencia. Quienes me conocen o han leído mis trabajos van a
encontrar este ejemplo como muy repetido, pero creo que ilustra muy claramente
esto que estoy escribiendo: un niño del entorno de los 4-5 años está con su
padre en un parque. En un momento se cae y se lastima la rodilla. Eso le
produce dolor, angustia, miedo, y la forma natural que tiene el niño para
expresar todos esos sentimientos es el llanto. Pero viene papá, su ídolo, su
gran referente y figura identificatoria por excelencia, e, incluso antes de
mirar su rodilla, le dice “no llores, no seas maricón” “los hombres no lloran”.
Este hecho, que puede parecer muy trivial, puede resultar determinante para el
chico. Muy probablemente el padre esté repitiendo un patrón que aprendió del
suyo en su propia infancia, pero en lo que tiene que ver con ese niño, ese
mandato tan fuerte, sobre todo por venir de quien viene, muy probablemente se
convierta en una interrupción de su contacto. Va a comenzar a desconfiar de lo
que siente, y sobre todo, va a aprender que expresar lo que siente está mal y
por lo tanto a negarlo o reprimirlo. Evitará entrar en contacto con sus
emociones y cuando éstas lo desborden y sus defensas no le den resultado,
posiblemente no lo exprese de las formas más adecuadas, por ejemplo, a través
de su cuerpo (somatizaciones), irritabilidad sin razón aparente, etcétera. Es
de esta forma como se van constituyendo esos patrones de “gestalt fija” o de
interrupción del contacto de los que hablaba más arriba.
Muchos años después, ese niño, convertido ahora en un hombre, conocerá
una mujer, y ante el reclamo de esta de que “nunca sé lo que le pasa”, “nunca
expresa lo que siente”, tal vez decida concurrir a terapia.
Como ya he expresado en otras oportunidades, los seres humanos generamos
“campos” en los distintos espacios donde nos relacionamos, pero estos patrones
de funcionamiento se van repitiendo en los distintos ámbitos donde nos movemos.
Y, por supuesto, el espacio terapéutico no será la excepción. El paciente va a
configurar el espacio subjetivo del encuentro con su terapeuta de la misma
forma que lo viene haciendo en todos los demás espacios de su vida, y es allí
cuando el terapeuta, aportando al vínculo las condiciones de incondicionalidad,
seguridad e intimidad de las que hablaba más arriba, generará las condiciones
para que, a través del darse cuenta, el
paciente descubra el cómo de su
funcionamiento y el para qué le sirve
hacerlo, quedando así al descubierto esos patrones y por lo tanto se produzca
la experiencia emocional que permita la modificación de estos con la
consiguiente trasformación que le permita fluir libremente recuperando el
contacto con sus sentimientos y por ende, consigo mismo.
Por supuesto, en esto no hay nada de magia y por lo tanto, para que esto
se produzca debe pasar tiempo. Ninguna persona, por mal que se sienta, está en
condiciones de entrar en contacto con todo esto de entrada. La construcción del
vínculo se irá dando paulatinamente pero, poco a poco, las condiciones antes
dichas irán generando el espacio para que los mecanismos de defensa, el estilo
de funcionamiento, las interrupciones del contacto, los patrones repetitivos y
la historia personal del paciente se vayan manifestando.
Para terminar, y a modo de adelanto de próximas entregas, quiero hacer
referencia a un tema sumamente importante en lo que al vínculo terapéutico se
refiere, la transferencia. Si bien
en nuestro enfoque hacemos un uso diferente de este fenómeno, no podemos
desconocerlo.
La transferencia, que es un fenómeno que no se da sólo en el vínculo
paciente – terapeuta, sino que se da en todos los vínculos humanos, es una
proyección y por lo tanto, interrumpe el proceso de darse cuenta y con ello el contacto.
Como veíamos más arriba, cada persona organiza su campo subjetivo en
función a patrones fijos que, aunque provienen del pasado, devienen presentes
en el aquí y ahora. El vínculo terapéutico no escapa a esta realidad, por lo que,
la transferencia se dará de cualquier manera. Y es a través del trabajo con
ella que obtendremos una excelente oportunidad de traer al aquí y ahora de la
relación la totalidad de las gestalts abiertas del paciente para que puedan ser
cerradas y con ello, superar las interrupciones que impiden el contacto con su
esencia y su pleno desarrollo.
El poder de lograr el cambio siempre está en ellos y es fundamental para el éxito del proceso
ayudarlos a recuperar toda proyección de ese poder en el exterior, y en el
vínculo, por supuesto, para así lograr que la persona se sienta empoderada y
dueña de su propia existencia.