jueves, 3 de diciembre de 2015

A propósito de Paris, la violencia y la muerte


Me duelen TODAS las muertes, las de Paris, las de Beirut, las de Siria, las de Palestina, las de Israel, las de Afganistán, las de Estados Unidos, las de Venezuela y las de Uruguay.
Me duelen todas las muertes porque la muerte siempre duele. Aún cuando la esperamos o cuando racionalmente sentimiento que es lo mejor, la muerte siempre duele. Y nos duele por lo que nos roba, por el otro que ya no va a estar, y por lo nuestro que se va con él. Nos duele por los que sufren por la pérdida y porque nos pone de cara con nuestra única certeza absoluta: nuestra propia mortalidad.
Pero más me duelen las muertes absurdas que son producto de la violencia. Pensaba decir irracional, pero lamentablemente, la mayoría de esas muertes absurdas son fruto de algo planificado, fríamente calculado, medido con una precisión quirúrgica. Y eso es lo que más me indigna y duele. Miles de años de evolución no han hecho más que sofisticar nuestra increíble tendencia a la destrucción, que siempre termina siendo a la autodestrucción.
Y no importa de qué bando sea, no importa quien tiene circunstancialmente la razón, no olvidemos que cada uno ve la realidad desde su punto de vista y por lo tanto siente que tiene la razón. Podremos tener distinto color de piel, distinto género, distintas creencias filosóficas o religiosas, pero la sangre de todos los seres humanos que riega los lugares donde se produce una matanza siempre es roja. Y siempre, detrás de un muerto existen padres, hermanos, parejas, hijos que sufren el desgarro en su corazón que implica la muerte.
Para colmo, en esta sofisticada insanía que implica la guerra moderna, cada vez más, los muertos son mujeres, hombres, ancianos y niños inocentes que nada tienen que ver con los obscenamente mezquinos intereses que están detrás de ellas.
Atentados terroristas como los de los últimos días en Beirut o Paris o bombardeos que caen “por error” sobre escuelas, hospitales o zonas urbanas atestadas de gente no hacen más que confirmar que los seres humanos somos considerados cada vez más como “daños colaterales” y menos como personas. No es necesario esperar futuros apocalípticos donde las maquinas se rebelan y quieren extinguir a los humanos, ya lo estamos haciendo nosotros mismos.
Y lo más triste del caso, estas escaladas de violencia no hacen más que fomentar y alimentar a las fuerzas más reaccionarias. Los Trump, Le Pen, Bush, etcétera, y toda la industria armamentista se relamen y disfrutan cada vez que una bomba estalla, sea en el lugar del mundo que sea.
Discrepo radicalmente con los que dicen que los muertos del tercer mundo no le importan a nadie, cuantos más muertos haya de uno y otro bando, más armas se venden para vengarlas.

En estos días leí un artículo de Rubén Darío Buitrón donde plantea lo siguiente:
¿Quiénes compran el petróleo al Estado Islámico? Las mismas potencias mundiales.
Pero los medios y los periodistas que manejan el discurso “occidental” (un discurso xenófobo, con complejo de superioridad, que comete el delito de discriminación por creencia religiosa, que sube los altares a sus presidentes genocidas) miran a los atacantes de París a la distancia y con miedo, como si fueran demonios.
Pero no.
Los demonios están mucho más cerca de lo que creen: son sus propios gobernantes.
Más allá de compartir prácticamente la totalidad de lo que el autor plantea, lamento agregar que esos gobernantes no llegaron al poder por decisión divina, nosotros los pusimos ahí. Negar eso, plantear teorías conspirativas de como las grandes corporaciones son las que realmente gobiernan, como si estas no estuviesen dirigidas por humanos, no hace más que intentar eximirnos de responsabilidad. El famoso “yo no los voté” tan popular por estos lados. TODOS somos responsables de la violencia de la misma forma que TODOS somos sus víctimas. Por eso, toda forma de violencia es, en definitiva, autodestructiva.
Muchos se preguntarán “¿y yo que tengo que ver con lo que ocurre a miles de kilómetros?” “¿Cómo puedo ser responsable de algo tan ajeno a mí?” Ese es precisamente uno de los principales problemas que nos impiden aproximarnos a una solución. Seguimos centrados en nuestro yo individual, viendo nuestra chacrita sin asumir que somos parte de un todo y que por lo tanto, cualquier cosa que le ocurra al todo nos afecta, de la misma forma que, aunque nos cueste comprenderlo, lo que ocurre a cada uno, afecta al todo.
Por eso, si realmente queremos comenzar a poner un límite a esta barbarie, debemos dar un verdadero salto evolutivo y pasar de la primera persona del singular a la consciencia del nosotros, a la consciencia de totalidad. Y de esa forma asumirnos como co responsables de todo lo que ocurre en la totalidad, para bien o para mal. Solo de esa forma tendremos alguna esperanza de torcer ese camino inexorable hacia la autodestrucción que la humanidad toda estamos transitando.
Hay un viejo dicho que dice, valga la redundancia, que si todos los chinos saltaran a la vez podrían torcer el eje de la tierra, con todo lo que eso implicaría. Por eso, lo importante es que no lo sepan. Y de eso se trata, de hacernos creer que no podemos hacer nada o, lo que es prácticamente lo mismo, que no seamos consciente de lo que realmente podemos hacer.
La peor forma de dominación no es por el miedo o el terror. La peor forma de dominación es a través de la ignorancia y la desvalorización, impedir que el otro se conozca y asuma su poder personal, y hacerle sentir que no tiene ninguno y que no es nadie sin su dominador.
Ahora bien, si queremos logran un cambio real de consciencia, y lo que es fundamental, que sea sostenible, debemos comenzar primero por nosotros mismos, por nuestra consciencia. Y, como cualquier modificación en algunas partes afecta al todo, nuestro cambio se irá sumando al de otros y se convertirá en una verdadera revolución. En una que realmente funcione, en una que venga desde abajo, desde las bases y por lo tanto, como vendrá de lo más profundo de nosotros mismos, sin violencia.
Si miramos la historia de la Humanidad, veremos que todas las revoluciones violentas fracasaron. Y lo hicieron por dos razones fundamentales: porque generalmente no vinieron de abajo si no de arriba, de elites iluminadas que se arrogaron el poder de saber “lo que el pueblo quiere y necesita” y por lo tanto, no surgieron de un cambio general de consciencia que le diera legitimidad y sustentabilidad. Por eso, la mayoría de las revoluciones violentas de la historia, terminaron en cruentas dictaduras que terminaron avasallando todo aquello que pretendían defender.

Ahora bien, ¿como generamos ese cambio a partir de nosotros mismos? En primer lugar, reconociendo y asumiendo nuestra propia violencia.
Todos nos horrorizamos cuando vemos las imágenes de niños muertos o mutilados, de ciudades destruidas por las bombas o cuando, como en los sucesos de Paris, vemos que no estamos tan lejos, que ya no es tan seguro ir a un toque de una banda de rock o a un partido de fútbol en una de las ciudades más importantes del orbe. Pero esas son formas de violencia extremas. También es violencia cuando destratamos a quien tenemos al lado, cuando le negamos oportunidades, cuando intentamos someterlo a nuestros deseos.
Violencia no es solo la que se practica con un arma o una bomba. Violencia no es solo el golpe que el marido le da a su esposa porque la sopa estaba fría. Violencia es también el insulto, la prepotencia, el engaño, la humillación.
Cuando un padre le dice a su hijo pequeño “no llores no seas maricón” también es violencia porque le está enseñando a reprimir sus afectos y de esa forma a negarse a sí mismo.
Y también lo es cuando, por miedo a quedarnos solos, boicoteamos las posibilidades y los deseos de crecimiento de quien tenemos al lado.
Violencia es todo aquello que de una forma u otra atenta contra la dignidad del otro. Por eso nadie se puede ni debe sentir ajeno a ella.
La mayoría de los jóvenes que irrumpen armados hasta los dientes en los colegios de Estados Unidos y disparan contra todo lo que se les pone adelante, sufrieron alguna especie de abuso o bulling. Aquí, en nuestro pequeño paisito, todos recordamos a la joven liceal que quedó en una silla de ruedas al recibir una bala perdida de otro adolescente que llevó al liceo el arma de su hermano policía, harto de las burlas y el acoso de otros compañeros.
Cuando escucho en las noticias que cientos de jóvenes europeos dejan sus casas para unirse al Estado Islámico me pregunto: ¿qué habrán vivido y vivirán esos jóvenes para tomar tamaña decisión? Posiblemente nunca sepa la respuesta, pero no creo equivocarme mucho si pienso que nosotros mismos, como sociedad los hemos empujado hacia allí.


Por eso, en vez de mirar horrorizados lo que ocurre en otras partes del mundo, propongo que cada uno de nosotros miremos hacia adentro y tengamos el valor de reconocer nuestra propia violencia a partir de allí, asumamos el firme propósito de lograr un cambio que sea el germen de la verdadera lucha por la paz y la convivencia que tanto necesita la Humanidad toda. Sólo así podremos realizar el salto evolutivo que nos permita detener la autodestrucción y alumbrar un horizonte de esperanza para toda la Creación.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Nuevo sitio web

Tengo el agrado de comunicar la apertura de mi nuevo sitio web donde a partir de ahora podrán encontrar mis nuevas publicaciones.
La dirección es:        
                             rafaelperandones.com

En los próximos días iré migrando los contenidos de este blog hacia allí aunque este sitio seguirá abierto.

Los espero.

domingo, 20 de septiembre de 2015

HACERNOS CARGO

La recientemente publicada foto del niño sirio muerto en la orilla de una playa europea ha desatado una ola de indignación generalizada, que obviamente comparto, y un sentimiento común en todo el mundo de que es necesario hacer algo para, por un lado atender la urgencia de la catástrofe humanitaria de cientos de miles de refugiados, y por otro, para detener la barbarie que la genera.
La imagen es por demás elocuente y es imposible permanecer impasible ante ella, pero no es muy distinta a muchas otras que han aparecido a lo largo de los años. En estos días han aparecido recicladas las imágenes como la de los niños vietnamitas corriendo desnudos huyendo del napalm con que bombardeaba el ejército norte americano o la horrenda del buitre esperando que el completamente desnutrido niño africano muera para hacerse de su cadáver. Todas estas imágenes, cuando fueron publicadas, generaron el mismo horror y la misma indignación, y sin embargo poco hemos podido hacer como civilización para modificar esa realidad.
Me pregunto y espero de todo corazón equivocarme en la respuesta que intuyo, ¿Cuánto tiempo va a durar esta oleada de solidaridad con los refugiados que campea a lo largo y ancho del planeta? ¿Será que esta vez realmente nos haremos cargo del problema y le encontraremos una solución? ¿O será que una vez que pase el impacto inicial volveremos al deporte favorito del ser humano: desligarnos de la responsabilidad y colocarla en cualquiera que no seamos nosotros mismos?
Somos parte del todo que implica la Humanidad, por lo tanto, como cualquier modificación en una de las partes afecta al todo, no podemos hacernos los distraídos. Y mucho menos ahora, globalización mediante, el drama de los refugiados nos golpea en la cara, y si no, pregúntenle a cualquiera que pase por la plaza Independencia en estos días.
Pero además, ¿quién no tiene en este país un ancestro que no fuera un refugiado?, ¿quién no tiene un familiar o un amigo cercano que no haya estado refugiado, sea por razones políticas o económicas? No es un tema que nos sea ajeno.
Por lo tanto, y vuelvo al todo y la parte, como parte de la Humanidad que integramos, TODOS somos co-responsables de lo que ocurra en ella, y debemos hacernos cargo de ello.
Ahora bien, nada va a cambiar si no comenzamos por un cambio profundo en nosotros mismos.

“Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando me hice más viejo y sabio, descubrí que el mundo no cambiaría: entonces restringí mis ambiciones, y resolví cambiar a mi país. Pero el país también me parecía inmutable. En el ocaso de la vida, en una última tentativa, quise cambiar a mi familia, pero ellos no se interesaron en absoluto, arguyendo que yo siempre repetía los mismos errores. En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si yo hubiera comenzado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y ¿quién sabe? cambiar el mundo.”[1]

El texto precedente describe maravillosamente lo que quiero plantear: no podemos pretender que los demás se hagan cargo de sus responsabilidades si primero no comenzamos por nosotros mismos.
La palabra responsabilidad no goza de mucho prestigio, tal vez porque la mayoría de las personas la tienen muy asociada a una de sus acepciones y que tiene que ver con las obligaciones. Sin embargo, quiero referirme a dos acepciones que me parecen mucho más interesantes y estimulantes: “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”, y la que más nos gusta a los gestaltistas, la “response-ability” o “habilidad para responder”.
Detengámonos un momento en la segunda acepción. La habilidad para responder implica necesariamente que antes de responder tengo que tener muy claro cuáles son mis habilidades. Es decir, implica un verdadero conocimiento de mí mismo y de mis recursos, tanto internos como externos. Y aquí lo enganchamos con la acepción anterior. Si realizo una elección libre y plenamente consciente de mis posibilidades, no voy a tener ningún problema para hacerme cargo de las consecuencias que esa elección genere.
Ahora bien, como esto está muy lejos de la omnipotencia, ser “hábil para responder” también implica conocer muy bien mis limitaciones y de esa forma no comprometerme con aquello con lo que sé de antemano que no puedo. Ser responsable no implica ir en contra de nuestras posibilidades. Ser responsable implica ser conscientes de nuestras limitaciones y por lo tanto reconocer cuando no podemos con algo. Eso es también ser responsable.
Un ejemplo: me apasiona el futbol, toda mi vida quise jugar pero lamentablemente ese nunca fue uno de mis aspectos destacados. De todas formas, cada tanto fantaseo con la posibilidad de intentar en alguna liga senior. Hace poco un paciente trajo a la sesión que está jugando en un equipo en una liga amateur. Él tiene mi misma edad por lo que automáticamente volvieron a mi los deseos de explorar la posibilidad de encontrar un lugar. Sé que más allá de mi falta de condiciones para el deporte, jugar en un equipo, por más amateur que sea implica un compromiso, hay que estar todos los domingos de mañana, hay que entrenar, hay que ser consistente. Por otra parte, tengo algunos problemitas de salud por los que debo cuidarme y no sé si el futbol es uno de los deportes que puedo realizar. En resumen, mi deseo es muy grande, es además una de las asignaturas pendientes en mi vida, si actúo por impulso, el próximo domingo estoy en alguna de las muchas canchas donde se practica pidiendo una oportunidad. Pero sé, aunque me duela reconocerlo que no estoy en condiciones de sostenerlo. Sé que tendría que tomarme el entrenamiento muy en serio y no tengo ni el tiempo ni las ganas para hacerlo. Sé que si me comprometo no puedo dejar colgado a mis compañeros, y sé que mi familia se va a tener que “bancar” mi mal humor si las cosas no salen como espero. Así que, con el dolor del alma, debo asumir mi “herida narcisista” y actuar responsablemente no metiéndome en un problema que no puedo ni tengo las ganas de sostener.
Conozco muchos hombres de mi edad o incluso mayores, que al separarse se vinculan con mujeres mucho más jóvenes, algunas incluso más jóvenes que sus hijos. Muchas veces encuentran, y nunca falta alguna, mujeres que tienen carencia de figura paterna y la proyectan en ellos, y a su vez, les alimenta el ego sentirse vigentes y jóvenes al ver que pueden seducir a alguien muchos años menor. Pero lamentablemente, en la mayoría de los casos se están comprando un problema. Los intereses y momentos evolutivos son muy disímiles, y si bien en la etapa de enamoramiento todo parece posible, a medida que van profundizando en la relación se van dando cuenta que las diferencias son cada vez más difíciles de subsanar y lo que parecía muy bueno, termina convirtiéndose en una gran frustración que fácilmente se podría evitar asumiendo la realidad y actuando responsablemente.

Me gusta decir que la Psicoterapia Gestáltica debería llamarse la “Terapia de la responsabilidad”. Desde el presupuesto metodológico de hablar siempre en primera persona, pasando por el uso que hacemos del “darse cuenta” como punta pie inicial para cualquier transformación, hasta el que sea una terapia centrada en el “aquí y ahora”, todo apunta a que nos hagamos cada vez más conscientes de nosotros mismos y de esa forma logremos la meta fundamental de nuestro abordaje: que cada uno se convierta en la mejor versión de sí mismo y de esa forma alcance el auto sostén.
Quiero aclarar este último aspecto. Auto sostén no implica auto suficiencia, sino todo lo contrario, cuando más auto sostenido estoy, más consciente soy de mis recursos o habilidades y de mis carencias, por lo tanto, sé hasta donde puedo y hasta donde no, por lo tanto, se pedir cuando necesito la ayuda de los demás.
Uno de los aspectos fundamentales en el trabajo dentro de la Psicoterapia Gestáltica consiste en lograr que la persona sea consciente del “como” y el “para que” de lo que hace. Cómo es que repito siempre las mismas conductas y  para qué me sirve hacerlo, cuál es el “beneficio secundario” que obtengo. Pero el  “darse cuenta” no sirve de nada si no va acompañado de una asunción de la responsabilidad que ello implica.
Joseph Zinker, uno de los más importantes exponentes de nuestra corriente desarrolló hace ya muchos años un concepto fundamental de este abordaje, el “ciclo de la energía” o “ciclo excitacion-contacto-retirada” que describe magníficamente la irrupción, desarrollo y resolución de una gestalt o figura dentro del continuo “figura-fondo”. Este ciclo se inicia con la sensación, el momento en que la figura irrumpe, sigue con el darse cuenta, momento en que tomo consciencia de la figura, luego llega el momento de la movilización de la energía en que realizo la estrategia que me va a permitir resolver la gestalt, acto seguido viene la entrada en acción, momento en que comienzo a realizar aquello que planifique, luego viene uno de los momentos más importantes, el contacto, cuando tomo contacto  con la figura y la resuelvo, y finalmente, el momento de la retirada en que, una vez resuelta la figura, retiro mi energía, la situación vuelve al fondo y puede emerger una nueva figura. Un ejemplo que me parece muy gráfico es el siguiente: estoy concentrado en algo que en ese momento es mi figura pero de repente comienzo a sentir una sensación que me empieza a perturbar y distraer, hasta que comienza a desplazar lo que estoy haciendo y se impone como figura. Allí me doy cuenta que siento hambre, así que realizo un inventario mental de los recursos con los que cuento a los efectos de saciar mi necesidad: recuerdo que tengo un trozo de queso y un poco de jamón en la heladera. Por lo tanto, me pongo en acción, voy a la cocina y me preparo un sándwich. Hago contacto con mi necesidad, como y de esa forma, al saciar mi hambre, este desaparece como figura, me retiro y puedo volver a concentrarme en lo que estaba haciendo o en alguna nueva figura que emerja.
Esa es precisamente la forma de hacerme cargo de mis necesidades y de mis deseos. De nada sirve tomar consciencia, si luego no hago algo al respecto.
Todos somos de alguna forma, producto de nuestra historia. Todos configuramos una forma de estar en el mundo a partir de lo que hemos aprendido desde el comienzo de nuestra vida en este planeta. Si una persona nace y crece en un ambiente de violencia, es sumamente probable que eso sea lo que reproduzca a lo largo de su vida. Ahora, si en un momento, la persona toma consciencia de los mecanismos que lo llevan a repetir esos modelos y realmente desea diferenciarse de ello, entonces, no le va a servir de nada “llorar sobre la leche derramada” y lamentarse por la vida que le tocó. Lo que realmente le va a permitir cambiar esa realidad es lo que él/ella haga de ahí en adelante, que asuma su realidad y trabaje para cambiarla.
No está bueno que, al tomar consciencia de mi hambre, espere que otro lo perciba y se haga cargo de saciarlo. Sin embargo eso es lo que hacemos muchas veces, esperamos que el otro se “dé cuenta” de lo que necesito y nos enojamos si no lo hace. “Tendrías que haberte dado cuenta que estaba mal y quería hablar contigo” ¿Cuántas veces habrán dicho o escuchado esta frase? Pero, ¿de quién es la necesidad? Si esperamos que los demás se hagan cargo de lo que necesitamos o deseamos, muy probablemente nos frustremos. Y muy probablemente, al proyectar la satisfacción de ello en el ambiente, seguramente lo que terminemos generando sea una relación de dependencia dado que nos terminaremos convenciendo de que la solución no está en nosotros sino en el afuera.
Obviamente, muchas veces necesitamos del otro para satisfacer una necesidad o un deseo, pero lo que corresponde en ese caso es que nos hagamos cargo de eso y lo pidamos, asumiendo de esa forma el riesgo de que el otro no esté disponible para nosotros, pero teniendo éste también que asumir su responsabilidad sobre la respuesta que nos dé.

Trabajando con parejas he observado muchas veces como les cuesta hacerse cargo a uno y al otro de lo que siente, y como terminan muchas veces en rebuscadas actuaciones de los conflictos que no solo no aportan ninguna solución, sino que terminan “embarrando” cada vez más la “cancha”.
He visto más de un caso de personas que frente al sentimiento de estancamiento de la relación terminan generando situaciones que “pateen el avispero”. Por ejemplo, hoy día, resulta bastante común dejar como al descuido el celular o la sesión de Facebook abierta con algún diálogo comprometedor, con las consabidas reacciones que se generan cuando el otro lo encuentra. Se me podrá decir que ese tipo de “actuaciones” son inconscientes, y podemos estar de acuerdo, pero cuando uno trata de indagar en cómo estaban las cosas antes que eso pasara, lo más frecuente es que encontremos que, al menos uno de los miembros de la relación, se sienta frustrado e insatisfecho con cómo están las cosas. Entonces, ¿no es más fácil plantear lo que sentimos y tratar de generar un diálogo que procure una solución? O si lo que quiero es terminar la relación, ¿no es mejor, expresarlo y evitar de esa forma que la separación se dé de una forma conflictiva y traumática que termine opacando todo lo bueno que seguramente la relación tuvo?
¿Cuántas veces observamos que se busca a un tercero que venga a definir aquello que no nos animamos a hacer y que además, se haga cargo de las culpas?
Me ha pasado trabajar con parejas que a todas luces son muy disfuncionales y en la que ambos miembros son conscientes de lo insostenible de la relación. Sin embargo, ninguno de los dos quiere hacerse cargo de la responsabilidad de ponerle fin y entonces, actúan el conflicto delante mío como esperando que sea yo quien les diga que no pueden seguir juntos. En más de una ocasión, cuando les muestro esto y les digo que yo no me voy a hacer cargo, dejan de venir. Sería todo mucho mejor, y a la larga mucho menos doloroso, si asumieran lo que les está ocurriendo, y ahí sí, contar con mi ayuda para lograr que la separación, si es lo que corresponde, se dé de la mejor manera posible.
Y ¿qué decir de los padres que depositan en nosotros la responsabilidad de poner los límites o frustrar a sus hijos niños o adolescentes? O lo que es peor, que transfieren responsabilidades a sus hijos que, obviamente estos no pueden asumir, subvirtiendo totalmente los roles y convirtiéndose en hijos de sus hijos.
Hace un tiempo trabajé con una familia en la que la hija de nueve años era la que se tenía que encargar de calmar al padre cuando venía alcoholizado y se ponía violento con la madre. Cuando le pregunté a la madre por qué no era ella quien ponía el límite y de esa forma cumplía con su rol y protegía a su hija, me dijo: “porque a mí no me hace caso y a ella sí”.
Cargamos a nuestros niños y adolescentes con responsabilidades que exceden largamente sus posibilidades, ¡y todavía queremos que rindan en escuela y no estén ansiosos!
Me tiene sumamente preocupado la cada vez más creciente “psiquiatrización” de nuestros niños y adolescentes que observo día a día sobretodo en la institución en la que trabajo y fundamental que nos hagamos cargo de ese problema si realmente queremos cambiar esa realidad. Pero de eso me ocuparé más profundamente en mi próximo trabajo.

Para terminar, quiero recordar que solo podremos cambiar “La Realidad” si primero cambiamos nuestra realidad personal y que, lejos de limitarla, ser responsables acrecienta nuestra libertad.
El ser libre implica una gran responsabilidad, y a su vez, cuanto más responsables, más libres somos.



[1] Epitafio de la tumba de un obispo anglicano en la Abadía de Westminster.

domingo, 12 de julio de 2015

¿Que nos está pasando a los hombres?

Hombres que abandonan a sus parejas pocos meses después de haber parido, padres que se divorcian y también lo hacen de los hijos viéndolos, cuando lo hacen, cuando quieren y siempre y cuando no interfiera con otras actividades o que, cuando les toca estar con ellos, los dejan a cargo de abuelos, otros familiares o amigos como si fueran una pesada carga que mejor compartir con otros o, lo que es peor, haciendo que los otros se hagan cargo.
Y ni que hablar de la violencia. Ya me ocupé en el artículo anterior acerca de la violencia de género, pero no puedo no volver referirme a ella. ¿Que nos lleva a los hombres a violentar de forma tan cruel a nuestras compañeras o a lo más sagrado que podemos tener, nuestros hijos?
Convengamos que violencia es todo y no solo los golpes. Violencia es humillar a la pareja haciéndola callar cuando no estamos de acuerdo con lo que está diciendo, o porque no nos parece importante lo que opina o porque tenemos miedo a que nos haga pasar vergüenza; es ocultar ingresos para que no entren en la pensión alimenticia; es boicotear los límites que la madre intenta poner a sus hijos; es intentar convencer a la pareja de que lo de ella nunca va a ser más importante que lo nuestro y por lo tanto lo de ella puede ser prescindible y lo nuestro no. En fin, violencia es cualquier cosa que mancille física o psicológicamente la integridad del otro y que deja huellas mucho más profundas que los moretones.

Hace unos años trabajé con un adolescente que tenía consumo abusivo de sustancia. Cuando llegó a mi consulta había probado todo tipo de cosas, a cual de todas más dañinas y en esos momentos estaba inhalando nafta. Recuerdo claramente el gran esfuerzo y los múltiples intentos fallidos que tuvimos que realizar para que su padre viniera a la consulta. Cabe acotar que sus padres estaban separados desde hacía varios años y su padre había formado una nueva familia por lo que no estaba muy al tanto de lo que pasaba con este hijo al cual no veía muy frecuentemente. Ni bien comenzamos a hablar, él comenzó a minimizar el problema dejando más que evidente su total desconocimiento del mismo y al que reducía a una típica “travesura” adolescente de fumarse un “porro” de vez en cuando. Así que le pedí a mi paciente que le contara a su padre todo lo que había consumido. Él, con una inocencia muy poco frecuente en un joven de su edad, fue describiendo detalladamente cada sustancia que había probado y los efectos que habían tenido. Su padre mostraba cada vez más su asombro que llegó a su punto máximo cuando le pedí que le contara lo de la nafta. Con lujo de detalles le contó cuanto hacía que estaba en eso, como la conseguía y como la consumía. Los ojos desorbitados del padre mi hicieron pensar que todo eso realmente lo había conmovido. Se despidió de la consulta diciéndome que estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para ayudar a su hijo y que estaba a mi disposición para venir todas las veces que fuera necesario. Fue la última vez que lo vi. Mi paciente me contó que cuando salieron del consultorio su padre le acompaño hasta su casa y le prometió muchas cosas pero sobretodo le prometió estar más cerca de él. Pasó un mes entre ese día y la siguiente vez que le vio. De las cosas que le prometió no cumplió con ninguna y lo mejor que hizo por su hijo fue, cuando el chico, harto de la disfuncionalidad de su familia y de la soledad en que sentía esta lo sumía, pidió que lo internaran, mover contactos para conseguirle una buena clínica que se ocupara de él.

Él se quedó fascinado con ella desde el primer día que la vio en el trabajo que ella tenía en ese momento. Ella era sumamente bonita y atractiva y sus encantos le resultaban muy funcionales a la tarea que desempeñaba (aclaro que era una actividad que no tenía nada de cuestionable por si alguien piensa lo contrario) Luego de mucho trabajo y constancia, él logró que ella aceptara salir y comenzaron una relación. Al poco tiempo de estar juntos él le pidió matrimonio. Ella venía de una experiencia de familia original bastante frustrante por lo que no se sentía muy atraída por la idea, pero tanta fue la insistencia que terminó aceptando. Allí comenzó su calvario. Vinieron a la consulta porque ella le planteó que solo seguiría con él si hacían una terapia de parejas. 
De entrada quedó en evidencia que todo aquello que a él le había atraído de ella era lo que les separaba. Cabe acotar que ella había cambiado de trabajo y ya no estaba tan expuesta pero el nuevo le exigía estar siempre bien vestida y con cierta producción. Él no podía con sus celos. La sensación que daba era que su deseo era recluirla en su casa y tenerla solo para él. Le cuestionaba su forma de vestir, su forma de comunicarse con los demás, le controlaba su mail, su celular, en fin, quería que dejara de ser ella o que solo lo fuera para él. 
De más está decir que ella se sentía absolutamente asfixiada y que, por más que le quisiera, ya lo toleraba el precio que la relación le imponía.  Lamentablemente él no logró trascender sus miedos, inseguridades y necesidad de control y nunca, al menos mientras tuve contacto con ellos, pudo comprender que le mejor que le podía pasar era que una mujer como ella le eligiera y estuviese dispuesta a luchar por ser feliz a su lado. Y la terminó perdiendo.
¡Cuanto nos cuesta a los hombres comprender que nuestras parejas no son de nuestra propiedad y respetarlas y valorarlas como corresponde para que, en su libertad más absoluta, nos elijan!. No existe mayor afrodisiaco que sentirnos deseados y elegidos por nuestras parejas día a día.

Podría contar infinidad de historias de este tipo con las que lamentablemente me encuentro casi a diario. Tal vez por eso elegí ser terapeuta de parejas y de familias, para intentar aportar mi pequeño granito de arena para cambiar esta realidad.

Me podrán decir, y obviamente se que es así, que todos respondemos en función de lo que hemos aprendido. Si fui un niño abandonado por mi padre, es muy probable que repita la historia con mis hijos, etcétera, etcétera, pero no puedo evitar sentir que muchas veces, por no decir en la mayoría de los casos, eso, más allá de que sea correcto, se vuelve una excelente excusa para uno de los deportes favoritos del ser humano, poner la responsabilidad fuera de nosotros y no hacernos cargo de lo que nos corresponde. Nuestra historia nos condiciona si, pero no puede ser la excusa eterna para no cambiar y no asumir la responsabilidad de nuestras vidas y de lo que generamos con ella.

No acepto, no puedo hacerlo que alguien no se haga responsable de la gestación de un hijo. Cada vez existen métodos anticonceptivos más precisos y están disponibles para todo el mundo. Querido congénere, para gestar un niño es necesario que algo llamado espermatozoide, que sale de tu cuerpo se junte, dentro del cuerpo de tu pareja, con algo que sale de sus ovarios que se llama ovulo. Existe una sola forma de hacerlo naturalmente y ha sido así por milenios, por eso, si tu no quieres que eso ocurra, debes usar un implemento llamado preservativo que los hombres han usado desde hace miles de años (hay evidencia de que los egipcios ya los usaban). Si por accidente, que obviamente puede ocurrir, al sacártelo contestaras que está roto, puedes ir a la farmacia más cercana, que por suerte en nuestro país abundan, y comprar un anticonceptivo de emergencia. Eso es lo menos que puedes hacer si realmente eres responsable. Si no quieres asumir la responsabilidad de un hijo, y estás en todo tu derecho de no quererlo, se al menos responsable de evitar concebirlo.  

Se que no soy objetivo, no puedo serlo dado que estoy profundamente implicado. Escribo desde la vergüenza de género que me genera observar día a día lo que los hombres hacemos en nombre de un “machismo” que ha sido muy mal entendido a lo largo de la historia. Y escribo desde mi sueño con un mundo donde hombre y mujer seamos realmente iguales. O mejor dicho, donde nuestras diferencias naturales, tan necesarias y disfrutables por cierto, no nos separen si no que nos encuentren en una relación horizontal, de pares y donde ninguno sea más que el otro.
Y sueño también con un mundo donde los niños varones puedan estar en contacto con sus emociones, que puedan expresar su dolor sin miedo a que nadie reprima su llanto, sus miedos sin que nadie les trate de maricones, que puedan mostrar su sensibilidad sin que eso los exponga a burlas o al bulling. Un mundo donde no importen los colores con los que elijamos vestirnos o si preferimos mirar la novela antes que un partido de futbol. Un mundo donde los hombres seamos hombres en todo el sentido de la palabra, completos y podamos sentirnos orgullosos de ello.

viernes, 29 de mayo de 2015

ACERCA DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

La violencia doméstica, la violencia de género o mejor, la violencia en general, tiene su origen en el propio Génesis. El primer episodio de violencia doméstica registrado es precisamente el fratricidio de Abel por parte de su hermano Caín motivado por los celos enfermizos del segundo por lo que consideraba era un trato privilegiado de sus padres hacia su hermano.

Usualmente se tiende a identificar a la violencia doméstica con la violencia de género y si bien muchas veces se dan juntas, la segunda refiere a la violencia hacia el otro género, principalmente al femenino, en cambio la violencia doméstica tiene más que ver con lo vincular, independientemente del género de la víctima o del victimario. Es más, la violencia de género incluye otras formas de violencia que no se dan dentro del núcleo familiar como por ejemplo, el acoso laboral o la cosificación de las mujeres en tanto objetos sexuales.

Quienes me conocen saben de mi profunda vinculación con lo femenino, cuatro hermanas, cuatro hijas, siete sobrinas, madre, abuelas, tías, suegra, cuñada, muchas y excelentes amigas con las que he logrado vínculos muy profundos desde siempre, compañeras de trabajo y de estudio, en un mundo, como es la Psicología, ampliamente dominado por las mujeres, y sobre todo, una esposa a quien amo profundamente desde el primer día y con quien compartimos nuestras vidas hace ya más de veintisiete años. En fin, siempre me he sentido muy consustanciado con este mundo y siento que eso me ha ayudado de manera decisiva a desarrollar mi ánima y tal vez por eso me duele tanto, a la vez que me produce una profunda vergüenza la violencia de género, en todas sus formas, desde las más sutiles a las más flagrantes.

Pero volvamos al Génesis. Según este relato del mito de la Creación, luego de crear Dios todas las cosas, decidió crear al hombre (varón, no genérico) a su “imagen y semejanza” y regalarle todo, y luego, al ver que “no es bueno que el hombre esté solo”, lo sumió en un profundo sueño y de una de sus costillas (no de Dios, del hombre) creó a la mujer.
Me cuesta mucho aceptar esta versión, que creo encierra las semillas de la discriminación y la dominación. Me gustaría mucho más una donde dijera que “Dios, al observar toda su Creación, decidió crear a alguien que cuidara, protegiera, se hiciera responsable de todo eso y por eso, tomó barro de la tierra (para reafirmar que de allí venimos y somos uno con ella) moldeó dos figuras y les dio su aliento divino. Hombre y Mujer los creó para que JUNTOS, se hiciesen cargo de todo lo creado”.
Pero no termina aquí la cosa, El mismo texto hace a la mujer responsable de la “caída del Paraíso”. Este relato, que deja al hombre muy mal parado, como un ser totalmente influenciable, sin criterio propio, tal vez para reafirmar aún más la responsabilidad de la mujer en el “pecado original”, consagra de alguna forma, la idea de que “no se las puede dejar solas y por eso el hombre debe estar por encima”, que nos ha venido acompañando desde los albores de los tiempos hasta nuestros días.
Esta visión de la realidad, escrita seguramente por hombres, como la casi absoluta mayoría de la Historia de la Humanidad, no hace más que consagrar la idea de que éste no es uno más en la Creación, sino que está por encima de ella, al igual que de las mujeres, y por ende puede hacer uso y abuso, como ha ocurrido a lo largo de los milenios desde que el homo sapies se irguió y tomo distancia del resto de las especies del reino animal.
El Tantra, filosofía oriental milenaria, propugna el crecimiento espiritual y su desarrollo a través de la unión de los opuestos. El principio masculino unido al principio femenino en un abrazo fecundo que implica la totalidad. Dice también, que el principio masculino, Shiva, alejado del femenino, Shakti, cae fácilmente en el caos y la destrucción.
El Dr. Carl G. Jung planteaba que el culmen del proceso de individuación se alcanza cuando se logra la integración de los opuestos, el ánima, lo femenino en el hombre y el animus, lo masculino en la mujer, y de esa forma se produce el desarrollo pleno de la psiquis humana.
Es que el uno sin el otro estamos rengos, disociados y caemos fácilmente en la desolación que nos lleva fácilmente a la necesidad de control.

El hombre, referido aquí al género masculino, ha logrado a lo largo de la historia prácticamente todo lo que se ha propuesto. Ha dominado todo lo que se le ha antojado, ha puesto incluso su pie en la luna y piensa en Marte como su próximo objetivo. Ha logrado un desarrollo tecnológico que cuesta creer y que no hace muchos años parecía ciencia ficción pura. Cuesta asimilar la idea de que puedo escribir esto en mi teléfono celular y que al instante pase a la “nube” y por lo tanto se pueda acceder a ello en cualquier recóndito lugar del planeta.
Sin embargo, hay dos cosas que el hombre no ha logrado y que se han convertido en sus más grandes “heridas narcisistas”: vencer a la muerte y que en su interior se geste el “maravilloso milagro de la vida”.

En mi libro “Encuentro con el Brujo” esbocé mi teoría que di en “envidia del útero” en referencia a la teoría freudiana de la “envidia del pene” y comencé a desarrollarla, algo que excede mi intención en este momento, por lo que, a quien le interese, le invito a leer el capítulo referido a ello: “La Mujer Nahual”, disponible también en este blog.
Sin embargo, me gustaría adentrarme un poco en el tema.
La “herida narcisista” que implica no poder “ser madre”, siento ha generado en los hombres un alejamiento notable y un fuerte rechazo de su ánima, de todo “lo femenino” que pueda encontrar en él. El padre dice al niño, por pequeño que este sea, “no llores, no seas maricón, los hombres no lloran” y de esa forma le enseña a reprimir sus afectos, porque ser sensible es “cosa de mujeres”. Si a un varón le gusta más leer poesía que jugar al fútbol, automática mente surge el “este debe ser medio rarito”, con la consiguiente segregación. En fin, podría poner infinidad de ejemplos que ilustren el fuerte rechazo y la negación que la mayoría de los hombres sienten sobre “lo femenino” que hay en ellos.
Y por otro lado, de la misma forma que intenta controlar y mantener bajo siete llaves a su ánima, siente la imperiosa necesidad de controlar y dominar a la mujer.
Los seres humanos siempre hemos tenido la tendencia a demonizar y aniquilar todo aquello que no comprendemos o que escapa a nuestro control en una suerte de “formación reactiva” que busca ponernos a salvaguarda de aquello que por ser tan perturbador, sentimos que pone en riesgo nuestra identidad.
El problema es que los hombres no pueden ni nunca pudieron prescindir de las mujeres, por lo tanto, la única solución que encontraron a lo largo de la historia fue someterlas de las más variadas formas y para eso ha utilizado los más variados mecanismos de dominación.
Todos tendemos a asociar la violencia de género a la forma tal vez más grave: la violencia física, que va desde los golpes a la mutilación y que llega a límites extremos como lamentablemente vemos casi a diario tal vez respondiendo a la sentencia retratada en el cine y en la música de “la maté porque era mía” que, más allá del cliché, hace referencia a la idea ancestral, tal vez desde que Adán se entera que Eva proviene de una de sus costillas, de que la mujer es de propiedad del hombre. Basta ver que muchos hombres se refieren a sus parejas como “mi mujer” o que hasta no hace mucho, las mujeres firmaban como “de” y el apellido de sus esposos, o como ocurre en otro países, que directamente la mujer renuncia a su apellido para adquirir el de su cónyuge, como si el contrato de matrimonio convalidara un derecho de propiedad.
Pero además de ésta, existen formas mucho más sutiles de dominación que el hombre ha ido refinando a través de los siglos. La violencia psicológica que busca doblegar la integridad psíquica del otro, utilizando para ello la desvalorización, la degradación o la humillación, contando para eso, lamentablemente en muchos casos, con la complicidad de las propias mujeres que, por haber sido criadas en esos parámetros, colaboran para sostener el modelo convenciendo muchas veces a sus hijas, por ejemplo, de la necesidad de “tener un hombre al lado”. Como decían en mi pueblo, “tenés que conseguirte un novio o te vas a quedar a vestir santos”. Tan profundo llega la huella del sometimiento y la dominación que todos conocemos casos en que la víctima termina identificándose con el agresor y justificando las aberraciones más atroces.
Pero sin legar a esos extremos, sincerémonos, ¿cuántos  hombres confían realmente en una mujer? Los estadounidenses, auto proclamados paladines de la democracia, prefirieron antes votar a un  presidente negro, con todo lo que esto implica, antes que a una mujer. Si un hombre debe consultar a un especialista por una enfermedad complicada y tiene como opciones a un hombre y a una mujer, ¿cuántos eligen a la mujer? Sin un hijo se enferma, ¿quién falta a trabajar y quién se queda en casa a cuidarlo? Si en una casa hay un coche europeo y un auto chino, quien maneja uno y quien el otro? Aunque no lo parezca, porque están demasiado naturalizadas en nuestra sociedad, esas también son formas de violencia de género.

Ahora bien, ¿qué hacemos con todo esto? Como hombre comprometido en la búsqueda de caminos que colaboren a cambiar esta realidad, lo primero que me surge es pedir perdón en nombre de mi género de milenios de violencia, discriminación, persecución e injusticia en el entendido que la reconciliación solo es posible si antes hay un reconocimiento del daño. En segundo lugar, mi reconocimiento público de mi convencimiento de que el verdadero “sexo fuerte” es el femenino. Los hombres podremos hacer proezas físicas increíbles, pero ningún hombre es capaz de soportar lo que logra una mujer, desde un parto, pasando por todo lo que implica, por ejemplo un embarazo complicado, al dolor inenarrable de la pérdida de un hijo. He conocido muchas mujeres que toleran estoicamente vejámenes de los más bajos para ver a sus parejas o a sus hijos semana tras semana privados de libertad y he visto también mujeres pasar hambre literal y simbólicamente hablando, con tal de darle a sus hijos lo que necesiten y más. ¿Cuántos hombres son realmente capaces de esto?


Por todo esto y por la profunda admiración que siento por el género femenino es que desde hace muchos años estoy comprometido con la idea de un cambio de consciencia que nos permita evolucionar de nuestro yo individual y narcisista a una consciencia del nosotros, de que no somos los “amos de la creación” sino uno con ella y por lo tanto podamos ver al otro sexo como nuestro par y así poder reconocerlo, honrarlo, valorarlo y respetarlo como se merece. Convencidos además de que solo a través de la integración amorosa de los opuestos podremos lograr los cambios necesarios que nos alejen de la autodestrucción como Humanidad.

domingo, 8 de marzo de 2015

Mi homenaje a todas las mujeres, en especial a las 5 que le dan sentido a mi vida

LA MUJER NAHUAL
 (De "Encuentro con el Brujo") 

    “– Por ti solo no tienes suficiente energía para llevar a cabo la última tarea de la tercera compuerta del ensueño –prosiguió–, pero si te aúnas a Carol Tiggs, ustedes dos pueden ciertamente hacer lo que tengo en mente.
... Don Juan se rió entre dientes y dijo: – Tú y Carol Tiggs nunca han ensoñado juntos. Vas a descubrir lo que es un deleite. Las brujas no necesitan de ningún sostén. Ellas simplemente van a ese mundo cuando quieren; para ellas hay siempre un explorador listo... – ¿Por qué crees que traje a Carol Tiggs conmigo cuando tuve que sacarte del mundo de los seres inorgánicos? –preguntó–. ¿Crees que lo hice porque es hermosa?.
–¿Por qué lo hizo, don Juan?.
– Porque yo no lo podía hacer solo; y para ella eso no fue nada. Tiene una afiliación natural por ese mundo.
–¿Es ella un caso excepcional, don Juan?.
–Las mujeres en general tienen una inclinación natural por ese reino, por supuesto que las brujas son las campeonas, pero Carol Tiggs es la mejor de las que yo he conocido. Como mujer nahual su energía es espléndida.”

                                          Carlos Castaneda, “El Arte de ensoñar”

    Me han estremecido un montón de mujeres, canta Silvio Rodríguez, y siento que pocas veces la letra de una canción tiene tanto que ver con mi vida.
    Soy el mayor de cinco hermanos y el único varón, tengo cuatro hijas, por lo que convivo con cinco mujeres, pero además, lugar a donde voy, por motivos de trabajo, de estudio o por lo que sea, siempre me encuentro rodeado de mujeres. Como digo siempre, un poco en broma y otro poco en serio, siento que lo mío ya es una cuestión de karma.
    Pero bueno, sé que en un mundo donde las mujeres son abrumadora mayoría, esto que me ocurre a mí no debe ser tan extraño. El tema es que siento que esta circunstancia de mi vida me ha marcado decididamente.
    Como ya he contado, nací y crecí en el seno de una familia profundamente religiosa, hice la escuela primaria en un colegio de religiosas y siempre estuve bastante vinculado a la Iglesia, todo esto sumado a los acontecimientos que viví en el verano de 1985, a los que me referiré más extensamente más adelante, y a la irrupción en mi vida de quien ha sido uno de mis más grandes maestros, un sacerdote jesuita que me enseñó a ver y vivir la Fé de una forma completamente distinta a todo lo que había conocido hasta el momento y que encajaba a la perfección con la forma en que yo intuía que quería vivirla, me llevó a que sintiera fuertes cuestionamientos de tipo vocacionales. Esto condujo a que, a sugerencia de este sacerdote que por ese tiempo se había convertido en mi guía espiritual, decidiera realizar un retiro espiritual con el objetivo de lograr un discernimiento que me permitiera clarificar esos cuestionamientos. Fue una instancia muy productiva, no solo porque clarifiqué que lo mío no pasaba por una vida consagrada, sino porque durante esos días del retiro entré en contacto con todo lo que las mujeres habían significado en mi vida y la profunda influencia que en mí ellas habían ejercido. Lejos estaba de imaginarme en esos momentos lo que luego vendría con respecto a este tema, pero esa fue la primera vez que tuve un encuentro profundo con esa realidad. Allí por primera vez pude tomar contacto con cómo las mujeres han sacado y sacan lo mejor y lo peor de mi. Allí me di cuenta por primera vez que muchas de ellas han sido verdaderas maestras  y otras han sido adversarias implacables y todas ellas, de alguna forma me han dejado enseñanzas invalorables. Recordé por ejemplo que la primera vez que me sentí verdaderamente ruin fue a raíz de la crueldad con la que me comporté con una compañera de liceo que se sentía muy atraída por mí y a la cual alejé pegándole donde más le dolía. Recordé también que nunca me había sentido tan cerca de la locura como durante mi relación con una novia con la que tuve una relación que rayaba con lo patológico y que, por otro lado, fue ella quien me impulsó a realizar mi primer proceso terapéutico y de esa forma me re-introdujo al mundo de la Psicología. No es lo único que le debo, pero sí creo que es lo más importante.
    También recordé durante esa recapitulación que hice sobre mi historia con las mujeres, la profunda influencia que en mí ejerció  mi docente de Filosofía del liceo. En gran medida es a ella a quien le debo el que esté escribiendo y también mi trabajo como terapeuta. Tengo grabado a fuego el recuerdo del día en que, durante un escrito para el cual no había estudiado mucho, y tal vez porque me daba una vergüenza enorme entregar la hoja semi en blanco, sobre todo a ella, decidí escribir sobre lo que sentía respecto al tema y las vivencias que me generaba. Enorme fue mi asombro cuando recibí la corrección del mismo. Siento que fue la primera persona que me habilitaba para hacer algo que luego, varios años mas tarde, aprendería como fundamental en el proceso de crecimiento de una persona y por lo que lucho a diario, entrar en contacto con los sentimientos y expresarlos. Fue ella además quien me introdujo en la Psicología y quien, a partir de la pasión con que daba sus clases, sembró en mí la semilla que otra mujer se encargara de enterrar pero que, varios años después, una nueva mujer, la más importante, se encargara de regar y hacer germinar, mi vocación por este fascinante mundo.
    Y hay más, tomé contacto también con la profunda influencia que ha tenido en mí el haber crecido en un hogar que compartí con cuatro hermanas y cómo eso me ha ayudado a poder generar fuertes vínculos de amistad con distintas mujeres a lo largo de mi vida, a comprenderlas, respetarlas, a poder empatizar con ellas.
    Pero también recordé otras mujeres que me marcaron a fuego y dejaron en mí enseñanzas que me acompañarán mientras viva.  Como ya he dicho, nací y me crié en una pequeña ciudad del interior del país. En una sociedad que, por lo menos en ese momento, se regía por las normas de un machismo recalcitrante. Dentro de esa concepción, las prostitutas eran consideradas como seres “infrahumanos” a las que no se las veía más que como meros objetos cuya única función era satisfacer las “necesidades” de los hombres del pueblo y por lo tanto se las confinaba en prostíbulos ubicados en las afueras de la ciudad. Durante un período de mi adolescencia, era moneda corriente que los sábados termináramos nuestras salidas nocturnas en esos prostíbulos. Es bueno comentar que en el interior ese tipo de lugares están compuestos por un bar donde los transeúntes consumen alcohol previo a utilizar los servicios de alguna de las “chicas” o, simplemente, como era el caso mío y de los que iban conmigo, tomábamos algo y “departíamos amablemente” con los allí presentes. Fue así como muchos domingos amanecí inmerso en grandes charlas con “mujeres de la vida”, lo cual incluso ocasionó que más de una vez me llevara “rezongos” de los dueños de los “establecimientos” por distraer a “sus chicas” y no dejar que atendieran a los “clientes” como correspondía. ¡Cuanto aprendí de esas mujeres y cuanto les debo! En gran medida ellas fueron mi primer contacto con personas desposeídas. Allí conocí de cerca el dolor, la humillación, la desesperanza, la marginación, de personas sumamente sensibles, mucho más humanas que muchas de las que conocía en mi vida “del centro”, que, en muchos casos contra toda esperanza, mantenían intactos sus sueños, tal vez la única forma de sobrevivir ante la crueldad de ese mundo en que vivían. Aprendí a respetarlas, a valorarlas. Aprendí con ellas a ver más allá de lo obvio, a poder ver a la persona que había más allá del maquillaje y del personaje que encarnaban en ese momento. Pude ver sus valores, sus códigos de ética, pude ver a madres amantísimas, a mujeres que cuando se entregaban lo dejaban todo, sin reservarse nada aunque les costara, como a muchas de las que conocí, llevar heridas que las irían desangrando por el resto de sus vidas.
    Y también aprendí que si ellas estaban allí no era porque sí. Aprendí acerca de la hipocresía de una sociedad que las usa, que las necesita para saciar sus “más bajos instintos” y a su vez las margina, las coloca en los suburbios y se escandaliza cuando se pasean por el “centro”, como hace con todo aquello que le recuerda sus miserias.
    En su canción “Gení y el zeppelín”, Chico Buarque, cuenta la historia de una joven marginada a quien la ciudad toda gritaba “tire piedras a Gení /   tire piedras a Gení / ella está para aguantar / ella está para escupir / se entrega no importa a quién / maldita Gení” hasta que un día aparece un “enorme zeppelín” lleno de armas y cuyo capitán se propone destruir la ciudad a menos que la joven cuya belleza le había cautivado se entregara a él por una noche. Fue así como “la ciudad toda en romería, el alcalde de rodillas, el obispo a hurtadillas”, suplicaron a Gení que les salvara. “Anda con ése Gení / anda con ése Gení / la que nos puede salvar / la que nos va a redimir / se entrega no importa a quién / bendita Gení” pasó a ser el canto que conmovió a la joven a tal punto que, logrando vencer su asco, se entregó al capitán. Este cumplió su promesa y se alejó de la ciudad llevándose con él el peligro por lo que la ciudad toda volvió a cantar “tire piedras a Gení...”[1] Creo que pocas letras retratan con tanta claridad lo que vengo hablando. Por eso sé que es a ellas a quienes debo el haber encendido en mí la sensibilidad frente a todos aquellos que por ser “diferentes”, sea por sus capacidades, por su color, por su sexualidad, por su credo o por su estilo de vida, son marginados, y mi compromiso por luchar junto a ellos para cambiar esa realidad.
    Muchas veces me pregunto qué habrá sido de ellas y muchas veces tengo miedo a descubrirlo. Pero sea donde sea que estén y aunque sé que es poco probable que algún día lean esto, quiero hacer público mi homenaje de agradecimiento a todas ellas por todo lo que me dieron y enseñaron.
    Pero la profunda influencia de las mujeres en mi vida no quedó por allí. Desde ese retiro en que tomé contacto con esta realidad hasta ahora, muchas han sido las mujeres que han tenido lugares sumamente protagónicos. Compañeras de trabajo, de estudios, amigas, maestras, pacientes, mis hijas. Tantas que he decidido no nombrarlas aquí porque sé que seguramente cometería la injusticia de dejar alguna afuera. De todas formas, sí quiero referirme a una en especial. El mismo sacerdote que me guió en ese retiro espiritual fue quien me presentó a la mujer que más influencia ha ejercido en mi vida. Recuerdo claramente el día que me dio su número de teléfono porque era ella quien, a su juicio, era la persona indicada para introducirme en la Parroquia y en los grupos de jóvenes que allí funcionaban. Dudo que Jorge imaginara el enorme regalo que me estaba haciendo. Recuerdo también con suma claridad que fue en su despacho donde la vi por primera vez. A lo largo de todo este libro ustedes han leído acerca de sucesos donde Ana ha sido principal protagonista, pero me gustaría referirme aquí a dos momentos en los cuales me acompañó a la oscuridad más profunda y fue gracias a ella y a su guía, que logré encontrar el camino de salida.
    El 23 de julio de 1989 fue sin lugar a dudas uno de los días más felices de mi vida. Era un frío y lluvioso domingo y durante todo el día toda la familia estuvo pendiente de los dolores de parto que con mucha intensidad aquejaban a Ana, pero fue ya entrada la noche cuando participé en primera fila de uno de los espectáculos más maravillosos que persona alguna puede presenciar. Tengo grabado a fuego en mis retinas el momento en que vi aparecer la cabecita de Silvina, la primera de mis hijas y la única que tuve la dicha de recibir en el momento mismo de su nacimiento. Cualquiera que haya participado de tan impresionante experiencia podrá entender cómo me sentí en ese momento, la inagotable sucesión de sentimientos que fluyeron desde los lugares más recónditos de mi ser.
    Ese fue sin duda uno de los momentos más felices de mi vida aunque una sombra pasó por mi corazón cuando vi que el neonatólogo se llevó a Silvina unos instantes, luego de lo cual me dijo que esa noche pasaría en observación en la nursery porque algo no había andado del todo bien en el parto. Poco tiempo después sabría que durante el trabajo de parto hubo un momento en que le faltó oxígeno y eso le causó sufrimiento fetal.
    Ana y yo estuvimos toda la noche en vela esperando que pasaran las horas de observación para tener a nuestra hija con nosotros. Juntos esperamos, juntos comenzamos a preocuparnos cuando pasaban las horas y no venía, y juntos estábamos cuando la pediatra vino a decirnos que las cosas no estaban bien y habían decidido trasladar a Silvina al CTI. Fue un mazazo tremendo, como nunca antes había sentido y si no me derrumbé fue exclusivamente porque Ana estaba a mi lado. A partir de allí todo fue un infierno del cual recién comencé a salir una vez que, varios días después, Silvina llegó a casa. Las circunstancias del calvario que vivimos esos días y que de alguna forma  se extiende hasta hoy, no vienen al caso en este momento, pero lo que si quiero compartir es que difícilmente hubiese podido salir adelante si no hubiese tenido a Ana a mi lado, luchando codo con codo, sosteniéndonos el uno al otro, no dejándonos caer ni resignándonos aun en los peores momentos.
    El otro episodio ocurrió un año y medio después y ya me he referido a él. Nunca podré olvidar el momento en que Gladys, la vecina de la casa de mis suegros en Costa Azul, vino a buscarme porque me llamaban por teléfono. Hacía solo un rato que habíamos llegado a ese balneario con la idea de pasar allí mi cumpleaños y la Navidad y solo unas horas me separaban del momento en que me había despedido de mi familia que volvía a Dolores luego del sepelio de mi tío Carlos. Nuevamente sentí que el mundo se me venía encima cuando la persona que estaba del otro lado del teléfono me dijo que mi padre había fallecido en el accidente, y nuevamente sé y siento que si no perdí la razón fue porque desde el primer momento Ana estuvo allí, a mi lado, sosteniéndome.
    Desde que la conocí supe que era la mujer con la que quería construir mi familia, con quien quería envejecer y en cuyos brazos me gustaría estar cuando me llegara la hora, pero fue después de esos dos episodios que pude calibrar realmente la fuerza interior, la entereza y la enorme capacidad de amar de la mujer que Dios, el universo, o como quieran llamarle, puso a mi lado. Y sé, con ese saber que no proviene de la razón, que mucho de lo que soy y he hecho desde que la conozco se lo debo a ella, incluso que esté escribiendo estas páginas. Con ella y gracias a ella he vivido los momentos más felices de mi vida, y con ella y gracias ha ella he logrado salir del infierno. 

    En contrapartida a la famosa “envidia del pene” que el Dr. Freud desarrolla en el contexto de su teoría de la castración, creo que existe una verdadera “envidia del útero” que los hombres hemos sentido desde el comienzo de los tiempos. Envidia muy reprimida y negada por cierto pero que existe. Los hombres podemos hacer prácticamente todo y nos jactamos de ello, pero hay algo que no podemos hacer, participar del más grande de los milagros de la Creación. No hemos logrado, y posiblemente nunca lo lograremos, el milagro de que en nuestro interior se geste la Vida, dado que carecemos de un útero que se convierta en el templo que por nueve meses albergue a un nuevo ser. Sallie Nichols, hablando acerca de la carta número 2 de los arcanos mayores del Tarot, la Papisa, se refiere a la leyenda del Papa Juan, quien resultara ser una mujer, hecho que quedara en evidencia cuando en medio de una procesión solemne, diera a luz una criatura, y plantea que “aunque el verdadero Papa Juan hubiera podido dominar vastos reinos espirituales y temporales, jamás hubiera podido realizar este milagro que se repite a diario. El hombre puede propagar y celebrar el Espíritu Divino, pero sólo a través de la mujer se encarna el espíritu. Es ella la que acoge la chispa divina en su vientre, la protege y alimenta y finalmente la hace realidad. Ella es el vehículo de transformación.”[2]
    Aunque nos fastidie admitirlo, esa es una profunda “herida narcisista” que, entre otras cosas, creo yo justifica las profundas injusticias a las que los hombres hemos sometido a las mujeres desde el comienzo de los tiempos.   Tanto es esto así que desde el Génesis, escrito seguramente por hombres, ponemos a la mujer en una posición de inferioridad. “Primero creó Dios al hombre y como luego se dio cuenta de que no era bueno que estuviese solo, entonces creo a la mujer a partir de una costilla de éste” es decir, la mujer es una derivación del hombre, pero además, mientras el hombre tenía la Misión Divina de gobernar sobre todas las criaturas de la Creación, la misión de la mujer no es co-gobernar, sino hacerle compañía. Y luego, como si esto fuera poco, según la “historia oficial”, la mujer es la causante de la caída del Paraíso. Sin embargo, es, en la tradición cristiana pero también en muchas otras, una mujer la encargada de hacer realidad la posibilidad de la salvación. Sin la entrega total y desinteresada de María y de su útero, que permite la encarnación del Espíritu Divino, no hubiese sido posible la venida al mundo del Salvador. En otras palabras, sin la presencia de la mujer y, por lo tanto, de lo femenino, no hay trasformación posible. Por todo esto es que comparto plenamente  con Nichols, que “en su nivel más profundo, el movimiento de liberación femenina no es, ni debe ser, agrego yo,  una guerra entre los sexos, sino más bien, una batalla que se libra por parte de los dos para liberar al principio femenino del calabozo del inconsciente y para elevarlo al lugar que le corresponde, que es el de co-gobernadora junto con el principio masculino.”[3]       
    Lejos está de mi intención establecer una polémica ni psicológica ni teológica, solo pretendo facilitar la reflexión de lo que ha sido la historia del vínculo entre los hombres y las mujeres y la visión que hemos tenido sobre éstas, quiero tratar de desentrañar por qué, siendo que las mujeres siempre han sido mayoría, han sido tan denostadas, mancilladas, agredidas, ultrajadas. ¿Por qué existen tan pocas mujeres premio Nobel, tan pocas mujeres en los gobiernos?, ¿por qué llama tanto la atención ver a una mujer candidata a presidente? ¿Cuántos de nosotros, si tenemos la opción, elegimos subir a un taxi conducido por una mujer? ¿Por qué es necesario hacer una campaña mundial para detener la lapidación viva de una mujer?  Parece que para considerar a una mujer “digna de confianza” es necesario que sea realmente “fuera de serie” y se le exige muchísimo más que a un hombre, la historia está llena de ejemplos de esto. Y qué decir de sistemas como el tristemente celebre Talibán donde se trata mejor a los animales, o la hipocresía de sociedades como la nuestra donde la mujer es  convertida en objeto que se usa para vender mejor una cerveza, un balneario o su propio cuerpo.
    Lamentablemente esta actitud profundamente discriminatoria de “lo femenino” tiene como directa consecuencia, o tal vez visto de otro modo, causa, la falta, en algunos casos absoluta, de contacto con nuestro “lado femenino”, con lo que Jung llama el ánima. Según el Dr. Jung, en nuestro inconsciente existe una segunda figura simbólica a la de nuestro propio sexo pero que integra nuestra psiquis y llamó a esa figura ánima o animus según que encarne respectivamente “lo femenino” en el caso de los hombres o “lo masculino” en el caso de las mujeres. Y es fundamental para el desarrollo de nuestro “proceso de individuación” el contacto profundo con esas figuras y la consecuente integración de las mismas. Solo así podemos por lo menos acercarnos a la completud y al desarrollo pleno de nuestra psique.
    Es a través de la interacción dinámica de los polos femenino – masculino, que logramos alcanzar el éxtasis de la reconciliación que ilumina nuestras vidas y nos permite percibir la totalidad de la trascendencia. Y es “a través de la otredad de la relación sexual donde mejor experimentamos el poder dinámico de los opuestos en nuestras energías[4] al punto tal de que “el individuo puede alcanzar en esta experiencia, la sensación de haber trascendido las fronteras de su identidad y de su ego tal como se definen en un estado ordinario de conciencia” como ocurre en el sexo oceánico, cuyo fin es “alcanzar la unión trascendente de los principios masculino y femenino”.[5]
    Esta unión entre lo masculino y lo femenino no está ausente en el mundo de don Juan, según él, el nahual puede ser tanto hombre como mujer. Las mujeres lo fueron al comienzo de su linaje pero su pragmatismo natural los condujo “hacia pozos de practicalidades de los que casi no pudieron salir. Entonces, los hombres asumieron la conducción y los condujeron hacia pozos de imbecilidades de los cuales apenas estamos saliendo ahora”, por lo que, “desde hace unos doscientos años, ha habido un nexo conjunto de esfuerzo, compartido entre un hombre y una mujer. El hombre trae sobriedad; la nujer nahual trae innovación”.[6] 
    Según el Dr. Jung,  es el “ánima”, en tanto personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre, la que nos permite entrar en contacto con aspectos de la psique que se consideran atributos esenciales del principio femenino como la habilidad de conectarnos de manera creativa con nuestros sentimientos, nuestra intuición, “las sospechas proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal, sensibilidad para la naturaleza y –por último pero no en último lugar– su relación con el inconsciente”.[7] Es fundamental el papel que el “ánima” cumple como guía del hombre hacia las profundidades de su interior y es ella quien trasmite los mensajes vitales del sí mismo. Por eso es de vital importancia para el hombre hacerse consciente de su “ánima” y que ese contacto profundo le inspire y conduzca hacia su propia totalidad.
    Ya he hablado de mi profunda admiración por la obra de J. R. R. Tolkien y como ella ha influido en mi vida, especialmente su obra cumbre, “El Señor de los Anillos”. Pocos son los personajes femeninos que aparecen en esta obra pero ninguno de ellos pasa desapercibido, todos tienen una importancia fundamental, tal vez porque todos ellos encarnan aspectos de ese principio femenino del que tanto he hablado en estas páginas. Pero quiero detenerme un instante en uno de ellos, Galadriel, la Dama elfa soberana del bosque de Lothlórien. Tolkien retrata en ella de manera excepcional al “ánima” y al papel que ella desempeña. Muchos son los hombres valientes que temen adentrarse en las profundidades del bosque de Lothlórien porque temen encontrarse con la “bruja” que allí reside, sin embargo, una vez que la conocen, ese encuentro marca sus vidas de manera irreversible como es el caso de Gimli, el enano, quien al principio la consideraba su enemiga, pero que, luego de conocerla y al abandonar el bosque, siente que “aunque cayera hoy mismo en las manos del Señor Oscuro, la peor herida la ha recibido en esa separación”.[8] Tal vez su mayor peligro está en que puede adentrarse en las profundidades del corazón de los hombres y conocer por ello sus más oscuros secretos como en el caso de Boromir, a quien atormenta al descubrir su deseo de apoderarse del Anillo. Pero es también la portadora del Espejo de Galadriel, al cual puede ordenar que muestre lo que deseen ver, pero que cuando se lo deja en libertad es que muestra las cosas más provechosas. Cosas que han ocurrido y otras que ocurrirán o no, según que quien mire las visiones se aparte o no del camino que lleva a prevenirlas en el caso que sean malas, o a cumplirlas en caso de que se trate de sueños profundamente atesorados. Y también es Galadriel quien regala a Frodo, el Portador del Anillo, la luz que iluminará su camino y el de Sam, su fiel compañero, en las terribles oscuridades del Mordor, alimentando con ello la débil esperanza, y a Sam las semillas y la tierra que le permitirán reconstruir la Comarca luego de la devastación.
    Todo esto hace el “ánima”, atemoriza y puede llegar a influir de forma destructiva a quien no es consciente de ella, pero inspira y conduce a quien se anima a conocerla. Ella es quien nos muestra las imágenes más profundas de nuestro inconsciente y nos guía en el camino hacia nuestro sí mismo y por lo tanto a nuestra totalidad. Y ella es quien nos permite entrar en contacto con nuestro potencial creativo.

    Por todo esto es que me siento profundamente agradecido a todas aquellas mujeres que de alguna forma u otra han facilitado mi crecimiento, me han puesto en contacto con mi “ánima” y con ello me han ayudado a ser alguien más completo. Y como mi homenaje a todas ellas me permito tomar prestado este poema que una de las mujeres que más quiero en este mundo, mi hija Magdalena, escribiera con solo 11 años y que creo expresa de forma por demás clara lo que siento es el principio femenino.            
  
Sus cabellos dorados caen sobre sus hombros.
Sus ojos grises y maravillosos lucen en su cara hermosa
y  en su alma atrapada que desea libertad.
Pero el amor se la impide y su corazón se la pide
llevándola al escape y al peligro quizá.
Pero al fin su deseo está hecho realidad.
Aunque no está completo, le falta algo más.
Le falta salir a la lucha y a la guerra quizá.
Eso es lo que ella piensa, tal vez no sea realidad
Porque le falta el amor de un hombre
que luego conseguirá.



[1] Chico BUARQUE,  “Gení y el zeppelín” del disco “Chico Buarque en español” año 1984.
[2] Sallie NICHOLS, “Jung y el Tarot”, pág. 109.
[3] Idem, op. cit. pág. 115.
[4] NICHOLS, op. cit. pág. 116.
[5] GROF, op. cit. págs. 247-254.
[6] Carlos CASTANEDA, “El lado activo del Infinito” pág. 93.
[7] Carl G. JUNG, “El hombre y sus símbolos” pág. 180.
[8] J. R. R. TOLKIEN, “El Señor de los Anillos – La comunidad del anillo” pág. 508.