Artículo publicado en Revista Opción Médica del mes de junio
Como veíamos en la primer parte de este artículo, el problema del suicidio en general y el de los niños y adolescentes en particular, es un grave tema del que muy poco se habla. Existe en el imaginario colectivo, el mito de que, hablar de este tema podría incrementar el riesgo, y que de esa forma, un mayor número de personas optaran por intentar contra sus vidas. Sin embargo, no existe evidencia científica al respecto. Por el contrario, hay consenso entre quienes trabajan en el tema, en que, una correcta divulgación en forma clara de pautas de prevención que permitan la detección de factores de riesgo tanto individuales como grupales; la capacitación de la población en general y de los operadores que trabajan con esta población objetivo en particular, que permitan tomar medidas de intervención adecuadas, así como la promoción de conductas y hábitos saludables en toda la población, implica el fortalecimiento de los factores de protección y resulta de vital importancia a la hora de detectar y prevenir a la conducta suicida y al abordaje de la misma una vez que se manifiesta. En este sentido, en el año 2007, el Programa Nacional de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, confeccionó las “Guías de Prevención y Detección de Factores de Riesgo de Conductas Suicidas” que están disponibles en internet para todo aquel que quiera acceder. Lamentablemente la experiencia marca que no es mucha la gente que conoce de su existencia. Este artículo intenta ser un pequeño aporte a efectos de modificar esa realidad.
Como veíamos en la primer parte de este artículo, el problema del suicidio en general y el de los niños y adolescentes en particular, es un grave tema del que muy poco se habla. Existe en el imaginario colectivo, el mito de que, hablar de este tema podría incrementar el riesgo, y que de esa forma, un mayor número de personas optaran por intentar contra sus vidas. Sin embargo, no existe evidencia científica al respecto. Por el contrario, hay consenso entre quienes trabajan en el tema, en que, una correcta divulgación en forma clara de pautas de prevención que permitan la detección de factores de riesgo tanto individuales como grupales; la capacitación de la población en general y de los operadores que trabajan con esta población objetivo en particular, que permitan tomar medidas de intervención adecuadas, así como la promoción de conductas y hábitos saludables en toda la población, implica el fortalecimiento de los factores de protección y resulta de vital importancia a la hora de detectar y prevenir a la conducta suicida y al abordaje de la misma una vez que se manifiesta. En este sentido, en el año 2007, el Programa Nacional de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, confeccionó las “Guías de Prevención y Detección de Factores de Riesgo de Conductas Suicidas” que están disponibles en internet para todo aquel que quiera acceder. Lamentablemente la experiencia marca que no es mucha la gente que conoce de su existencia. Este artículo intenta ser un pequeño aporte a efectos de modificar esa realidad.
Veíamos también
que en general no existe en nuestro país una correcta dimensión del problema.
El Uruguay se encuentra en estos momentos en el Tercer Grupo de Países con una
tasa de 13.2 suicidios cada cien mil habitantes, lugar que comparte con países
como Japón, Suecia, Noruega o Estados Unidos, que en nuestro imaginario
colectivo, siempre hemos considerado como mucho peores que nosotros en cuanto a
este tema. Y lo que es peor aún, la tendencia, tanto mundial como en nuestro
país, es en alza. En los hechos, la muerte por suicidio en la adolescencia,
ocupa un lugar entre las tres primeras causas de muerte en la mayoría de los
países y en algunos, sólo es superada por otro tipo de muerte violenta, y que
en muchos casos está muy emparentada: los accidentes de tránsito.
En la primera
parte de este artículo veíamos además, cuáles son los principales factores de
riesgo, con sus distintos niveles, respecto de las conductas suicidas en niños y
adolescentes y cuáles pueden ser los principales factores predisponentes para
estas conductas.
Cabe recordar
que, cuando hablamos de este tema no nos estamos refiriendo únicamente a la
conducta que culmina con el resultado muerte, sino también a toda una serie de
situaciones que integran la conducta suicida y que van desde el deseo de morir,
hasta el suicidio intencional.
En esta segunda
parte, intentaremos brindar una aproximación a distintas pautas de abordaje que
permitan dotar a técnicos, maestros, educadores, familiares y población en
general de herramientas para afrontar esta triste y preocupante realidad.
En primer lugar,
si bien esta conducta se manifiesta en una persona en particular, es sumamente
importante ver el problema desde una perspectiva sistémica. No podemos ver al
individuo que tiene una conducta suicida, y mucho menos si hablamos de niños o
adolescentes, aislados de su contexto. Y menos aún si tenemos en cuenta que, en
muchos casos ese contexto es precisamente un factor de riesgo o predisponente
de la conducta. No podemos olvidar que, en muchos casos, quien manifiesta la
conducta suicida, sobre todo cuando de niños y adolescentes se trata, es un
emergente de una situación familiar conflictiva que busca, de forma
desesperada, denunciar esa situación a través de su conducta. Por eso, es de
suma importancia, no solo atender al individuo, sino también intervenir en el
sistema que él integra.
El nuevo Plan de
Salud Mental que el Ministerio de Salud Pública impuso desde setiembre del año
pasado a todos los prestadores de salud integrantes del Sistema Nacional
Integrado, tiene al Intento de Auto Eliminación (IAE) como una de sus
prioridades e impone pautas de intervención muy claras en cuanto a plazos y
tipos de abordaje que dan un marco muy importante a todos los que trabajamos en
el tema.
A modo de
ejemplo, en el Servicio de Psicología de la Institución en que trabajo, una vez
que se detecta un caso de IAE, sea porque concurre a la emergencia de la
Institución o porque solicita asistencia en el Servicio, en un plazo máximo de
48 horas, el paciente tiene una entrevista con un Comité de Recepción integrado
por médico psiquiatra y psicólogo que analiza el caso y determina el tipo de
intervención a seguir. En el caso de que se considere que el paciente está en
riesgo en ese momento, es acompañado por uno de los integrantes del Comité a la
Emergencia de la Institución hasta que ingresa a la misma. En el caso que la
indicación del Comité sea iniciar un proceso psicoterapéutico, el paciente se
va del Servicio con un Psicoterapeuta asignado, que además está especializado
en la temática, quien comenzará el tratamiento en el menor plazo posible.
A su vez, el
Servicio cuenta con un Grupo para familiares de usuarios que hayan hecho un
IAE, que funciona con una frecuencia semanal y al que el familiar puede
concurrir hasta 16 veces en el año, que busca dotar al familiar de un espacio
de continentación e intercambio, coordinado por Psicólogos. No podemos olvidar
que un IAE en la familia es algo para lo que nadie está preparado y que implica
un muy fuerte impacto generando sentimientos de todo tipo, muchas veces
contradictorios, como por ejemplo: culpa, rabia, frustración, miedo, que muchas
veces son muy difícil de aceptar y procesar. Lamentablemente, muchas veces este
tipo de sucesos implica un golpe tan profundo
que la familia prefiere “barrer debajo de la alfombra”, con lo que no
solo no ayuda a la resolución del problema sino que incluso tiende a agravarlo
y contribuye a generar las condiciones para un nuevo intento.
La existencia de
este Grupo no implica que, si se considera necesario, los familiares no puedan
acceder a otro tipo de prestaciones. De hecho, recuerdo un caso en que, además
de comenzar psicoterapia la usuaria que cometió el IAE, también lo hizo una de las
hijas adolescente, la otra hija adolescente accedió a uno de los Grupos de
Intercambio Adolescente y la madre y el esposo de la paciente accedieron al
Grupo de Familiares. Es más, en el Plan de Salud Mental, está prevista la
posibilidad de la Psicoterapia de Familia que resultaría una herramienta más
que interesante en la mayoría de los casos.
Por otra parte,
nuestro Servicio realiza un seguimiento especial de cada uno de los casos que
ingresan al mismo debido a esta temática.
Ahora bien, ¿Qué
debemos hacer cuando nos enfrentamos a un menor en situación de riesgo suicida?
La Guía de Prevención y Detección de Factores de Riesgo de Conductas Suicidas,
establece claramente una serie de pautas que no difieren mucho de las que se
aplicarían a cualquier persona, menor o no, en igual situación.
En el caso de
que se efectivice un IAE por parte de un niño o un adolescente, la Guía propone
que el menor debe ser hospitalizado y que, para el caso de que lo que presente
sea ideación suicida o conductas parasuicidas, se debe evaluar el nivel de
riesgo y, en el caso de ser este elevado, se debe hospitalizar al menor. De
todas formas, aunque no presente un nivel de riesgo elevado, igualmente se debe
derivar al menor a una consulta urgente en Policlínica de Psiquiatría Pediátrica
asegurando además el acompañamiento permanente de una figura de referencia que
se comprometa a la asistencia a la consulta.
La consulta
psiquiátrica además es fundamental para detectar si la conducta suicida no es
la manifestación del inicio de una patología mental.
Una vez que el
menor accede a tratamiento psicoterapéutico, es fundamental, en primer lugar, tratarlo con respeto y tomarlo
en serio. Debemos recordar que nunca debe minimizarse ni menospreciarse una
conducta de este tipo y que, aún cuando tengamos la firme convicción de que el
IAE, en el caso de que haya sucedido, no tuviese la intención de poner fin a la
vida de la persona, siempre pueden existir errores de cálculo o complicaciones
posteriores que deriven en un resultado no buscado. Pero además, quien incurre
en una conducta suicida, en cualquiera de sus manifestaciones, es alguien que
sufre, al punto de considerar ésta como la mejor forma de resolver los
problemas que lo acucian, tenga la edad que tenga.
Es también muy
importante establecer una relación
empática con el menor que implique escucharlo
con genuino interés, habilitándolo a
expresar lo que siente sin juzgamientos ni culpabilizándolo. Para cualquier menor, pero sobre todo
para uno que incurre en conductas de este tipo, el ofrecerle un espacio donde
sentirse continentado, valorado, escuchado, comprendido, puede ser algo
realmente novedoso y que marque una diferencia fundamental a la hora de
revertir la conducta suicida y sus posibilidades de futuro en general.
En este espacio
además, debemos trabajar junto al niño o adolescente en la búsqueda de
soluciones alternativas al problema que genera la crisis suicida tratando de
observar y neutralizar distorsiones cognitivas que generen en el adolescente
una visión distorsionada de sí mismo y de su entorno y que, de esa forma, le
impidan un desarrollo saludable de su personalidad.
Es de suma
importancia también, indagar acerca del significado que para el menor encierra
el acto suicida dado que, si bien el más peligroso es sin duda el deseo de
morir, también puede ser para reclamar atención, manifestar rabia, agredir a
otros o como un intento desesperado por expresar cuán grandes son sus problemas
y, de esa forma, pedir ayuda.
En cuanto a lo
que atañe a la prevención, es fundamental trabajar con el entorno del menor
para asegurar que se evite la disponibilidad y acceso a métodos mediante los cuales
pudiese agredirse, así como un acompañamiento adecuado dado que el permanecer a
solas puede aumentar de manera considerable el riesgo.
En este sentido,
lamentablemente no debemos perder de vista que, en algunos casos nos vamos a
encontrar con entornos que no sólo no colaboren, sino que además, estén
directamente asociados a la conducta suicida del menor ya sea porque son un
factor de riesgo en sí mismos o porque implican un factor predisponente. En
esos casos, el espacio terapéutico cobra una todavía mayor importancia porque
le ofrece al menor una posibilidad cierta de vivenciar nuevas formas de
relacionamiento en un clima de respeto y aceptación pero donde los límites
también juegan un rol fundamental.
Otra novedad del
nuevo Plan de Salud Mental del MSP, es la creación de los Grupos de Intercambio
Adolescente e incluso la creación de Grupos Terapéuticos para Adolescentes. La
experiencia grupal, para cualquier persona, pero máxime para los adolescentes,
implica una serie de factores curativos muy importantes. No debemos olvidar que
nuestra personalidad comienza a desarrollarse en un grupo primario: la familia,
por lo que la experiencia grupal puede ayudar y mucho en ese sentido dado que
permite realizar una correcta recapitulación de nuestras vidas al permitirnos
proyectar en el grupo nuestra experiencia con padres y hermanos y de esa forma
reordenar y corregir los aspectos insalubres de la misma. La experiencia grupal
permite además la universalización de la experiencia humana y de esa forma
aliviar el sentimiento de soledad que por lo general acompaña a estas
conductas, a la vez que proveen al menor de un espacio de continentación y
encuentro donde poder revalorizarse, expresarse y aprender nuevas formas de
relacionamiento interpersonal.
Por último, no
podemos cerrar este artículo sin referirnos a un aspecto nada menor de esta
problemática que la denominada Posvención o apoyo a los sobrevivientes de un
suicidio que comprende a todos aquellos que hayan estado en contacto con la
persona que se suicidó. No debemos olvidar que estas personas atraviesan un
duelo con características muy especiales donde predominan sentimientos de
culpa, desolación, impotencia y enojo al sentir que no pudieron visualizar y
prevenir el problema. En estos casos es fundamental un diagnóstico
especializado que permita determinar cuál es la intervención más adecuada y
realizar un seguimiento mínimo de un año.
Esto implica
también a la Institución Educativa a la que concurría el menor, a sus
compañeros, docentes, personal de servicio y a todos aquellos con quienes se
vinculaba y donde además es muy importante capacitar al personal en general
para detectar a otros alumnos en situaciones de riesgo, reducir el daño y
prevenir la posibilidad de conductas imitativas.
A modo de
cierre, es muy importante a los efectos de modificar esta triste realidad que
todos y cada uno asumamos que, con la capacitación adecuada, podemos ser
promotores de conductas y hábitos saludables que permitan el fortalecimiento de
los factores de protección individuales y sociales.
Bibliografía
recomendada:
“¿Cómo evitar el suicidio en
adolescentes?” Prof.
Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero
Guías de prevención y detección de factores de riesgo de conductas suicidas Ministerio de Salud Pública - Dirección general de la salud - Programa Nacional de Salud Mental