domingo, 12 de julio de 2015

¿Que nos está pasando a los hombres?

Hombres que abandonan a sus parejas pocos meses después de haber parido, padres que se divorcian y también lo hacen de los hijos viéndolos, cuando lo hacen, cuando quieren y siempre y cuando no interfiera con otras actividades o que, cuando les toca estar con ellos, los dejan a cargo de abuelos, otros familiares o amigos como si fueran una pesada carga que mejor compartir con otros o, lo que es peor, haciendo que los otros se hagan cargo.
Y ni que hablar de la violencia. Ya me ocupé en el artículo anterior acerca de la violencia de género, pero no puedo no volver referirme a ella. ¿Que nos lleva a los hombres a violentar de forma tan cruel a nuestras compañeras o a lo más sagrado que podemos tener, nuestros hijos?
Convengamos que violencia es todo y no solo los golpes. Violencia es humillar a la pareja haciéndola callar cuando no estamos de acuerdo con lo que está diciendo, o porque no nos parece importante lo que opina o porque tenemos miedo a que nos haga pasar vergüenza; es ocultar ingresos para que no entren en la pensión alimenticia; es boicotear los límites que la madre intenta poner a sus hijos; es intentar convencer a la pareja de que lo de ella nunca va a ser más importante que lo nuestro y por lo tanto lo de ella puede ser prescindible y lo nuestro no. En fin, violencia es cualquier cosa que mancille física o psicológicamente la integridad del otro y que deja huellas mucho más profundas que los moretones.

Hace unos años trabajé con un adolescente que tenía consumo abusivo de sustancia. Cuando llegó a mi consulta había probado todo tipo de cosas, a cual de todas más dañinas y en esos momentos estaba inhalando nafta. Recuerdo claramente el gran esfuerzo y los múltiples intentos fallidos que tuvimos que realizar para que su padre viniera a la consulta. Cabe acotar que sus padres estaban separados desde hacía varios años y su padre había formado una nueva familia por lo que no estaba muy al tanto de lo que pasaba con este hijo al cual no veía muy frecuentemente. Ni bien comenzamos a hablar, él comenzó a minimizar el problema dejando más que evidente su total desconocimiento del mismo y al que reducía a una típica “travesura” adolescente de fumarse un “porro” de vez en cuando. Así que le pedí a mi paciente que le contara a su padre todo lo que había consumido. Él, con una inocencia muy poco frecuente en un joven de su edad, fue describiendo detalladamente cada sustancia que había probado y los efectos que habían tenido. Su padre mostraba cada vez más su asombro que llegó a su punto máximo cuando le pedí que le contara lo de la nafta. Con lujo de detalles le contó cuanto hacía que estaba en eso, como la conseguía y como la consumía. Los ojos desorbitados del padre mi hicieron pensar que todo eso realmente lo había conmovido. Se despidió de la consulta diciéndome que estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para ayudar a su hijo y que estaba a mi disposición para venir todas las veces que fuera necesario. Fue la última vez que lo vi. Mi paciente me contó que cuando salieron del consultorio su padre le acompaño hasta su casa y le prometió muchas cosas pero sobretodo le prometió estar más cerca de él. Pasó un mes entre ese día y la siguiente vez que le vio. De las cosas que le prometió no cumplió con ninguna y lo mejor que hizo por su hijo fue, cuando el chico, harto de la disfuncionalidad de su familia y de la soledad en que sentía esta lo sumía, pidió que lo internaran, mover contactos para conseguirle una buena clínica que se ocupara de él.

Él se quedó fascinado con ella desde el primer día que la vio en el trabajo que ella tenía en ese momento. Ella era sumamente bonita y atractiva y sus encantos le resultaban muy funcionales a la tarea que desempeñaba (aclaro que era una actividad que no tenía nada de cuestionable por si alguien piensa lo contrario) Luego de mucho trabajo y constancia, él logró que ella aceptara salir y comenzaron una relación. Al poco tiempo de estar juntos él le pidió matrimonio. Ella venía de una experiencia de familia original bastante frustrante por lo que no se sentía muy atraída por la idea, pero tanta fue la insistencia que terminó aceptando. Allí comenzó su calvario. Vinieron a la consulta porque ella le planteó que solo seguiría con él si hacían una terapia de parejas. 
De entrada quedó en evidencia que todo aquello que a él le había atraído de ella era lo que les separaba. Cabe acotar que ella había cambiado de trabajo y ya no estaba tan expuesta pero el nuevo le exigía estar siempre bien vestida y con cierta producción. Él no podía con sus celos. La sensación que daba era que su deseo era recluirla en su casa y tenerla solo para él. Le cuestionaba su forma de vestir, su forma de comunicarse con los demás, le controlaba su mail, su celular, en fin, quería que dejara de ser ella o que solo lo fuera para él. 
De más está decir que ella se sentía absolutamente asfixiada y que, por más que le quisiera, ya lo toleraba el precio que la relación le imponía.  Lamentablemente él no logró trascender sus miedos, inseguridades y necesidad de control y nunca, al menos mientras tuve contacto con ellos, pudo comprender que le mejor que le podía pasar era que una mujer como ella le eligiera y estuviese dispuesta a luchar por ser feliz a su lado. Y la terminó perdiendo.
¡Cuanto nos cuesta a los hombres comprender que nuestras parejas no son de nuestra propiedad y respetarlas y valorarlas como corresponde para que, en su libertad más absoluta, nos elijan!. No existe mayor afrodisiaco que sentirnos deseados y elegidos por nuestras parejas día a día.

Podría contar infinidad de historias de este tipo con las que lamentablemente me encuentro casi a diario. Tal vez por eso elegí ser terapeuta de parejas y de familias, para intentar aportar mi pequeño granito de arena para cambiar esta realidad.

Me podrán decir, y obviamente se que es así, que todos respondemos en función de lo que hemos aprendido. Si fui un niño abandonado por mi padre, es muy probable que repita la historia con mis hijos, etcétera, etcétera, pero no puedo evitar sentir que muchas veces, por no decir en la mayoría de los casos, eso, más allá de que sea correcto, se vuelve una excelente excusa para uno de los deportes favoritos del ser humano, poner la responsabilidad fuera de nosotros y no hacernos cargo de lo que nos corresponde. Nuestra historia nos condiciona si, pero no puede ser la excusa eterna para no cambiar y no asumir la responsabilidad de nuestras vidas y de lo que generamos con ella.

No acepto, no puedo hacerlo que alguien no se haga responsable de la gestación de un hijo. Cada vez existen métodos anticonceptivos más precisos y están disponibles para todo el mundo. Querido congénere, para gestar un niño es necesario que algo llamado espermatozoide, que sale de tu cuerpo se junte, dentro del cuerpo de tu pareja, con algo que sale de sus ovarios que se llama ovulo. Existe una sola forma de hacerlo naturalmente y ha sido así por milenios, por eso, si tu no quieres que eso ocurra, debes usar un implemento llamado preservativo que los hombres han usado desde hace miles de años (hay evidencia de que los egipcios ya los usaban). Si por accidente, que obviamente puede ocurrir, al sacártelo contestaras que está roto, puedes ir a la farmacia más cercana, que por suerte en nuestro país abundan, y comprar un anticonceptivo de emergencia. Eso es lo menos que puedes hacer si realmente eres responsable. Si no quieres asumir la responsabilidad de un hijo, y estás en todo tu derecho de no quererlo, se al menos responsable de evitar concebirlo.  

Se que no soy objetivo, no puedo serlo dado que estoy profundamente implicado. Escribo desde la vergüenza de género que me genera observar día a día lo que los hombres hacemos en nombre de un “machismo” que ha sido muy mal entendido a lo largo de la historia. Y escribo desde mi sueño con un mundo donde hombre y mujer seamos realmente iguales. O mejor dicho, donde nuestras diferencias naturales, tan necesarias y disfrutables por cierto, no nos separen si no que nos encuentren en una relación horizontal, de pares y donde ninguno sea más que el otro.
Y sueño también con un mundo donde los niños varones puedan estar en contacto con sus emociones, que puedan expresar su dolor sin miedo a que nadie reprima su llanto, sus miedos sin que nadie les trate de maricones, que puedan mostrar su sensibilidad sin que eso los exponga a burlas o al bulling. Un mundo donde no importen los colores con los que elijamos vestirnos o si preferimos mirar la novela antes que un partido de futbol. Un mundo donde los hombres seamos hombres en todo el sentido de la palabra, completos y podamos sentirnos orgullosos de ello.