miércoles, 3 de julio de 2013

El vínculo terapéutico en el enfoque gestáltico


Artículo publicado en Revista Opción Médica de junio

Hace muchos años, cuando comenzó a salir a la venta la espuma de afeitar que venía a sustituir a la tradicional crema y a la brocha, había una publicidad de una conocida marca, que aún hoy sigue siendo líder, que decía “yo creía que lo que ablandaba la barba era la brocha, y resulta que es la espuma”
Uds. pensaran que “¿Qué tiene que ver esto con el vínculo terapéutico?” En realidad, lo traigo a cuento porque fue lo que me vino a la mente cuando comencé a pensar en cómo plantear este tema, dado que, parafraseando a la publicidad, “muchos creen que lo que cura es el terapeuta, o peor aún, la teoría y resulta que lo que sana es el vínculo”.
Antes de entrar a profundizar en el tema, me parece de estricto orden, aclarar la visión que desde la Psicoterapia Gestáltica tenemos acerca de dos aspectos fundamentales, la cura y el rol del terapeuta.
Terapeuta proviene etimológicamente de la palabra griega therapeutes y quiere decir persona que colabora en el proceso curativo. A diferencia de lo que ocurre en otros encuadres derivados del modelo médico, donde el paciente es un ser pasivo, que concurre a la consulta a buscar a alguien que le pueda decir lo que tiene y le proporcione una cura, el “lugar del supuesto saber” del psicoanálisis, en Gestalt tenemos claro que las respuestas están dentro del propio paciente y nuestro cometido es colaborar con la persona a echar luz sobre el cómo y el para qué de sus formas de funcionamiento para, desde allí, poder apuntar al cambio.
Por eso no podemos hablar de “cura”. Nuestro modelo terapéutico no se maneja con un enfoque salud-enfermedad, el objetivo último de la Terapia Gestaltica es la Auto actualización de la que hablaba Maslow, el lograr que la persona pueda remover los obstáculos que impiden el desarrollo pleno de su ser y que, de esa forma, la persona se convierta en la mejor versión de sí mismo.
Por lo tanto, para nosotros, un proceso terapéutico puede considerarse exitoso cuando el paciente ha conseguido modificar su forma de organizar su campo experiencial, pudiendo resolver sus situaciones inconclusas (gestalts inconclusas) y dejando de lado los viejos patrones (gestalts fijas) asumir la responsabilidad y el control de su propia vida y por ende de su futuro.
Siempre repito a mis pacientes que yo no tengo éxitos terapéuticos. En todos los casos, los éxitos son de ellos, en el vínculo, y yo no soy más que un colaborador, un facilitador y un testigo privilegiado del hermoso proceso de su transformación.
En la Psicoterapia Gestáltica el vínculo terapéutico implica que terapeuta y paciente se encuentren en un diálogo yo – tú. Este encuentro implica una forma de relación horizontal donde terapeuta y paciente, en un plano de igualdad,  que no significa desconocer la indispensable diferencia de roles del contrato terapéutico, asumen juntos la responsabilidad del proceso.
Esto implica además y necesariamente un profundo respeto por el paciente, por su proceso y por sus resistencias, en el entendido de que, en gran medida, ellas han estado al servicio de su supervivencia.
Creemos firmemente que, un verdadero proceso de sanación y crecimiento, como decía Martín Buber, solo se da por medio del encuentro, a través de un verdadero compromiso persona a persona.
Carl Rogers, el fundador del la Orientación Centrada en la Persona, sostenía que existen tres condiciones básicas e ineludibles en todo vínculo terapéutico y que son aplicables a toda relación interpersonal, la aceptación positiva incondicional, es decir, “valorar a la otra persona como tal e independientemente de los distintos valores que pueden aplicarse a sus conductas específicas”, la empatía, “percibir correctamente el marco de referencia interno de otro con los significados y componentes emocionales que contiene, como si uno fuera la otra persona, pero sin perder nunca esa condición de “como si” y, por último, la congruencia, “que el terapeuta sea él mismo durante su interacción con el cliente, sean cuales fueren los sentimientos que experimente en ese momento preciso”.[i]
Alejandro Spangenberg, uno de los principales exponentes de la Psicoterapia Gestáltica en nuestro país, plantea, además de la necesidad de la terapia personal y el entrenamiento profundo, cuatro cualidades fundamentales que todo terapeuta debería cultivar: la transparencia, “la capacidad de mostrarse tal y como se es, estar dispuesto al contacto sin asumir posturas defensivas y de exponer la propia “humanidad” cuando sea necesario”; la honestidad, “capacidad de ser sincero aun en los momentos más difíciles para nuestra propia autoestima o beneficios personales”; la humildad, capacidad de reconocer nuestras limitaciones, es la habilidad de “curvarse” ante el misterio insondable de la vida, aceptar que no sabemos lo que es bueno para los demás y que solo podemos acompañar a las personas a descubrir sus propias verdades” y la impecabilidad, “virtud de no cruzar los límites de los otros, de no dañar dando lo que no es pedido o negar lo que se nos ha pedido. Es en definitiva, la capacidad de mantener nuestra integridad en el encuentro con el otro invitándolo, de ese modo, a alcanzar la propia[ii]
Ahora bien, veamos ahora como llega el paciente al vínculo terapéutico.
Un concepto teórico muy importante de nuestro enfoque es la llamada “Teoría paradójica del cambio”. Según esta teoría, a lo largo de nuestra vida de relación hemos desarrollado una estructura defensiva, gestalt fija, que nos aleja de nuestro “si mismo”, de nuestra esencia, de aquello a lo que estamos llamados a ser. Por eso, como postula la Teoría, las personas “más cambian cuando más se convierten en sí mismos”, cuanto más vamos abandonando esos patrones que interrumpen nuestra experiencia, más en contacto estamos con nosotros mismos y más cambiamos. Como dice Spangenberg, “nada de nuestra verdadera esencia se puede perder, lo único que podemos perder es el contacto con ella[iii]
Al menos en nuestra cultura, el vínculo padres – hijos, que debería ser un lugar donde los niños encontraran los espacios necesarios para desarrollarse plena y libremente, con integridad y seguridad, suele estar contaminado por las expectativas, proyecciones, frustraciones y deseos de los padres. Como dice Serrat en “Esos locos bajitos”, “Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir…Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción”. Esto va llevando a que esos niños comiencen a sentir que, para poder sostenerse en ese lugar, que debería contenerlos, tienen que pagar algo, ser de una determinada forma que, por lo general, los va alejando de su propia esencia. Quienes me conocen o han leído mis trabajos van a encontrar este ejemplo como muy repetido, pero creo que ilustra muy claramente esto que estoy escribiendo: un niño del entorno de los 4-5 años está con su padre en un parque. En un momento se cae y se lastima la rodilla. Eso le produce dolor, angustia, miedo, y la forma natural que tiene el niño para expresar todos esos sentimientos es el llanto. Pero viene papá, su ídolo, su gran referente y figura identificatoria por excelencia, e, incluso antes de mirar su rodilla, le dice “no llores, no seas maricón” “los hombres no lloran”. Este hecho, que puede parecer muy trivial, puede resultar determinante para el chico. Muy probablemente el padre esté repitiendo un patrón que aprendió del suyo en su propia infancia, pero en lo que tiene que ver con ese niño, ese mandato tan fuerte, sobre todo por venir de quien viene, muy probablemente se convierta en una interrupción de su contacto. Va a comenzar a desconfiar de lo que siente, y sobre todo, va a aprender que expresar lo que siente está mal y por lo tanto a negarlo o reprimirlo. Evitará entrar en contacto con sus emociones y cuando éstas lo desborden y sus defensas no le den resultado, posiblemente no lo exprese de las formas más adecuadas, por ejemplo, a través de su cuerpo (somatizaciones), irritabilidad sin razón aparente, etcétera. Es de esta forma como se van constituyendo esos patrones de “gestalt fija” o de interrupción del contacto de los que hablaba más arriba.
Muchos años después, ese niño, convertido ahora en un hombre, conocerá una mujer, y ante el reclamo de esta de que “nunca sé lo que le pasa”, “nunca expresa lo que siente”, tal vez decida concurrir a terapia.
Como ya he expresado en otras oportunidades, los seres humanos generamos “campos” en los distintos espacios donde nos relacionamos, pero estos patrones de funcionamiento se van repitiendo en los distintos ámbitos donde nos movemos. Y, por supuesto, el espacio terapéutico no será la excepción. El paciente va a configurar el espacio subjetivo del encuentro con su terapeuta de la misma forma que lo viene haciendo en todos los demás espacios de su vida, y es allí cuando el terapeuta, aportando al vínculo las condiciones de incondicionalidad, seguridad e intimidad de las que hablaba más arriba, generará las condiciones para que, a través del darse cuenta, el paciente descubra el cómo de su funcionamiento y el para qué le sirve hacerlo, quedando así al descubierto esos patrones y por lo tanto se produzca la experiencia emocional que permita la modificación de estos con la consiguiente trasformación que le permita fluir libremente recuperando el contacto con sus sentimientos y por ende, consigo mismo.
Por supuesto, en esto no hay nada de magia y por lo tanto, para que esto se produzca debe pasar tiempo. Ninguna persona, por mal que se sienta, está en condiciones de entrar en contacto con todo esto de entrada. La construcción del vínculo se irá dando paulatinamente pero, poco a poco, las condiciones antes dichas irán generando el espacio para que los mecanismos de defensa, el estilo de funcionamiento, las interrupciones del contacto, los patrones repetitivos y la historia personal del paciente se vayan manifestando.
Para terminar, y a modo de adelanto de próximas entregas, quiero hacer referencia a un tema sumamente importante en lo que al vínculo terapéutico se refiere, la transferencia. Si bien en nuestro enfoque hacemos un uso diferente de este fenómeno, no podemos desconocerlo.
La transferencia, que es un fenómeno que no se da sólo en el vínculo paciente – terapeuta, sino que se da en todos los vínculos humanos, es una proyección y por lo tanto, interrumpe el proceso de darse cuenta y con ello el contacto.
Como veíamos más arriba, cada persona organiza su campo subjetivo en función a patrones fijos que, aunque provienen del pasado, devienen presentes en el aquí y ahora. El vínculo terapéutico no escapa a esta realidad, por lo que, la transferencia se dará de cualquier manera. Y es a través del trabajo con ella que obtendremos una excelente oportunidad de traer al aquí y ahora de la relación la totalidad de las gestalts abiertas del paciente para que puedan ser cerradas y con ello, superar las interrupciones que impiden el contacto con su esencia y su pleno desarrollo.
El poder de lograr el cambio siempre está en ellos y es fundamental para el éxito del proceso ayudarlos a recuperar toda proyección de ese poder en el exterior, y en el vínculo, por supuesto, para así lograr que la persona se sienta empoderada y dueña de su propia existencia.



[i] Carl ROGERS, “Terapia, personalidad y relaciones interpersonales”. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires. 1978.
[ii] SPANGENBERG, Alejandro. “TERAPIA GESTALT: un camino de vuelta a casa. Teoría y metodología” pag. 125. Ed. PSICOLIBROS Universitario. Montevideo. 2006
[iii] Idem, pag. 111

viernes, 31 de mayo de 2013

El diagnóstico en la Psicoterapia Gestaltica


Artículo publicado en Revista Opción Médica del mes de mayo

Desde siempre ha existido entre los terapeutas humanistas y entre los gestálticos en particular, un fuerte rechazo a lo que tiene que ver con el diagnóstico psicológico. Yo no era ajeno a esa tendencia hasta que me fui dando cuenta de que lo que rechazaba no era al diagnóstico en general, sino a un tipo de diagnóstico, y que, en los hechos, todos, lo reconozcamos o no, hacemos diagnósticos.
Creo, junto con Yontef, que el diagnóstico que rechazamos los terapeutas gestálticos, es aquel que tiende a etiquetar a la persona dentro de categorías, más o menos rígidas, que es impartido desde una postura vertical, donde el técnico es quien posee la sabiduría y la imparte al paciente de forma autoritaria. Esto implica, al decir de Yontef, “una falta de fe en la capacidad del individuo para elegir y crecer, para reconocer su situación personal por sí mismo” y termina colaborando a mantener al paciente en una determinada postura existencial que muchas veces es utilizada por éste para justificar su accionar y de esa forma, manipular a su ambiente. Este modelo, además, tiende a hacer figura más en la enfermedad que en la persona misma e implica un riesgo muy importante de que el terapeuta “caiga en la tentación” de hacer figura en aquellos elementos que le permitan confirmar su diagnóstico y no en la actualidad del paciente. Como dicen los redactores del “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders” (DSM IV), “los criterios diagnósticos específicos deben servir como guías y usarse con juicio clínico, sin seguirse a rajatabla como un libro de cocina”
En la Psicoterapia Gestáltica, y en el modelo humanista en general, nuestro objetivo es la persona como totalidad y no sólo determinados aspectos de ella.
Por otra parte, en nuestra corriente nos manejamos con un encuadre horizontal, donde terapeuta y paciente, manteniendo claramente los lugares correspondientes, trabajan juntos para lograr el bienestar del paciente. En este enfoque, la autoridad no está colocada en el profesional o en el marco teórico que le sostiene, sino en la experiencia de ambos dentro del diálogo terapéutico.
Ahora bien, la falta de un diagnóstico reduce la capacidad de comprensión de la realidad del paciente, por lo que, su presencia, es parte esencial e indispensable para un buen proceso terapéutico.
Yontef describe al diagnóstico en la Psicoterapia Gestáltica como el “proceso de prestar respetuosa atención a quien es la persona como individuo único y en relación con aquellas características compartidas con otros individuos…Discriminamos acerca de los patrones generales, qué tipo de persona es el paciente, cuáles son los problemas y potenciales más importantes, cuál será el curso del tratamiento, qué enfoques posiblemente funcionen, signos de peligro… Nuestra opción es diagnosticar de una manera bien pensada, con total darse cuenta”
Es de suma importancia para el éxito del proceso terapéutico, tener en cuenta aspectos como la naturaleza de la estructura de personalidad del paciente, que nos puede ayudar a evitar realizar intervenciones que pongan en riesgo al proceso o al propio paciente; comprender la realidad fenomenológica del paciente, conocer cómo son sus habilidades para mantener el diálogo; conocer acerca de su manejo de la agresividad o acerca de su capacidad de disfrute, nos puede aportar un material imprescindible para conocer a la persona que tenemos enfrente.
Pero además, un buen diagnóstico debe servirnos para aportar información que puede ser vital para el proceso terapéutico dado que nos permite conocer más profundamente la continuidad de la identidad personal del paciente, comprender la estructura psicológica del mismo y a utilizar su historia clínica y evolutiva en su beneficio. Por otra parte, un lenguaje diagnóstico común nos permite el intercambio de información con otros técnicos que trabajen o hayan trabajado con el paciente, facilitando también el trabajo interdisciplinario que, en muchos casos, resulta imprescindible. Quienes hayan leído mis anteriores artículos en la Revista recordarán que, desde hace 12 años trabajo en una Institución de Asistencia Médica Colectiva donde formo parte del Departamento de Psicología. Esta experiencia, que ocupa una parte muy importante de mi quehacer profesional, me implica estar en contacto permanente con colegas que manejan otros encuadres psicológicos, pero también con psiquiatras y otros médicos en general. Además, parte de mi trabajo en la Institución me exige tener manejo de la historia clínica del paciente, por lo que, tener un lenguaje diagnóstico común no solo me es conveniente, sino que es una verdadera necesidad. Estoy además, y mi artículo anterior hablaba de eso precisamente, absolutamente convencido de la imperiosa necesidad del trabajo mancomunado entre los distintos técnicos que intervienen en el proceso de sanación del paciente.
Hechas las consideraciones generales, vayamos ahora a como concibo el “diagnóstico gestáltico”.
Siguiendo a Kurt Lewin, en la Psicoterapia Gestáltica creemos en el concepto de que la persona genera “campos” con los que se relaciona. No concebimos a la persona aislada de su contexto sino que solo podemos verla como un ser en relación. Esto nos da la primer diada que será fundamental para comprender nuestra visión del individuo, el campo organismo/ambiente. Obviamente, el campo cambia constantemente, una cosa es la relación de la persona con su familia, otra con sus compañeros de trabajo, de estudio, de diversión, etc. Sin embargo, cada persona desarrolla formas únicas y características de relacionarse que, en términos generales, varían muy poco en tiempo, espacio y contexto y que tiende a reproducir en cada campo nuevo al que se enfrenta. Estos patrones de funcionamiento tienen un carácter defensivo y de supervivencia e incluyen conductas, percepción, pensamiento, sentimientos, creencias, etc, y constituyen lo que en nuestro abordaje terapéutico llamamos “gestaltens fijas” o “patrones de gestalt fija”.
Más adelante retomaré el tema del campo, pero ahora quiero detenerme en otro de los aspectos fundamentales de nuestro enfoque, la diada “figura/fondo” y el proceso de surgimiento, resolución y cierre de una “buena gestalt”.
Es muy conocida la figura a continuación:
en ella podemos observar una copa, si hacemos figura en la parte blanca, o dos rostros enfrentados, si hacemos figura en la parte negra. Lo que no podemos es ver ambas cosas a la vez. Esto se explica por el fenómeno de la figura/fondo, una de las leyes de la Psicología de la Gestalt, corriente de la Psicología Experimental que estudia los fenómenos de la percepción, y que dice que cuando elegimos una figura, el resto pasa a ser fondo. Así, podemos ver la copa sobre un fondo negro o los rostros de perfil sobre un fondo blanco, pero no ambas cosas a la vez.
En la Psicoterapia Gestáltica creemos que el funcionamiento sano requiere que la figura cambie según las necesidades de la persona, pero es fundamental que esas figuras se resuelvan correctamente para que puedan pasar al fondo y de esa forma permitir la irrupción de una nueva figura. Cuando esto no ocurre, se genera lo que llamamos una “gestalt inconclusa” que impide la satisfacción de la persona, generando un consumo de energía que deja de estar disponible para su normal funcionamiento. A modo de ejemplo: tenemos una persona que está realizando un trabajo importante que tiene que entregar de forma inminente. Esta es su figura, por lo que toda su atención y energía está puesta en ella. Todo lo demás pasa a ser fondo, por lo que es probable que, el paso del tiempo, distintos estímulos a su alrededor, etc, le pasen totalmente desapercibidos. Sin embargo, en un momento comienza a sentir un fuerte malestar estomacal. Al principio es probable que su nivel de concentración sea tan grande que ni siquiera lo sienta, pero a medida que vaya siendo más intenso, este malestar, comenzará a ser más figura y la figura anterior se irá desplazando hacia el fondo. Hasta que llegará un momento en que los cólicos sean tan intensos que está figura se apoderará por completo del sujeto y hasta que no logre resolverla difícilmente pueda volver nuevamente a la figura anterior.
El Dr. Joseph Zinker, uno de los principales exponentes de la Psicoterapia Gestáltica, desarrolló un modelo teórico llamado “Ciclo excitación – contacto – retirada” o “Ciclo de la energía” que es una herramienta excepcional para comprender como funciona el ciclo “Figura/fondo” y los bloqueos que impiden que este se dé de una forma fluida generando los patrones de “gestalt fija” de los que hablaba más arriba.
 Según este modelo, cuando aparece una necesidad, es decir, una figura emerge del fondo, lo primero que la persona percibe es una sensación, el siguiente paso del ciclo es el darse cuenta, momento fundamental en que la persona toma conciencia de que es lo que siente. El siguiente momento es el de movilización de la energía, en el cual la persona hace un inventario de sus recursos disponibles a efectos de satisfacer su necesidad. El siguiente momento es cuando la persona hace contacto con aquello que le va a permitir dar satisfacción a su necesidad. Luego de esto viene el momento de resolución y cierre de la figura o gestalt y, por último, la retirada, con la cual la gestalt se completa y la figura puede pasar al fondo dando lugar de esa forma a la irrupción de una nueva figura.
Un ejemplo que yo utilizo mucho para ejemplificar cómo funciona esto es el del hambre. En el primer momento, lo que existe es una sensación incómoda, un vacío en el estómago, una necesidad que debe ser satisfecha. Para que esto ocurra, esta necesidad debe ser llevada a la conciencia a través del darse cuenta. Ahí es cuando la persona puede identificar aquello que siente, ponerle un nombre, “tengo hambre” y por lo tanto puede poner en juego el siguiente momento del ciclo, al movilizar su energía la persona puede realizar un inventario de sus recursos disponibles para satisfacer su necesidad, “en la heladera tengo un pedazo de queso y unas fetas de jamón” Esto por sí solo no es suficiente, por lo que la persona deberá hacer contacto: solo una vez que coma su necesidad podrá ser satisfecha. Una vez logrado esto, la gestalt se resuelve, pero es necesario un cierre y la retirada para que esta se complete, pase al fondo, y de esa forma, la persona pueda tomar contacto con una nueva necesidad, una nueva figura.
Cada momento de este ciclo es importante y es fundamental conocer cómo funciona en la persona que tenemos enfrente: si es fluido o lento, si la persona se bloquea en alguno de esos momentos y esto le impide completar la figura o si le cuesta soltarla una vez que está completa y eso impide la irrupción de una nueva, porque esto nos permitirá conocer y detectar aquellos padrones de “gestalt fija” de los que hablaba más arriba, dado que por lo general, la persona repite esos bloqueos en las distintas situaciones figura/fondo y en los distintos campos en los que se mueve.
Un ejemplo concreto, un chico descubre a través de su darse cuenta que hay una chica que le gusta, realiza una planificación estratégica muy profunda acerca de cómo abordarla, ensaya día y noche cuál será su forma de pararse frente a ella, su discurso, etc (movilización de la energía), pero, cuando llega el momento de entrar en contacto, sus temores a ser rechazado, su baja autoestima, su miedo al fracaso, lo inmovilizan y se retira sin lograr dar satisfacción a su necesidad. Si este chico nos relata el episodio en una sesión de terapia, podremos hacer una observación fenomenológica que nos permita detectar si la persona realmente contacta con las emociones que esto le genera o si se limita a “hablar acerca de”; podremos preguntarle si esto es algo nuevo o si le ha ocurrido en otras oportunidades y de esa forma podremos detectar si es una situación aislada o si se trata de un patrón de funcionamiento.
Cada momento de este ciclo es muy importante. No es poco frecuente encontrarnos con personas que no logran contactar con lo que sienten. “Me siento mal, pero no logro darme cuenta de qué es lo que me pasa” es un discurso escuchado de forma bastante frecuente en el consultorio. Es que pagamos tributo a siglos de desconexión con nosotros mismos. En esos casos, será muy importante trabajar mucho en re-sensibilizar a la persona. Es muy importante también, conocer cómo es el proceso de darse cuenta de la persona. Como fluye o como se interrumpe, qué cosas la persona deja entrar a su conciencia y qué cosas deja afuera, etc. Por otra parte, una vez que la persona ha logrado avanzar en los distintos momentos del ciclo, ¿logra hacerse cargo de su necesidad o de su deseo y contactar con aquello que le va a permitir satisfacerlo, o por el contrario, es de los que manipulan esperando que los demás se den cuenta de su necesidad y la satisfagan por él? Y, una vez, resuelta la gestalt, ¿logra soltarla y dar de esa forma lugar al surgimiento de una nueva, o queda “prendida” de la misma?
Es importante destacar que, de la observación de todo esto surge también el tipo de mecanismos defensivos que la persona utiliza.
Volvamos ahora al tema del campo y la relación del individuo con su ambiente. Muchos terapeutas gestálticos entienden que lo único importante es lo que ocurre en el “aquí y ahora” en el campo que se constituye en la relación terapéutica, sin embargo, cada vez somos más los que creemos que es de fundamental importancia conocer la historia del paciente y, sobretodo, como veíamos más arriba, observar paralelos entre lo que ocurre en el “aquí y ahora” y esa historia, como forma de encontrar patrones de funcionamiento.
Esto implica una nueva coincidencia con los criterios diagnósticos del DSM IV que establece, por ejemplo, como condición para diagnosticar un Trastorno de Personalidad, que el mismo sea “un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de comportamiento” planteando que el técnico tiene que valorar los rasgos de personalidad a lo largo del tiempo y en diferentes situaciones.
Y lo que es más importante aún, no solo es importante conocer la historia del paciente, sino también de su sistema familiar, dado que muchos de esos patrones son aprendidos por el sujeto en etapas muy tempranas de su desarrollo y algunos incluso, adquiridos de otros miembros del sistema que los desarrollaron antes que él.
Otro aspecto fundamental a tener en cuenta cuando hablamos del campo “organismo/ambiente, es el que tiene que ver con la “cultura” del campo. El DSM IV plantea que “un técnico que no esté familiarizado con los matices culturales de un individuo puede, de forma incorrecta, diagnosticar como psicopatológicas variaciones normales del comportamiento, de las creencias y de la experiencia que son habituales en su cultura”. Ahora bien, no toda cultura es sana. Por ejemplo, en determinados sistemas familiares, el maltrato puede estar naturalizado y ser parte de la cultura del sistema, por lo tanto, una conducta del individuo “desviada” de ese patrón cultural, puede ser muy sana, aunque no sea vista de esa forma por el sistema.
Y por último, cada día siento más la necesidad de ampliar mi percepción del paciente integrando a otros miembros de sus sistemas íntimos. El trabajo con parejas y familias me resulta sumamente esclarecedor para comprender la “cultura” de esos sistemas y observar fenomenológicamente a sus miembros en acción, reproduciendo en el consultorio la realidad cotidiana de una forma mucho más fidedigna y descarnada que en el encuadre individual y pudiendo plasmar en vivo y en directo la premisa de que “el todo es mucho más que la suma de las partes”. El encuadre ampliado permite además observar las formas de relacionarse del paciente más allá de la relación terapéutica: cómo son sus vínculos, si considera solo sus necesidades o es capaz de ver las del otro, o ninguna, si genera vínculos “pegoteados” o logra mantener una distancia sana; si logra tener interacciones significativas o solo se relaciona de manera superficial; si logra sostener una relación, etc. Por otra parte, el observar al sistema en acción, permite en muchos casos, tomar contacto con aspectos o informaciones que de otra forma el paciente nunca traería a la consulta, por ejemplo, conductas desadaptadas que el paciente no vive como problemáticas (egosintónicas). En este punto también tenemos una clara coincidencia con los redactores del DSM IV, que recomiendan recabar información de otros observadores en casos como el mencionado anteriormente.
A modo de cierre, en la Psicoterapia Gestáltica, el diagnóstico no solo tiene lugar, sino que es necesario, pero debe apuntar no a la categorización de la persona, sino a alcanzar una mayor comprensión de la totalidad que esta significa, y se construye en un proceso que surge del contacto entre el terapeuta y el paciente en el “aquí y ahora” de la relación terapéutica, con la finalidad de diseñar un enfoque de intervención basado en el conocimiento que este aporta.

Bibliografía recomendada:
YONTEF, Gary, “Proceso & Diálogo en Psicoterapia Gestáltica”, Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1995
ZINKER, Joseph C., “El proceso creativo en la Terapia Gestáltica”, Paidos, Buenos Aires, 1977
ZINKER, Joseph C., “In search of good form”, A Gestalt Institute of Cleveland Publication, Cleveland, 1994

“Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders” (DSM IV)