jueves, 3 de diciembre de 2015

A propósito de Paris, la violencia y la muerte


Me duelen TODAS las muertes, las de Paris, las de Beirut, las de Siria, las de Palestina, las de Israel, las de Afganistán, las de Estados Unidos, las de Venezuela y las de Uruguay.
Me duelen todas las muertes porque la muerte siempre duele. Aún cuando la esperamos o cuando racionalmente sentimiento que es lo mejor, la muerte siempre duele. Y nos duele por lo que nos roba, por el otro que ya no va a estar, y por lo nuestro que se va con él. Nos duele por los que sufren por la pérdida y porque nos pone de cara con nuestra única certeza absoluta: nuestra propia mortalidad.
Pero más me duelen las muertes absurdas que son producto de la violencia. Pensaba decir irracional, pero lamentablemente, la mayoría de esas muertes absurdas son fruto de algo planificado, fríamente calculado, medido con una precisión quirúrgica. Y eso es lo que más me indigna y duele. Miles de años de evolución no han hecho más que sofisticar nuestra increíble tendencia a la destrucción, que siempre termina siendo a la autodestrucción.
Y no importa de qué bando sea, no importa quien tiene circunstancialmente la razón, no olvidemos que cada uno ve la realidad desde su punto de vista y por lo tanto siente que tiene la razón. Podremos tener distinto color de piel, distinto género, distintas creencias filosóficas o religiosas, pero la sangre de todos los seres humanos que riega los lugares donde se produce una matanza siempre es roja. Y siempre, detrás de un muerto existen padres, hermanos, parejas, hijos que sufren el desgarro en su corazón que implica la muerte.
Para colmo, en esta sofisticada insanía que implica la guerra moderna, cada vez más, los muertos son mujeres, hombres, ancianos y niños inocentes que nada tienen que ver con los obscenamente mezquinos intereses que están detrás de ellas.
Atentados terroristas como los de los últimos días en Beirut o Paris o bombardeos que caen “por error” sobre escuelas, hospitales o zonas urbanas atestadas de gente no hacen más que confirmar que los seres humanos somos considerados cada vez más como “daños colaterales” y menos como personas. No es necesario esperar futuros apocalípticos donde las maquinas se rebelan y quieren extinguir a los humanos, ya lo estamos haciendo nosotros mismos.
Y lo más triste del caso, estas escaladas de violencia no hacen más que fomentar y alimentar a las fuerzas más reaccionarias. Los Trump, Le Pen, Bush, etcétera, y toda la industria armamentista se relamen y disfrutan cada vez que una bomba estalla, sea en el lugar del mundo que sea.
Discrepo radicalmente con los que dicen que los muertos del tercer mundo no le importan a nadie, cuantos más muertos haya de uno y otro bando, más armas se venden para vengarlas.

En estos días leí un artículo de Rubén Darío Buitrón donde plantea lo siguiente:
¿Quiénes compran el petróleo al Estado Islámico? Las mismas potencias mundiales.
Pero los medios y los periodistas que manejan el discurso “occidental” (un discurso xenófobo, con complejo de superioridad, que comete el delito de discriminación por creencia religiosa, que sube los altares a sus presidentes genocidas) miran a los atacantes de París a la distancia y con miedo, como si fueran demonios.
Pero no.
Los demonios están mucho más cerca de lo que creen: son sus propios gobernantes.
Más allá de compartir prácticamente la totalidad de lo que el autor plantea, lamento agregar que esos gobernantes no llegaron al poder por decisión divina, nosotros los pusimos ahí. Negar eso, plantear teorías conspirativas de como las grandes corporaciones son las que realmente gobiernan, como si estas no estuviesen dirigidas por humanos, no hace más que intentar eximirnos de responsabilidad. El famoso “yo no los voté” tan popular por estos lados. TODOS somos responsables de la violencia de la misma forma que TODOS somos sus víctimas. Por eso, toda forma de violencia es, en definitiva, autodestructiva.
Muchos se preguntarán “¿y yo que tengo que ver con lo que ocurre a miles de kilómetros?” “¿Cómo puedo ser responsable de algo tan ajeno a mí?” Ese es precisamente uno de los principales problemas que nos impiden aproximarnos a una solución. Seguimos centrados en nuestro yo individual, viendo nuestra chacrita sin asumir que somos parte de un todo y que por lo tanto, cualquier cosa que le ocurra al todo nos afecta, de la misma forma que, aunque nos cueste comprenderlo, lo que ocurre a cada uno, afecta al todo.
Por eso, si realmente queremos comenzar a poner un límite a esta barbarie, debemos dar un verdadero salto evolutivo y pasar de la primera persona del singular a la consciencia del nosotros, a la consciencia de totalidad. Y de esa forma asumirnos como co responsables de todo lo que ocurre en la totalidad, para bien o para mal. Solo de esa forma tendremos alguna esperanza de torcer ese camino inexorable hacia la autodestrucción que la humanidad toda estamos transitando.
Hay un viejo dicho que dice, valga la redundancia, que si todos los chinos saltaran a la vez podrían torcer el eje de la tierra, con todo lo que eso implicaría. Por eso, lo importante es que no lo sepan. Y de eso se trata, de hacernos creer que no podemos hacer nada o, lo que es prácticamente lo mismo, que no seamos consciente de lo que realmente podemos hacer.
La peor forma de dominación no es por el miedo o el terror. La peor forma de dominación es a través de la ignorancia y la desvalorización, impedir que el otro se conozca y asuma su poder personal, y hacerle sentir que no tiene ninguno y que no es nadie sin su dominador.
Ahora bien, si queremos logran un cambio real de consciencia, y lo que es fundamental, que sea sostenible, debemos comenzar primero por nosotros mismos, por nuestra consciencia. Y, como cualquier modificación en algunas partes afecta al todo, nuestro cambio se irá sumando al de otros y se convertirá en una verdadera revolución. En una que realmente funcione, en una que venga desde abajo, desde las bases y por lo tanto, como vendrá de lo más profundo de nosotros mismos, sin violencia.
Si miramos la historia de la Humanidad, veremos que todas las revoluciones violentas fracasaron. Y lo hicieron por dos razones fundamentales: porque generalmente no vinieron de abajo si no de arriba, de elites iluminadas que se arrogaron el poder de saber “lo que el pueblo quiere y necesita” y por lo tanto, no surgieron de un cambio general de consciencia que le diera legitimidad y sustentabilidad. Por eso, la mayoría de las revoluciones violentas de la historia, terminaron en cruentas dictaduras que terminaron avasallando todo aquello que pretendían defender.

Ahora bien, ¿como generamos ese cambio a partir de nosotros mismos? En primer lugar, reconociendo y asumiendo nuestra propia violencia.
Todos nos horrorizamos cuando vemos las imágenes de niños muertos o mutilados, de ciudades destruidas por las bombas o cuando, como en los sucesos de Paris, vemos que no estamos tan lejos, que ya no es tan seguro ir a un toque de una banda de rock o a un partido de fútbol en una de las ciudades más importantes del orbe. Pero esas son formas de violencia extremas. También es violencia cuando destratamos a quien tenemos al lado, cuando le negamos oportunidades, cuando intentamos someterlo a nuestros deseos.
Violencia no es solo la que se practica con un arma o una bomba. Violencia no es solo el golpe que el marido le da a su esposa porque la sopa estaba fría. Violencia es también el insulto, la prepotencia, el engaño, la humillación.
Cuando un padre le dice a su hijo pequeño “no llores no seas maricón” también es violencia porque le está enseñando a reprimir sus afectos y de esa forma a negarse a sí mismo.
Y también lo es cuando, por miedo a quedarnos solos, boicoteamos las posibilidades y los deseos de crecimiento de quien tenemos al lado.
Violencia es todo aquello que de una forma u otra atenta contra la dignidad del otro. Por eso nadie se puede ni debe sentir ajeno a ella.
La mayoría de los jóvenes que irrumpen armados hasta los dientes en los colegios de Estados Unidos y disparan contra todo lo que se les pone adelante, sufrieron alguna especie de abuso o bulling. Aquí, en nuestro pequeño paisito, todos recordamos a la joven liceal que quedó en una silla de ruedas al recibir una bala perdida de otro adolescente que llevó al liceo el arma de su hermano policía, harto de las burlas y el acoso de otros compañeros.
Cuando escucho en las noticias que cientos de jóvenes europeos dejan sus casas para unirse al Estado Islámico me pregunto: ¿qué habrán vivido y vivirán esos jóvenes para tomar tamaña decisión? Posiblemente nunca sepa la respuesta, pero no creo equivocarme mucho si pienso que nosotros mismos, como sociedad los hemos empujado hacia allí.


Por eso, en vez de mirar horrorizados lo que ocurre en otras partes del mundo, propongo que cada uno de nosotros miremos hacia adentro y tengamos el valor de reconocer nuestra propia violencia a partir de allí, asumamos el firme propósito de lograr un cambio que sea el germen de la verdadera lucha por la paz y la convivencia que tanto necesita la Humanidad toda. Sólo así podremos realizar el salto evolutivo que nos permita detener la autodestrucción y alumbrar un horizonte de esperanza para toda la Creación.