viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Por qué fumamos?

Artículo publicado en Opción Médica de Agosto


Siempre me he preguntado qué es lo que hace que, a pesar de que hoy en día nadie desconoce las graves consecuencias para la salud que el fumar ocasiona, cueste tanto dejar el cigarrillo. Y en esto no podemos hacer distinciones. Ni por edad, ni sexo, ni clase social, ni nivel educativo, la dificultad para dejar de fumar atraviesa de forma trasversal toda la sociedad.
A lo largo de los años que trabajo en Tabaquismo, han venido a nuestra consulta desde adolescentes a personas de edad muy avanzada, desde personas que apenas terminaron la escuela a docentes universitarios. Es muy llamativo que dentro de los trabajadores de la salud, y aquí incluyo desde los administrativos o auxiliares de servicio, hasta los médicos, todavía existan tantos fumadores. En estos últimos años he estado, junto a las dos médicas con las que trabajo, a cargo de los cursos sobre tabaquismo en nuestra Institución en el marco de la capacitación que el Ministerio de Salud Pública exige impartir a todo el personal. Pero además, la gran mayoría de los que trabajamos en instituciones de asistencia médica tenemos contacto directo con los estragos que el tabaco genera en la salud de las personas. Sin embargo, basta pasar por las puertas de cualquier institución de este tipo para ver fumando a personas fácilmente identificables como personal de la misma.
Hace un tiempo llegó a nuestra consulta un médico, profesor grado 5 en la Facultad de Medicina, jefe de departamento en la institución en la que trabaja, que acababa de ser dado de alta de una internación a raíz de un accidente vascular que lo tuvo varios días internado en el CTI, que, a pesar de tener más que claro que el cigarrillo para él estaba absolutamente prohibido, no solo no había dejado de fumar, sino que luego de la internación, durante la que obviamente no fumó, estaba aumentando el consumo. Recuerdo claramente como me decía “yo sé todo lo que me va a decir, nadie sabe mejor que yo lo dañino que es el cigarrillo, ni nadie pelea más que yo para que sus pacientes dejen de fumar, pero no puedo con él”
La idea de que el tabaquismo es una adicción, si bien no es nueva, ho ha sido fácilmente aceptada. Hace unos 10 años participé de unas jornadas sobre tabaquismo en el Sindicato Médico del Uruguay y en una de las ponencias, dos colegas que trabajaban en esa institución contaron las resistencias que habían encontrado de parte de muchos médicos cuando, en medio de talleres sobre adicciones, habían incluido el tema. Y si eso pasaba entre los propios médicos, que podíamos esperar de la población en general. De hecho, aún hoy, con toda la información disponible al respecto, a muchos fumadores, por no decir a la mayoría, les rechina enormemente admitir la idea de considerarse un adicto.
En la institución en que trabajo, durante mucho tiempo compartimos el espacio físico con el equipo que trabaja con todas las otras adicciones y a más de un paciente no le causaba ninguna gracia compartir la sala de espera con otros adictos, entre otras cosas, porque no se identificaban con ellos.
Esta dificultad para asumir al tabaquismo como una adicción es una de las razones por las que le cuesta tanto a los fumadores solicitar ayuda para solucionar su problema, aunque por suerte, esta tendencia está cambiando y cada vez son más las personas que concurren a nuestras policlínicas de cesación para solicitar nuestros servicios.
A diferencia de lo que cree mucha gente, sobretodo los no fumadores, yo creo que esta es una de las adicciones más complejas que existen dada la multiplicidad de factores que intervienen en ella.
Muchas son las corrientes dentro de las Ciencias Humanas que plantean la necesidad de ver al hombre como un ser bio-psico-socio-cultural y yo agregaría, espiritual, donde todos estos aspectos interactúan de forma permanente sin que ninguno sea más importante que el otro y donde, al decir de la Psicología de la Gestalt, “el todo es más que la suma de las partes”. Pues bien, la adicción al tabaco involucra todos esos aspectos y de eso es de lo que me ocuparé en las próximas líneas.

Bio

Sabido es que la nicotina es una de las sustancias más adictivas que existen. Hoy día se habla que la única que la superaría en este sentido es la pasta base de cocaína. La adicción a la nicotina cumple con todos los requisitos exigidos por ejemplo, por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales conocido como DSM-IV dado que, en primer lugar, el individuo continúa consumiendo a pesar de reconocer los problemas que esta sustancia le causa, pero además, existe un padrón de autoadministración repetida que lleva a la aparición de los fenómenos de tolerancia, síndrome de abstinencia ante la supresión del consumo y consumo compulsivo de la sustancia.
La eficacia de la nicotina está dada, entre otras cosas, por la rapidez de su efecto. La nicotina inhalada en el humo del cigarrillo, tarda de 8 a 10 segundos en llegar al cerebro y lograr su efecto. Una vez allí, es captada por los receptores nicotínicos, neurotrasmisores ubicados en el encéfalo, en el nucleo accumbens, llamado también “centro de placer” y que es donde actúan las demás drogas psico activas  y en el locus ceruleus, estimulando la liberación de dopamina y noradrenalina y generando de esa forma los efectos placenteros y de sedación que implica este consumo.
Ahora bien, de la misma forma que una vez inhalada, los efectos de la nicotina son prácticamente instantáneos, también pasan muy rápido, por lo que, al poco tiempo, el fumador necesita volver a consumir para restablecer el equilibrio que estos efectos generan en él.
Por otra parte, cuanto más fuma una persona, más receptores nicotínicos activa, por lo que la nicotina de un cigarrillo tiene un menor rendimiento en su cerebro y por ende necesita aumentar el consumo.
Y aquí es donde observamos los tres fenómenos arriba mencionados. El organismo originalmente no está preparado para recibir la nicotina y por eso los primeros cigarrillos generalmente nauseas o mareos, pero rápidamente se genera la tolerancia con la cual estos síntomas desaparecen y crece la necesidad de consumo.
Si el organismo deja de recibir nicotina y por lo tanto disminuye la concentración en sangre de la sustancia, aparece el llamado síndrome de abstinencia, con síntomas como el “craving” o deseo irresistible por fumar, estado de ánimo disfórico o depresivo, insomnio, irritabilidad, frustración o ira, ansiedad, dificultades de concentración, inquietud o impaciencia, disminución de la frecuencia cardíaca o aumento del apetito o deseo de dulces que puede llevar al aumento de peso, todo lo cual genera problemas en prácticamente todos los aspectos de la vida de la persona. Y todo esto lleva al tercer requisito necesario para definir la adicción, el consumo compulsivo. Todo esto implica un verdadero “circuito de recompensa”: consumo – efecto – (tolerancia)- perdida de los efectos – (síndrome de abstinencia) – necesidad de volver a consumir (compulsión).
La adicción a la nicotina es definida por la Organización Mundial de la Salud como una “enfermedad crónica con tendencia a la residiva (recaída) y esto se debe en gran medida, al hecho  de que, una vez que las personas dejan de fumar, los receptores nicotínicos quedan en estado de latencia, por lo que, basta que ingrese nuevamente nicotina al organismo para que todo el circuito se vuelva a activar. Por eso es de fundamental importancia que el fumador tenga muy claro que, una vez que logra la abstinencia, tiene que evitar la primer pitada.

Psico

Desde el punto de vista psicológico, la adicción al tabaco implica una multiplicidad de factores.
Por un lado tenemos los aspectos comportamentales. Una de las características que tiene la conducta de fumar, es que rara vez se realiza sola. Generalmente se fuma mientras se toma mate, se lee, se trabaja en la computadora, se mira la TV, se espera el ómnibus, se va al baño. La lista es interminable. Y esto hace que se generen reflejos condicionados donde la realización de cualquiera de esas conductas dispara automáticamente el deseo de fumar. Por eso, en todo tratamiento en que deseemos obtener resultados realmente sustentables, es fundamental trabajar para detectar y romper todas esas asociaciones o condicionamientos.
Pero no solo las conductas se asocian a la de fumar, también las emociones, y entonces, fumamos cuando estamos ansiosos o aburridos, cuando estamos tristes, pero también cuando estamos contentos. Tanto se fuma en un velorio como en una fiesta, cuando estamos ansiosos esperando una llamada importante o a alguien que no llega, como cuando estamos en un asado con amigos o cuando miramos la puesta del sol en la rambla junto a la persona amada.
Y para complejizar aún más el problema, mucho es lo que los fumadores depositan en el cigarrillo. Para muchos el cigarrillo es una herramienta de afrontamiento, la persona se siente más segura si al estar frente al alguien que le genera ansiedad, tiene un cigarrillo entre los dedos. Para otros es una compañía. Es común observar como las personas que viven solas tienden a fumar más en la tardecita o en la noche, cuando la soledad se hace más notoria.
Un cigarrillo muy común es el que encontramos, sobre todo en las mujeres, al final del día, cuando termina la jornada y ya está todo pronto para el nuevo día, acompañando el momento de relax y distención previo a ir a descansar.
En estos casos, es fundamental lograr que la persona tome contacto con que lo que en realidad necesita es ese momento y que el cigarrillo no es más que la excusa para tenerlo, y de esa forma, lo mantenga sustituyendo el cigarrillo por algo que le resulte igualmente gratificante.
Algo similar se observa, por ejemplo, en personas que tienen actividades muy estresantes por lo que cada tanto necesitan un corte y el salir a fumar le brinda la excusa perfecta. Obviamente, si efectivamente queremos que la persona deje al cigarrillo, es fundamental ayudarle a concientizar estos mecanismos y que pueda satisfacer su verdadera necesidad dejando de lado la excusa.
Un aspecto sumamente importante que involucra tanto lo orgánico como lo psicológico, es lo que tiene que ver con la cesación del consumo y el aumento de peso. Como veíamos más arriba, este es uno de los síntomas que incluye el síndrome de abstinencia. Si bien es real que la nicotina tiene un efecto anorexígeno, no es menos importante el problema de la ansiedad que la persona antes canalizaba por el cigarrillo y que, al estar en abstinencia, es muy fácil caer en la tentación de canalizar a través de la comida, que, al igual que la nicotina, también entra por la boca. No debemos olvidar además el hecho de que por lo general las personas sienten verdadero placer al fumar y posiblemente no lo dejarían si no les hiciera daño, por lo que la cesación implica un verdadero sacrificio y por lo tanto la persona necesita alguna forma de gratificación y la más fácil y rápida de conseguir es precisamente la comida. Y para peor, los alimentos que más gratifican son justamente los que más engordan.
En resumidas cuentas, la adicción psicológica exige no solo un cambio a nivel de las conductas, sino también, un verdadero cambio a nivel de la conciencia de la persona para que la abstinencia sea efectivamente sustentable.

Socio

Todos los estudios son coincidentes en el hecho de que la edad de inicio del consumo oscila entre los 13 y los 16 años. Un poco antes en los varones, un poco después en las mujeres, todo apunta a indicar que el inicio del consumo coincide con la entrada en la adolescencia y el ingreso a la enseñanza secundaria, con todo lo que ello implica desde el punto de vista evolutivo. Esta es la etapa además donde lo social pasa a tener un peso determinante en la adquisición de determinadas conductas y donde los fenómenos de identificación con los iguales y necesidad de pertenencia al grupo son fundamentales en el desarrollo de la personalidad. Nuevamente aquí vemos como los diferentes aspectos de este problema como lo social, lo psicológico y lo cultural  se entrecruzan complejizando el abordaje del mismo.
Pero no solo en la adquisición de la conducta de fumar lo social tiene un lugar determinante, sino también en el mantenimiento de la misma. Por lo general el fumador tiende a aumentar notoriamente su consumo cuando está con otros fumadores. Hasta que entró en vigor la prohibición de fumar en lugares públicos, el consumo de las personas en, por ejemplo los lugares bailables, aumentaba significativamente. Lo mismo pasa en una reunión con amigos fumadores, en espectáculos al aire libre, etc. Algo que observo muchas veces en la consulta es la presión que sienten muchas personas cuando, al decidir dejar de fumar, tienen que decir que no a sus compañeros de trabajo fumadores cuando estos les invitan a “salir a fumar” en el descanso del trabajo. En muchos casos esa presión es realmente difícil de manejar y puede incluso ser decisiva en el éxito del tratamiento. Un elemento muy importante a tener en cuenta es que, hasta no hace mucho tiempo, la conducta de fumar no solo era socialmente aceptada, sino incluso estimulada. No podemos olvidar que hasta hace menos de cinco años, permanentemente éramos bombardeados con publicidad en todos los medios posibles, que trataba de convencernos que fumar era lo mejor que podíamos hacer para ser más felices, para ser triunfadores o tener éxito con el sexo opuesto. Y todo ese condicionamiento que todos estos estímulos van generando en la historia de la persona, no se erradica de un día para el otro.
Por suerte, la conciencia social que se ha ido generando en la población en los últimos años acerca del daño que el consumo de tabaco tiene para la salud y la reivindicación cada vez mayor de los no fumadores de su deseo de respirar un aire libre de la contaminación del humo de tabaco, va implicando cambios profundos en los padrones sociales. Por poner un ejemplo, cada vez son más las personas que deciden concurrir a clínicas especializadas como la nuestra a solicitar ayuda desafiando las opiniones de su entorno. Y otro, el trabajo que se viene haciendo, sobre todo con los niños, en los centros educativos, hace que cada vez más padres sientan la presión de estos y decidan de esa forma dejar el consumo.

Cultural

“Fumar es un placer genial sensual
fumando espero la mujer que yo quiero
tras los cristales de alegres ventanales
y mientras fumo mi vida no consumo
por que tocando el humo me suelo adormecer”

Dice la primer estrofa del tango “Fumando espero” de Juan Viladomat Masanas y Félix Garzo, que incluso tiene una versión grabada por la famosa actriz y cantante argentina de los 50´ Libertad Lamarque.
Quién no recuerda la ya mítica escena final de la película Casablanca en la que Humphrey Bogart observa el avión en que parte su amada Ingrid Bergman cigarrillo en mano. Este actor es reconocido, más allá de por su éxito y sus dotes actorales por ser un fumador empedernido. Incluso cuando fue tapa de la revista Time, fue retratado con un cigarrillo en la boca.
Muchas son las fotos emblemáticas donde Ernesto “Che” Guevara aparece con su clásico habano. Y esto son solo unos pocos ejemplos de cómo el cigarrillo es asociado a iconos de nuestra cultura. Se dice que, una vez que dejó de fumar, Paul McCartney solicitó que, Photoshop mediante, fuera eliminado el cigarrillo que tenía en su mano en la mítica foto en la cebra que sirve de portada al disco Abbey Road y seguramente no fue por un mero capricho.
El cigarrillo y el tabaco en general han estado íntimamente asociados a nuestra cultura. Es más, no debemos olvidar que la planta de tabaco es originaria de América y que su consumo está íntimamente ligado a las culturas autóctonas.
Por eso, la industria tabacalera ha apelado recurrentemente en sus publicidades a los iconos culturales siendo tal vez el ejemplo más emblemático el cowboy de la conocida marca Norte Americana prendiendo un cigarrillo montado en su caballo en maravillosos paisajes que nos remiten a sentimientos paz y libertad.
Aquí, en nuestro país, varias marcas apelaron con sus nombres a arquetipos muy caros a nuestra cultura.
Recuerdo nítidamente una publicidad que veía en mis primeros años de adolescencia de una marca que aún existe y que apostó, y sigue apostando, al público femenino. Este spot estaba ambientado a principios del siglo pasado y en ella una joven, elegante y muy bonita mujer, caminaba por las calles de una ciudad, entraba en una especie de café donde solo había hombres y ya sentada, generaba el estupor de los presentes al encender un cigarrillo. Eran finales de los 60 y principios de los 70, plena revolución sexual y de irrupción de los movimientos feministas, y en esa publicidad, una mujer desafiaba y dejaba estupefacto al “mundo de los hombres”. Esta marca no ha dejado nada librado al azar, desde el tamaño del cigarrillo hasta el empaque, todo ha sido pensado para captar el público femenino. Y ni que hablar de los eslóganes que se han usado en sus campañas a lo largo de los años. “Usted ha recorrido un largo camino, muchacha” de los años sesenta en una clara alusión a la lucha de las mujeres en la reivindicación de sus derechos, a “Es un asunto de mujeres”, o “Un cigarrillo hecho a tu medida”, son solo alguno de ellos.
Por eso, quienes trabajamos en tratamientos para lograr la cesación no podemos dejar de tener en cuenta los padrones culturales y de sub cultura que la persona que llega a nosotros maneja si queremos ser realmente eficaces en nuestra intervención.

Espiritual

Si bien este es un aspecto muy poco considerado, creo que no es menor y debe ser tenido en cuenta. Como decía anteriormente, el tabaco está íntimamente ligado a las culturas autóctonas de nuestro continente. Para estas tradiciones ancestrales, que además están teniendo un fuerte resurgir en estos tiempos, y nuestro país no escapa a ello, el tabaco es una planta sagrada que se utiliza en distintos rituales tanto de sanación como de comunicación con los demás y con la entidad superior.
Dentro de tradiciones como la Umbanda, el tabaco es considerado como una “hierba de poder” y es utilizado también aquí en distintos rituales de sanación y limpieza o como ofrenda.
He tenido oportunidad de participar en rituales de distintas tradiciones y observar el papel importante que el tabaco tiene en ellas.
Tal vez muchos estén familiarizados con la famosa “pipa de la paz” tan común en las películas del oeste americano como la clásica “Danza con lobos”, pero tal vez no todos conozcan la fuerte implicancia espiritual de este ritual.
En todas estas tradiciones espirituales existe el consenso de que el problema está en la profanación de esta planta sagrada que se produce con su industrialización y no en la planta en si. En los distintos agroquímicos que se utilizan en su cultivo intensivo o en las diferentes sustancias que se le agregan en el proceso industrial y que son las responsables de esas más de 4.000 sustancias tóxicas presentes en el humo y que son las que producen el verdadero daño a la salud.

Como es fácil observar, ninguno de estos aspectos debe considerarse de forma aislada. Como decía más arriba, “el todo es más que la suma de las partes”, y ninguno de estos elementos es más importante que el otro, por lo que debemos considerarlos seriamente si realmente queremos lograr resultados no solo eficaces sino también sostenibles en el tiempo.

lunes, 1 de agosto de 2011

El enfoque gestáltico en la psicoterapia institucionalizada - Segunda Parte



Artículo publicado en Revista Opción Médica del mes de julio

 
Quiero retomar el concepto con el que terminé la primer parte de este artículo en el número anterior: el sutil equilibrio que el terapeuta gestáltico debe mantener a lo largo del proceso terapéutico entre el apoyo y la frustración. Nunca debemos perder de vista que la persona que llega a nuestros consultorios en busca de nuestra ayuda, es una persona sufriente, alguien que sufre porque no logra superar los obstáculos que le impiden realizarse y ser feliz, por lo que es muy probable que acuda a nosotros buscando que le demos las soluciones que necesita. No confía en su auto-apoyo, su propia capacidad de salir adelante y coloca en nosotros ese poder. Como decía anteriormente, en terapia gestáltica sabemos y confiamos en la capacidad de la persona de auto-regularse, de lograr su auto-actualización, por lo que no debemos permitir que el paciente sienta que nuestro apoyo se debe a que consideremos que sea muy débil para apoyarse en sí mismo, sino todo lo contrario. El terapeuta gestáltico demuestra su apoyo a través de su compromiso, su actitud amorosa, su disponibilidad, su apertura y su escucha atenta, pero también frustrará todo intento del paciente de manipular la situación para lograr no hacerse cargo de su responsabilidad para consigo mismo y su proceso de cambio. Y aquí quiero hacer un comentario acerca de algo que se ha convertido en una especie de latiguillo de todos aquellos que critican a nuestra corriente si tener mucha idea de qué se trata y que es la falsa concepción de que “los terapeutas gestálticos son aquellos que te abrazan y te soban la espalda”, concepto que he escuchado en “círculos académicos” pero también en programas humorísticos en la radio. Si bien es cierto que muchas veces abrazamos a nuestros pacientes y que esto es algo que muchos colegas, sobretodo de orientaciones más tradicionales, no ven con muy buenos ojos, lejos de ser una banalización de la psicoterapia como parece inferirse de las críticas, tiene un claro sentido de herramienta terapéutica. El abrazo gestáltico tiene esa clara finalidad y a través del él, el terapeuta intenta trasmitir al paciente su actitud “aquí y ahora”, su presencia disponible y atenta hacia él. Por eso es de fundamental importancia, no abusar del recurso. A lo largo de todos estos años, he observado la enorme utilidad de esta herramienta, cuando es bien utilizada. Sé que algunos colegas pueden, por sus características personales, abusar de este recurso y eso lleve a una mal interpretación del mismo. Y aquí aprovecho a hacer autocrítica, los terapeutas gestálticos hemos sido históricamente reacios a la teorización y a plasmar lo que hacemos en el papel, y es así como si uno recorre los escaparates especializados de cualquier librería, encontrará muchísimo material de las demás corrientes y poco y nada de la nuestra, lo que nos ha llevado a que mucha gente desconozca de qué se trata nuestro abordaje y de cómo es nuestra forma de hacer terapia, y de ahí mi interés por aprovechar esta excepcional oportunidad que me brinda la revista.
Pero volviendo a la frustración, cuando ésta se da en un contexto amoroso, con sentido, apunta a un enriquecimiento de la relación y a llevar a ésta y al paciente a un lugar de mayor salud y libertad.
No podemos olvidar que, más allá de bloquear el desarrollo de la persona, la neurosis actúa como un verdadero mecanismo de supervivencia que la persona ha necesitado aprender para vivir y conseguir cosas, y que responde a una historia personal determinada, y por lo tanto, aunque ya no resulte eficaz, tiene como beneficio secundario la seguridad de lo conocido. Por lo que para que haya progreso, es imprescindible que algo de esa estructura tenga que ceder y para que esto ocurra, muchas veces es necesario la frustración y confrontación de esas formas de funcionamiento, siempre en un contexto de contención, aceptación y apoyo. No olvidemos que, cuando uno frustra con implacabilidad, por lo general cuestiona aspectos nucleares de los esquemas de funcionamiento del paciente por lo que también se ponen en juego todas sus resistencias, y esto genera fricciones que pueden poner en juego el propio vínculo terapéutico, por lo que es fundamental que dicho vínculo esté lo suficientemente fuerte como para resistir esos embates e incluso salir fortalecido de los mismos.
En terapia gestáltica no trabajamos con diagnóstico; no porque dudemos de la utilidad de los mismos, sino porque creemos en la necesidad de tener, por parte del terapeuta, una mirada que vea al otro con una visión no interferida por pre-conceptos ni prejuicios de ningún tipo, sin ninguna hipótesis sobre lo que vamos a encontrar y que nos pueda condicionar a la búsqueda de su confirmación. Creemos en la necesidad de un vacío conceptual que facilite ver más allá de lo que debería haber. Como dice el terapeuta gestáltico catalán Joan Garriga, “si no hay una intención de búsqueda en el mirar y el escuchar, si no hay un querer encontrar algo, entonces aparece todo como relevante y genuino aún hasta lo más pequeño”.
En terapia gestáltica vemos a la persona como un todo y por lo tanto trabajamos para lograr la integración de las distintas partes en conflicto. No es posible lograr la auto-regulación y el auto-apoyo si la persona no logra integrar y respetar todos los aspectos, contextos y partes de sí mismo. Cuando excluimos, cuando rechazamos aspectos de nosotros mismos, todo lo excluido busca abrirse camino y ser representado generalmente de modo problemático, como por ejemplo a través de la enfermedad, tanto física como psíquica, emocional o espiritual.
Otro aspecto nada menor a tener en cuenta en todo proceso terapéutico, tiene que ver con el sistema de creencias que maneja la persona. Todos vamos generando a través de nuestra historia creencias de distintos tipos, algunas heredadas, otras adquiridas, otras que responden a la interpretación de los hechos que vamos haciendo y no necesariamente a los hechos mismos. Toda creencia genera emociones y éstas a su vez van coloreando nuestra visión de la realidad. Sabido es que todos estructuramos nuestro campo perceptivo a partir de nuestros intereses y también del sistema de creencias que manejamos; por eso una visión pesimista de la realidad, por el contrario, una visión idealizada o falta de sentido común, también pueden generar obstáculos en nuestro camino hacia la realización y la felicidad.
El Método C.M. Maultsby de la facultad de medicina de la Universidad de Howard, puede ser de gran utilidad en este sentido. El mismo consiste en realizar al paciente cinco preguntas que permiten determinar qué tipo de creencias maneja:

1.- Esta creencia, ¿me ayuda a proteger mi vida y mi salud?

2.- ¿Me ayuda a alcanzar los objetivos que me he fijado a corto y largo plazo?

3.- ¿Me ayuda a resolver o a evitar mis más difíciles conflictos (ya sea que se trate de conflictos internos o con otras personas)?

4.- ¿Me ayuda a sentirme como me quiero sentir?

Y si el caso lo requiere, preguntar también:

5.- ¿Se basa en hechos esta creencia?

Si responde que sí a tres o más de estas preguntas, entonces se considera que la creencia es relativamente sana. Si hay menos respuestas afirmativas o no hay ninguna, es importante que la persona cambie su creencia por otra más saludable.
Ahora bien, ningún cambio a nivel de las creencias tiene realmente eficacia si no va de la mano con la experiencia, por eso, en la terapia gestáltica la experimentación, tanto en el consultorio como en la vida misma, es fundamental.
La terapia gestáltica es una terapia dialogal que sigue el modelo Yo-Tú por lo tanto es una terapia de contacto y de relación. Fritz Perls habla de un campo unificado entre organismo y ambiente, es decir, este abordaje no concibe a la persona separada de su ambiente. El enfoque gestáltico es un enfoque holístico, y eso implica que no podemos desconocer bajo ningún concepto que el paciente es parte de distintos sistemas: su familia, su trabajo, su lugar de estudios, su comunidad, y por lo tanto, sus interacciones con esos sistemas influyen en su realidad y en la de los sistemas. Como diría el gran filósofo español José Ortega y Gasset, “uno es uno y sus circunstancias”
Por otra parte, cada vez somos más los terapeutas gestálticos que consideramos sumamente necesario conocer de dónde viene el paciente, cómo es su núcleo familiar, cómo son sus vínculos con los demás integrantes del mismo y entre ellos, y hacia atrás, hacia las generaciones anteriores tratando de detectar esas “lealtades invisibles” que se van tejiendo en el sistema e influyen, en muchos casos de manera decisiva, en el Aquí y ahora. Como dice Joan Garriga, “según el modelo sistémico, el sistema que más influye en la persona es la familia y la red de vínculos familiares a la que pertenece y la hipótesis principal afirma que los estados anímicos, vivencias, problemas, guiones de vida y destino de las personas se explican y se resuelven si se encara la posición que la persona ocupa en dicho sistema” Y para esto, una herramienta de gran utilidad es el “genograma” donde se va construyendo una suerte de árbol genealógico y donde se presta especial atención a todo lo vincular.
Para terminar me gustaría compartir un caso en el que me tocó trabajar y que creo sintetiza todo lo aquí expresado.
Hace un tiempo llegó a mi consulta una señora en el entorno de los cuarenta años que venía derivada por su psiquiatra tratante a raíz de una crisis depresiva. Desde el primer momento se le veía muy angustiada, con una expresión de mucha tristeza y abatimiento. Cuando le pregunté si podía asociar su estado a algo puntual, me contó que había comenzado cuando se enteró que su hijo de 17 años era homosexual. Acto seguido se puso a llorar desconsoladamente. Poco a poco me fue contando que tenía 2 hijos, que éste del que me había hablado era el menor; que estaba separada desde hacía muchos años, que el padre de sus hijos era una figura prácticamente ausente por lo que ella se había visto en la necesidad de cubrir los dos roles, que eso le resultaba sumamente desgastante y que, para poder sostener a la familia y darle a sus hijos lo mejor, había tenido que tomar dos trabajos, por lo que era muy poco el tiempo que estaba en su casa, y además, como llegaba muy cansada, el tiempo que estaba con sus hijos, no era de la calidad que ella quisiera.
Todo esto, que lo fue contando en nuestro primer encuentro, me fue permitiendo ir haciendo una composición de lugar que me permitía inferir, que detrás de su angustia estaba el dolor y la frustración que le generaba el saber de su hijo “diferente”, pero además, mucha frustración y sobretodo mucha culpa por el tipo de vida que había llevado hasta el momento que, de alguna forma, ella sentía era la causante de lo que pasaba con su hijo.
Era evidente que la noticia de su hijo había generado en esta mujer una verdadera hecatombe que le movía toda su estructura y le hacía cuestionamientos muy profundos, pero contábamos solo con 24 sesiones por lo que no nos podíamos embarcar en un proceso de revisión de su vida, sino que teníamos que plantearnos objetivos concretos y alcanzables. En todo caso, el éxito del trabajo que hiciéramos juntos podría generar en ella la necesidad de iniciar un proceso de otro tipo a posteriori.
Lo primero que le propuse fue centrarnos en lo que sentía respecto de su hijo aquí y ahora. Como era de esperar, lo primero que surgió fue la pregunta de “¿Qué hice mal?” y acto seguido sus miedos. Ante esa pregunta le pedí que me contara cómo era su hijo y me habló de un chico muy bueno, sumamente afectuoso, responsable, buen estudiante, con metas claras y, sobretodo, muy buen hijo, así que mi comentario fue “parece que no has hecho las cosas tan mal” y allí conocí su sonrisa.
A la sesión siguiente le propuse trabajar sobre las fantasías que le generaba la condición de su hijo. Ella aceptó y, como era de esperar, todas eran negativas. Como se podía intuir, el sistema de creencias que esta persona tenía acerca de la homosexualidad y de la vida que un homosexual pudiera tener, jugaba un rol decisivo. Tenía una visión sumamente negativa y pesimista acerca de estos dos aspectos y fue necesario cuestionar y confrontar fuertemente estas creencias para que pudiese comenzar a ver a su hijo desde otro lugar, por cierto mucho más saludable, que le permitiera, por un lado, aceptar a su hijo y volver a verlo como un todo y no solo su condición, y por otra, liberarse de sus culpas y aliviar su angustia.
En una sesión posterior me contó que su hijo le había dicho que no se preocupara, que nunca iba a tener pareja porque nunca se separaría de su lado, que siempre iba a estar con ella, por lo que le pregunté que sentía al respecto, a lo que me contestó que no quería eso, que quería que su hijo hiciera su vida, que fuera feliz. Ella sentía, y seguramente no estaba muy alejada de la realidad, que su hijo se sentía en deuda con ella por todo lo que había hecho por él y su hermana, y esa lealtad le llevaba a renunciar a un proyecto personal. Esto le angustiaba aún más por lo que vimos la necesidad de que hablara con su hijo, que le expresara lo que sentía al respecto y de esa forma, lo habilitara a buscar su felicidad. Y así lo hizo, con tan buen éxito que poco tiempo después se enteró que estaba conociendo a alguien, lo cual nos enfrentaba a la posibilidad de otro momento crucial, si todo marchaba bien entre su hijo y esa persona, más temprano o más tarde iba a tener que conocerla, por lo que trabajamos mucho sobre eso. Así fue como a la sesión 19 llegó con la noticia que el domingo anterior había conocido a la pareja de su hijo y estaba realmente sorprendida, no sólo de cómo había podido pasar por el trance, sino también de lo bien que se sentía después de haberlo hecho. Pero además, se sentía sumamente feliz por lo bien y feliz que veía a su hijo. Como dice una de las leyes fundamentales de la Psicología de la Gestalt, “cualquier modificación en una de las partes afecta al todo”, por lo tanto, todo lo que fue cambiando mi paciente durante el proceso que hicimos juntos, no sólo le fue permitiendo revertir su angustia y depresión, sino que le permitió cambiar la percepción que tenía acerca de la homosexualidad y de esa forma vincularse de una manera mucho más fluida y saludable con su hijo, y a su vez le permitió a éste liberarse de esas lealtades que le impedían buscar su felicidad, sentirse aceptado, respetado y habilitado para encontrar su propio camino. Muchas veces pienso en lo interesante que sería tomar una foto de los pacientes al comenzar el proceso y otra al terminar porque es realmente fascinante observar cómo cambia la expresión de sus rostros. Este fue uno de los casos más notables en ese sentido. Cuando nos despedimos en la sesión de cierre, esta persona era realmente otra, estaba radiante, llena de vida y de ganas de vivirla y hasta se la veía más joven. Y creo no equivocarme si digo que cumplimos con creces los objetivos que nos planteamos al comenzar el proceso. De hecho, tuvimos nuestro cierre en la sesión 22.

lunes, 18 de julio de 2011

ALBERTO



Nota del autor: Este capítulo no estaba incluido en la edición original del libro que fuera publicada en Montevideo en febrero de 2004 debido a que en ese entonces aún no había tomado contacto con el protagonista del mismo y, por ende, no habían acaecido los sucesos que aquí se relatan. Dudé mucho si incluirlo o no, por un lado creo que Alberto y mi encuentro con él merecen un libro propio, y por otro, quería mantener el libro como una obra acabada. En cuanto al primer punto, llegué a la conclusión de que la inclusión de este capítulo para nada impide que en algún momento encare la realización de un proyecto más ambicioso. Pero lo más importante, creo que Alberto, con su sola presencia, y todo lo que mi encuentro con él ha generado, es perfectamente coherente con el contenido y espíritu original del libro y por lo tanto siento que lo enriquece.
Debo agradecer la inclusión del video a mi hija María Magdalena dado que es de su autoría.


   Hace un tiempo atrás llegó a mi consulta un joven de 17 años que llegó a mí por un problema de adicción a sustancias psicoactivas. Desde el primer momento quedó en evidencia la conflictiva relación que mantenía con sus padres separados desde que él era muy pequeño y que en gran medida lo había llevado al camino del que estaba intentando salir. Si bien había hecho progresos muy importantes que permitían alentar un buen pronóstico, le costaba mucho encontrar motivaciones que dieran sentido a su vida. En una sesión, me contó que antes de comenzar su recuperación, había sentido muchos deseos de quitarse la vida y que había pensado seriamente en hacerlo. Ante mi pregunta de qué sentía en esos momentos, me contestó que creía que ya había vivido todo lo que tenía para vivir, así que le pregunté si aún seguía pensando lo mismo a lo que me contestó que, si bien ya no pensaba en suicidarse, sí seguía creyendo que había vivido todo. Entonces recordé lo que tenía en mi bolsillo y así fue como tuvo en sus manos algo que probablemente nunca más vaya a ver y mucho menos tocar, una piedra de la Luna, traída a la Tierra por uno de los astronautas de la misión Apolo.
    La idea fue demostrarle en dos minutos cómo la vida es tan rica que siempre tiene algo nuevo para regalarnos y por lo tanto, nunca podremos decir que hemos vivido todo lo que teníamos a vivir mientras tengamos aliento. Una vez que me quedé solo, tomé la piedra en mis manos y mientras observaba su hermosura iba tomando contacto con la inconmensurble riqueza de la experiencia humana, nunca en mi vida había imaginado que iba a tener en mi poder durante una semana, un objeto de tamaño valor y mucho menos que iba a servir de herramienta terapéutica.
    Y recordé la noche en que con mis padres observábamos asombrados en el viejo televisor Silvania, a  Neil Armstrong dando su “pequeño paso para el hombre pero gran paso para la humanidad” ¿Cómo podía imaginar que, tantos años después, una de esas piedras que él estaba tocando iba a pasar por mis manos y servir para que un adolescente de este pequeño país comprendiera que la vida tendrá siempre algo con que sorprendernos y que eso es una de las cosas que la hacen más maravillosa? 
    Y la maravilla no está solo en haber sido portador momentáneo de esa bellísima piedra, sino en cómo ella llegó a mí.
    Mi primer contacto con Alberto Zapicán fue telefónico a fines del 2001. Poco tiempo antes había comenzado a padecer de una hernia de disco que si bien en esos momentos había comenzado a ceder en sus efectos, hubo épocas en que los dolores eran tan insoportables que no había analgésico que los calmara y me habían hecho temer seriamente en no poder volver a tener una vida normal. Fue a raíz de esto que Tere, una de mis más queridas amigas, me habló primero y facilitó el teléfono luego, de quien ella creía que podía ayudarme mucho. Poco tiempo después tengo una charla con otra querida amiga a la que no veía desde hacía un tiempo y cuando le comento de la recomendación de Tere, me cuenta que había estado con un problema muy importante de salud y que gracias a este hombre lo había superado de manera cuasi milagrosa, así que me decidí a llamarlo. Pero esa vez no tuve suerte, muy posiblemente el Intento había decidido que aún no era el momento. Pasó el tiempo, mi hernia fue molestándome cada vez menos, volví a tener una vida prácticamente normal, con algunas limitaciones que cuando me excedía me recordaban que mi adversaria seguía allí, hasta que, en la presentación de la primera edición de este libro, un querido amigo al que nunca hubiese asociado con Alberto, me habla de él y me expresa su deseo de ser quién nos presente. Pasó un año y los sincronísmos volvieron a marcarme el camino. Había comenzado a sufrir dolores de cabeza casi a diario y como he aprendido a conocer bastante bien los mensajes de mi cuerpo, entendí que era hora de buscar a alguien que me diera una mano. Concomitantemente tuve que ir a ver a este amigo con quién no estaba desde ese último encuentro y allí vi que era hora de volver a intentar el contacto con Alberto. Así que le pedí el teléfono a este amigo. Lo llamé y comenzó esta historia de la cual la piedra de la luna, el nuevo prólogo y esto que estoy escribiendo, son solo mojones de un camino que no tengo idea a donde llevará, ni cuan largo será, pero que hasta ahora ha sido absolutamente disfrutable y transformador.
    Como ya di cuenta en estas páginas, varios han sido los maestros y maestras que han pasado por mi vida dejando en mi diversas enseñanzas, pero si algo no esperaba al encarar este proyecto, es que encontraría a mi propio “don Juan”. Descendiente directo de charrúas, Alberto es un miembro activo de la nación indígena aunque, como el mismo dice, siempre ha estado con un pie en el mundo nativo y otro en el occidental. Alberto ha tenido una vida larga e intensa, va para los 85, parte importante de los cuales ha pasado viviendo en diferentes comunidades indígenas del continente. Es un verdadero sanador en todo el sentido de la palabra y puedo dar fe de ello sintiendo los efectos de su poder tanto en mi cuerpo como en mi alma.
    Ya desde nuestro primer encuentro Alberto “marcó la cancha”, como al pasar y sin estridencias iba diciéndonos a mi hija Silvina, que me acompañó ese día, y a mí, cosas que apuntaban a lo más profundo de nosotros mismos y que nos golpeaban directamente y lo más increíble, solo observándonos, sin que hubiésemos prácticamente hablado. Enorme fue mi asombro, por ejemplo, cuando con solo mirar a Silvina supo que al nacer había tenido problemas o de ciertos trastornos que la aquejaban para lo cual juntó unos yuyos que había a la vera del camino de ingreso a su casa para que se hiciera una tisanas que le han ayudado muchísimo, evidenciando que ve mucho más allá de la realidad aparente.
    Mucho es lo que hemos hablado y lo que ha hecho en nuestros encuentros, pero me interesa más que nada compartir algo que, además de lo que implicó para mi como aprendizaje, creo encaja perfectamente con el espíritu de todo lo que he venido desarrollando en estas páginas.
    En nuestro primer encuentro nos estaba hablando de su historia entre las dos culturas y de repente, como al pasar, como muchas de las cosas que él dice, dijo que la principal diferencia entre una y otra radica en que, en el mundo indígena, la gente se mueve “sin proyecciones ni expectativas, solo se vive”. Automáticamente sentí “¡esto es gestalt!, es precisamente lo que propone Perls”. El hecho es que Alberto conoce (¿?) muy poco de la Psicoterapia Gestáltica y mucho menos de su fundador, sin embargo, todo en él es sumamente gestáltico, y a su vez, también es profundamente castanediano. Nuevamente aparecen aquí los vínculos de conexión, los padrones que unen. Todo formando parte de la gran trama cósmica y yo ahí, disfrutando de todo ello.
    Pero volvamos al tema de las proyecciones y expectativas. Cuando el niño nace descubre que no puede satisfacer sus necesidades por si solo, no puede alimentarse solo, no puede trasladarse solo, si hace sus hace sus “necesidades fisiológicas” necesita quién lo limpie, etcétera, etcétera, y va descubriendo que todo eso que necesita está en el ambiente, en el mundo exterior, así que aprende a manipularlo. El llanto se convierte en su primer forma de comunicar sus necesidades al ambiente y, en la medida que va obteniendo satisfacción, el ambiente le va reforzando la idea de que ese es un medio válido. A medida que va creciendo va descubriendo que puede comenzar a satisfacer sus necesidades por si solo y también va descubriendo que muchas veces sus intereses se contraponen con los del mundo exterior y aparecen los primeros enfrentamientos. Es así como recuerda a su viejo aliado, el llanto, que, en la medida que no va dando resultados, se va convirtiendo en berrinche en todas sus variantes, incluido el famosos “espasmo del sollozo” que tan en jaque coloca a los padres.
    Concomitantemente con esto va aprendiendo que no solo él pretende cosas del ambiente, también este espera cosas de él y comienzan a aparecer las dichosas expectativas. Los padres esperan que se porte bien, que coma toda la comida, que los deje bien parados frente a los demás, las maestras esperan que sea un buen alumno, tranquilo, aplicado, sumiso, estudioso, y aparecen los premios si se comporta como se espera, o los castigos, desde los más burdos a los más sutiles, si no lo hace.
    A todo esto, ya desde que el niño nace se convierte en soporte de las proyecciones del ambiente. Cada parte de la familia busca en él parecidos que le permitan marcar la pertenencia, “es igualito al padre”, “tiene los ojos de la madre”, “salió a la abuela”. El padre que es un futbolista frustrado, le compra una pelota aunque apenas pueda caminar, lo lleva a la cancha, lo pone a practicar en un club, sin preocuparse mucho si al niño le gusta o no. Y ¡pobre de la niña a la que le guste más jugar al fútbol que con las barbies!, o del niño que se entretenga mucho jugando con sus compañeras, hermanas o primas. Y así va creciendo y las proyecciones comienzan a ser otras, “quiero que hagas una carrera porque yo tuve que salir a trabajar desde chico y no puede estudiar como hubiese querido”, o “ahora que te casaste no pierdas mucho tiempo que me muero de ganas por ser abuela”. Y ese joven que aprendió a necesitar la aprobación y el afecto se va haciendo cargo de todas esas proyecciones y expectativas y va dejando cada vez más de lado sus propias necesidades y deseos, convirtiéndose cada vez más en el ser que los demás esperan que sea y alejándose por lo tanto de su propia esencia. Pero además, como el ambiente va cambiando y con él sus expectativas y proyecciones, debe convertirse en una especie de camaleón que va “cambiando de color según la ocasión”, mimetizándose según el ambiente en que se encuentre.
    Ahora bien, como la persona va perdiendo cada vez más el contacto consigo misma, desconoce sus recursos y potencialidades y comienza a proyectar sus necesidades en el ambiente. Como duda de poder conseguir su propio alimento, espera que los demás se lo provean, como no ha aprendido a confiar en si mismo, o lo que es peor, le han hecho creer que no puede confiar en lo que siente, busca desesperadamente la seguridad afuera, en sus padres, en su pareja, en una institución, lo cual lo pone en situación de gran vulnerabilidad y lo lleva a generar relaciones de dependencia, del tipo que sean. Y como no conoce su propio poder personal, corre detrás de cualquier cosa que le haga sentir poderoso, el dinero, una posición social, un cargo, un título, en una carrera que lo termina consumiendo.
    En suma, vive deseando ser algo que no es, anhelando todo aquello que no tiene, buscando la felicidad en cualquier lugar menos donde realmente la puede encontrar que es su propio interior, como el personaje de “El Alquimista” de Pablo Coelho, recorre medio mundo buscando un tesoro que desde siempre estuvo bajo el suelo que pisaba. Como dice Fritz Perls, tamaña estupidez solo se ve en el ser humano, ninguna otra criatura pretende ser algo que no es, simplemente es. De eso se trata la “tendencia actualizante” de la que hablan Maslow y Rogers, o la “auto-actualización” de la que habla Perls, de que cada uno seamos lo que somos, que nos actualicemos en la mejor versión de nosotros mismos y no de algo que no somos, “es obvio que el potencial del águila se actualizará al surcar el cielo, lanzándose en picada atrapando animales pequeños, y construyendo nidos.
    Es obvio que el potencial de un elefante se actualizará en su tamaño, su fuerza y su torpeza.
    Ningún águila quiere ser un elefante, ningún elefante quiere ser un águila. Ellos se “aceptan” a sí mismos; se aceptan a ellos mismos. No. Ni siquiera se aceptan a sí mismos, ya que esto significaría posible rechazo. Se dan por sentados. No, ni siquiera es esto, ya que implicaría la posibilidad de ser otra cosa. Simplemente son. Son lo que son que son.
    ¡Qué absurdo sería si ellos, como los humanos, tuvieran fantasías, insatisfacciones y auto-decepciones! Cuán absurdo sería que el elefante, cansado de caminar por la tierra, quisiera volar, comer conejos y poner huevos. Y que el águila quisiera tener la fuerza y el cuero duro de la bestia”[1]
    Ahora bien, volviendo a Alberto y a nuestro primer encuentro. Luego de otros sucesos sumamente significativos que fueron demostrándome que estaba frente a alguien con un poder personal enorme, a un verdadero brujo, en todo el sentido que don Juan da al término, pasamos a trabajar sobre el motivo manifiesto de mi visita, mi hernia de disco. Así fue como, luego de unos masajes sumamente vivificantes, procedió a colgarme. Me hizo recostar sobre una camilla que estaba puesta vertical, me puso unos soportes en los tobillos que calzó en unos tubos en la parte inferior de la camilla y fue rebatiéndola hasta quedar horizontal primero para ir inclinándola haciendo que mi cabeza fuera yendo cada vez más abajo. Aunque todavía faltaba bastante para quedar vertical, comencé a sentirme mal, la sensación de pérdida del control era tan intensa que le pedí que me volviera a enderezar. Alberto me explicó que lo que había sentido era normal, que las primeras veces siempre ocurría, pero que las personas se iban acostumbrando. Luego de eso nos despedimos sin quedar más que con la expresión de deseo de volver a vernos.
    Los días que siguieron fueron difíciles para mí, mi cabeza iba a “mil por hora” tratando de digerir todo lo que había pasado en las escasas dos horas que duró ese primer encuentro, pero lo que hacía más figura era como me había sentido estando colgado. Por momentos me convencía de que lo mejor sería no volver, que no tenía necesidad de hacerlo, pero por otros sentía una gran atracción por ese hombre al que apenas conocía pero que tantas cosas me había movilizado. Hasta que decidí comentar lo que sentía con Ana, mi esposa, y, como siempre ocurre, me dio la respuesta justa, me dijo que si tantas resistencias a volver sentía, entonces era que tenía que hacerlo. Así que, con la convicción de que volvería, traté de darme cuenta de que era lo que tantas dudas me generaba y llegué a la conclusión de que todos mis temores a la colgada no eran más que “llamaradas de conciencia” cuya finalidad era generarme una preocupación que me permitiera evitar el contacto con lo que realmente me molestaba, el tema de las proyecciones y expectativas. Me di cuenta que estaba a punto de repetir una forma de funcionar que arrastro desde tiempos inmemoriales y con la que lucho denodadamente, proyectar mi necesidad de aprobación en aquellas personas a las que considero maestros. Cuando me encuentro con alguien en quien veo o intuyo cualidades especiales y la revisto de autoridad, automáticamente trato de convertirme en su “mejor alumno” y demostrarle que lo soy para de esa forma conseguir su aprobación y sentirme por lo tanto reconocido y valorado. Y ahora, al encontrarme con Alberto, estaba a punto de caer nuevamente en la tentación.
    Siento que esta ha sido una verdadera prueba del espíritu, lo pude ver, masticar, lo hablé con él, con Ana, y siento que, tal vez por primera vez en todos estos años, lo estoy digiriendo y modificando. Siento que estoy viviendo un verdadero encuentro, sin proyecciones ni expectativas, donde solo y ¡gracias a Dios!, no tengo más que ser y fluir. Y me acuerdo del querido Fritz y su célebre frase que diera lugar al magnífico libro de Barry Stevens, “no empujes el río porque fluye solo”, y sobretodo de su “oración gestáltica” que muchos critican pero que hoy siento en toda su dimensión:
Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas.
Y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú y yo soy yo.
Y si por casualidad nos encontramos es hermoso.
Si no, no puede remediarse.[2]
    De eso se trata mi encuentro con Alberto, yo no proyecto nada en él ni él en mí, por lo tanto ninguno de los dos espera nada del otro, solo nos encontramos y disfrutamos plenamente de ello, y eso lo hace maravilloso.



[1] Fritz PERLS, “Dentro y fuera del tacho de la basura”, pág. 14-15.
[2] Fritz PERLS, “Sueños y existencia”, pág. 16.

viernes, 13 de mayo de 2011

El enfoque gestáltico en la psicoterapia institucionalizada Primera parte


Artículo publicado en la revista Opción Médica del mes de abril

Como prometí en mi artículo del número anterior acerca de la atención psicoterapéutica en las Instituciones de Asistencia Médica Colectiva en el marco del Sistema Nacional Integrado de Salud, quiero en esta oportunidad detenerme específicamente en tratar de demostrar por qué considero que la Psicoterapia Gestáltica es un abordaje por demás eficaz en un encuadre como el que se plantea en una atención de este tipo.
Como también expresé en el artículo anterior, la atención psicoterapéutica tal como está planteada, el menos en la Institución a la que pertenezco y como parece ser el modelo que comenzará a regir a partir de la implementación del nuevo Plan de Salud Mental del MSP, implica un abordaje de tiempo definido, 24 sesiones en nuestro caso, que significa una diferencia fundamental con la psicoterapia tradicional que aplicamos en nuestros consultorios donde no hay un límite temporal y por lo tanto, paciente y terapeuta saben cuándo comienza el tratamiento pero no cuando termina. En este encuadre sabemos que tenemos un número máximo de sesiones para trabajar y eso implica la necesidad de un trabajo eminentemente focalizado, orientado a objetivos definidos y una economía de recursos terapéuticos mucho más afinada.
Ya en mi artículo del mes de noviembre pasado acerca de mi experiencia con el abordaje gestáltico en el tratamiento para la cesación del consumo de tabaco, también éste un encuadre de tiempo limitado con objetivos bien delimitados, intenté hacer un resumen de los aspectos fundamentales de la Psicoterapia Gestáltica que trataré de profundizar un poco más en este espacio.
Al igual que en las demás corrientes de la Psicología que integran la que se ha dado en llamar Tercera fuerza o Movimiento del Potencial Humano, en la Psicoterapia Gestáltica creemos en que, como decía Erik Berne, fundador del Análisis Transaccional, las personas nacen OK, es decir, creemos que todas las personas nacen con una vocación natural a la salud que se traduce en una tendencia natural al desarrollo, la autorregulación y la autorrealización. Que muchas veces las transacciones que la persona realiza con el ambiente en su transitar por la vida, van obstaculizando y desviando hasta generar, en muchos casos, un verdadero estrangulamiento de esa vocación natural hacia la integración y la armonía que se traduce en la patología. Un breve y simple ejemplo. El niño nace con una vocación natural a expresar lo que siente, por lo tanto, cuando siente dolor, llora. Al principio esto es incluso muy útil para los padres porque les permite saber cuando a su hijo le pasa algo. Sin embargo, a medida que va creciendo esto comienza a cambiar, al punto que a determinadas edades, ese llanto deja de ser bien visto y así observamos, si, aún hoy, en pleno siglo XXI, padres que dicen a sus hijos “no llores, no seas maricón”, “los hombres no lloran”. Y si ese mandato viene de una figura tan importante para el niño como es su padre, obviamente lo que el niño asume es que debe reprimir y renunciar a esa necesidad natural y así es como, cuando sea un hombre, ese niño llegará a nuestros consultorios como una persona con serias dificultades para expresar lo que siente.
Fritz Perls, el fundador de nuestra Corriente, describía la tendencia actualizante como la capacidad de los organismos de desarrollarse y convertirse en la mejor versión de sí mismos. Un ejemplo, un pichón de águila se actualiza volando a gran altura, teniendo una visión sumamente aguda, siendo un eximio cazador. A nadie se le ocurriría pensar en ese pichón pretendiendo realizarse nadando como un pez o al cachorro de león pretendiendo volar como el águila. Solo en nuestras fábulas y fantasías proyectamos nuestros anhelos y Dumbo puede volar. Sin embargo los seres humanos sí pretendemos torcer esa tendencia y así nos exigimos a nosotros mismos o le exigimos a nuestros hijos, ser algo distinto a aquello a lo que estamos llamados a ser generando de esa forma alienación e infelicidad.
Por lo tanto, la Psicoterapia Gestáltica se concibe como un proceso que apunta, a través del trabajo en el Aquí y ahora fenomenológico, a generar el darse cuenta que permita al paciente descubrir esos obstáculos, desentrañar el como y el para qué de los mismos y de esa forma, permitir el natural flujo de su tendencia actualizante. Y esto implica además y necesariamente, que los terapeutas gestálticos confiamos plenamente en el otro, en su potencial sanador, en que, como diría Steiner, “las personas en dificultades emocionales son seres humanos totales e inteligentes. Son capaces de comprender sus problemas y el proceso que las libera de ellos”, y así se lo trasmitimos a nuestros pacientes.
Y aquí ya nos encontramos con uno de los aspectos fundamentales de la Psicoterapia Gestáltica, su objetivo. El éxito, para nuestro enfoque, no está en la aceptación social ni en las relaciones interpersonales, sino en lograr una persona integrada, re-sensibilizada, que utilice su darse cuenta para lograr el mayor contacto posible con lo que siente y quiere, sea un participante activo de su vida y no un mero espectador de esta, responsable de sus conductas y por ende de los cambios de aquellas que lo alejan de su camino. En definitiva, que logre el auto-sostén, es decir que pueda pararse sobre sus propios pies, consciente de sus virtudes y sus potencialidades, pero también de sus defectos y de esta forma logre la auto-aceptación se actualice en pos de convertirse en la mejor versión posible de sí mismo.
Fritz Perls llama sí mismo al sistema de respuestas o contactos del organismo con el ambiente en cualquier momento, que viene con él desde el momento de su nacimiento. Por otra parte, define al ego como el sistema de identificación y alienación del organismo y se construye a través de las transacciones del organismo con el ambiente.
En la neurosis, el ego no logra identificarse con el sí mismo, aliena algunos de sus procesos mutilándolo y no permitiendo que sea este quien organiza las respuestas frente a las nuevas gestalts que van surgiendo.
Cuando una persona funciona correctamente, satisface sus necesidades contactando el ambiente con alguna conducta sensorio- motora, en términos gestálticos, una buena gestalt se configura cuando una necesidad emerge del fondo convirtiéndose en figura. Una vez que esa necesidad es satisfecha la gestalt se completa y pasa al fondo dando lugar a la irrupción de una nueva.
Joseph Zinker desarrolló el concepto de “Ciclo de la energía” para ejemplificar más claramente el desarrollo de la “buena gestalt” Según éste, cuando una necesidad emerge del fondo, lo primero que ocurre es la sensación. El segundo momento es el darse cuenta que se da cuando la persona hace consciente esa necesidad. Luego viene el momento conocido como de movilización de la energía. Es el momento en que la persona hace el inventario de los recursos con los que cuenta para intentar dar satisfacción a su necesidad. Es el momento donde se planifica la estrategia a seguir. El siguiente momento es el la acción, donde todos los recursos se ponen en movimiento y por lo tanto la persona toma contacto con su necesidad, siguiente momento del ciclo. Este es uno de los momentos más importantes del ciclo porque es donde se pone en juego la “habilidad para responder”. Esta es además la fase del ciclo donde queda en evidencia si el darse cuenta fue el correcto, si la estrategia planificada en la movilización de la energía fue acertada y si la acción emprendida fue eficaz.
Luego del contacto viene la fase de retirada. Una vez que la persona logra satisfacer su necesidad la gestalt se completa y se retira para dar lugar a una nueva.
En la neurosis el flujo de este ciclo es bloqueado en alguno de esos momentos impidiendo que las gestalts se completen generando situaciones inconclusas que claman por atención consumiendo energía por lo que gran parte del trabajo consiste en detectar esos bloqueos a través del darse cuenta para removerlos y de esa forma recomponer el natural flujo. Como dijera Perls, “la cura no es un producto terminado, sino una persona que ha aprendido a desarrollar el darse cuenta que necesita para solucionar sus propios problemas”
Ahora bien, ¿cómo logramos todo esto? y sobretodo ¿cómo logramos algo de esto en las 24 sesiones que nos permite la atención institucionalizada?
El primer aspecto a tener en cuenta tiene que ver con el encuadre. En la Psicoterapia Gestáltica trabajamos con un modelo dialogal, horizontal, cara a cara, generando un vínculo del tipo “Yo-Tú – Aquí y Ahora” de Marín Buber donde paciente y terapeuta asumen el compromiso común de trabajar codo con codo en pos de los objetivos que se acuerdan en el “contrato terapéutico. En la terapia gestáltica, el terapeuta tiene claro que no es él el que cura sino que es alguien que pone toda su formación y conocimientos al servicio de ese compromiso que asume con la persona que tiene adelante en un modelo que se asemeja mucho al concepto etimológico de rol, terapeuta viene del griego therapeutes y quiere decir persona que colabora en el proceso curativo, que implica además una actitud dispuesta y abierta frente a la realidad a la que se enfrenta.  Como dice Gary Yontef, “la esencia de la terapia gestáltica es la integración de un compromiso persona-a-persona con una competencia técnico-clínica general. Y esto es válido al margen de la modalidad o tipo de paciente”
Esto implica que el paciente es un participante activo y responsable del proceso terapéutico y por lo tanto de sus conductas, de los cambios que quiera realizar y del trabajo para generar esos cambios. Y el rol del terapeuta gestáltico es el de ser un observador-participante en ese proceso. Como diría Perls, “los terapeutas no podemos hacer nada que no sea proporcionar la oportunidad, estando disponibles como catalizadores y pantalla de proyección”. En este encuadre, el terapeuta debe manejarse en el sutil equilibrio que significa apoyar al paciente en su proceso de darse cuenta y de cambio y frustrar todo intento de manipulación que apunte a evadir la responsabilidad o intentar colocarla fuera de él. En suma, el terapeuta se percibe como “un observador de la conducta en curso y como un guía para el aprendizaje fenomenológico de paciente” (Yontef)