domingo, 20 de diciembre de 2015
sábado, 12 de diciembre de 2015
jueves, 3 de diciembre de 2015
A propósito de Paris, la violencia y la muerte
Me duelen TODAS las muertes, las
de Paris, las de Beirut, las de Siria, las de Palestina, las de Israel, las de
Afganistán, las de Estados Unidos, las de Venezuela y las de Uruguay.
Me duelen todas las muertes
porque la muerte siempre duele. Aún cuando la esperamos o cuando racionalmente
sentimiento que es lo mejor, la muerte siempre duele. Y nos duele por lo que
nos roba, por el otro que ya no va a estar, y por lo nuestro que se va con él.
Nos duele por los que sufren por la pérdida y porque nos pone de cara con
nuestra única certeza absoluta: nuestra propia mortalidad.
Pero más me duelen las muertes
absurdas que son producto de la violencia. Pensaba decir irracional, pero
lamentablemente, la mayoría de esas muertes absurdas son fruto de algo
planificado, fríamente calculado, medido con una precisión quirúrgica. Y eso es
lo que más me indigna y duele. Miles de años de evolución no han hecho más que
sofisticar nuestra increíble tendencia a la destrucción, que siempre termina
siendo a la autodestrucción.
Y no importa de qué bando sea, no
importa quien tiene circunstancialmente la razón, no olvidemos que cada uno ve
la realidad desde su punto de vista y por lo tanto siente que tiene la razón.
Podremos tener distinto color de piel, distinto género, distintas creencias
filosóficas o religiosas, pero la sangre de todos los seres humanos que riega
los lugares donde se produce una matanza siempre es roja. Y siempre, detrás de
un muerto existen padres, hermanos, parejas, hijos que sufren el desgarro en su
corazón que implica la muerte.
Para colmo, en esta sofisticada insanía
que implica la guerra moderna, cada vez más, los muertos son mujeres, hombres,
ancianos y niños inocentes que nada tienen que ver con los obscenamente
mezquinos intereses que están detrás de ellas.
Atentados terroristas como los de
los últimos días en Beirut o Paris o bombardeos que caen “por error” sobre
escuelas, hospitales o zonas urbanas atestadas de gente no hacen más que
confirmar que los seres humanos somos considerados cada vez más como “daños
colaterales” y menos como personas. No es necesario esperar futuros
apocalípticos donde las maquinas se rebelan y quieren extinguir a los humanos,
ya lo estamos haciendo nosotros mismos.
Y lo más triste del caso, estas
escaladas de violencia no hacen más que fomentar y alimentar a las fuerzas más reaccionarias.
Los Trump, Le Pen, Bush, etcétera, y toda la industria armamentista se relamen
y disfrutan cada vez que una bomba estalla, sea en el lugar del mundo que sea.
Discrepo radicalmente con los que
dicen que los muertos del tercer mundo no le importan a nadie, cuantos más
muertos haya de uno y otro bando, más armas se venden para vengarlas.
En estos días leí un artículo de Rubén
Darío Buitrón donde plantea lo siguiente:
¿Quiénes compran el petróleo al Estado Islámico? Las mismas potencias
mundiales.
Pero los medios y los periodistas que manejan el discurso “occidental” (un
discurso xenófobo, con complejo de superioridad, que comete el delito de
discriminación por creencia religiosa, que sube los altares a sus presidentes
genocidas) miran a los atacantes de París a la distancia y con miedo, como si fueran
demonios.
Pero no.
Los demonios están mucho más cerca de lo que creen: son sus propios
gobernantes.
Más allá de compartir prácticamente
la totalidad de lo que el autor plantea, lamento agregar que esos gobernantes
no llegaron al poder por decisión divina, nosotros los pusimos ahí. Negar eso,
plantear teorías conspirativas de como las grandes corporaciones son las que
realmente gobiernan, como si estas no estuviesen dirigidas por humanos, no hace
más que intentar eximirnos de responsabilidad. El famoso “yo no los voté” tan
popular por estos lados. TODOS somos responsables de la violencia de la misma
forma que TODOS somos sus víctimas. Por eso, toda forma de violencia es, en
definitiva, autodestructiva.
Muchos se preguntarán “¿y yo que
tengo que ver con lo que ocurre a miles de kilómetros?” “¿Cómo puedo ser
responsable de algo tan ajeno a mí?” Ese es precisamente uno de los principales
problemas que nos impiden aproximarnos a una solución. Seguimos centrados en
nuestro yo individual, viendo nuestra chacrita sin asumir que somos parte de un
todo y que por lo tanto, cualquier cosa que le ocurra al todo nos afecta, de la
misma forma que, aunque nos cueste comprenderlo, lo que ocurre a cada uno,
afecta al todo.
Por eso, si realmente queremos
comenzar a poner un límite a esta barbarie, debemos dar un verdadero salto
evolutivo y pasar de la primera persona del singular a la consciencia del
nosotros, a la consciencia de totalidad. Y de esa forma asumirnos como co
responsables de todo lo que ocurre en la totalidad, para bien o para mal. Solo
de esa forma tendremos alguna esperanza de torcer ese camino inexorable hacia
la autodestrucción que la humanidad toda estamos transitando.
Hay un viejo dicho que dice,
valga la redundancia, que si todos los chinos saltaran a la vez podrían torcer el
eje de la tierra, con todo lo que eso implicaría. Por eso, lo importante es que
no lo sepan. Y de eso se trata, de hacernos creer que no podemos hacer nada o,
lo que es prácticamente lo mismo, que no seamos consciente de lo que realmente
podemos hacer.
La peor forma de dominación no es
por el miedo o el terror. La peor forma de dominación es a través de la ignorancia
y la desvalorización, impedir que el otro se conozca y asuma su poder personal,
y hacerle sentir que no tiene ninguno y que no es nadie sin su dominador.
Ahora bien, si queremos logran un
cambio real de consciencia, y lo que es fundamental, que sea sostenible,
debemos comenzar primero por nosotros mismos, por nuestra consciencia. Y, como
cualquier modificación en algunas partes afecta al todo, nuestro cambio se irá
sumando al de otros y se convertirá en una verdadera revolución. En una que
realmente funcione, en una que venga desde abajo, desde las bases y por lo
tanto, como vendrá de lo más profundo de nosotros mismos, sin violencia.
Si miramos la historia de la
Humanidad, veremos que todas las revoluciones violentas fracasaron. Y lo
hicieron por dos razones fundamentales: porque generalmente no vinieron de
abajo si no de arriba, de elites iluminadas que se arrogaron el poder de saber “lo
que el pueblo quiere y necesita” y por lo tanto, no surgieron de un cambio
general de consciencia que le diera legitimidad y sustentabilidad. Por eso, la
mayoría de las revoluciones violentas de la historia, terminaron en cruentas
dictaduras que terminaron avasallando todo aquello que pretendían defender.
Ahora bien, ¿como generamos ese
cambio a partir de nosotros mismos? En primer lugar, reconociendo y asumiendo
nuestra propia violencia.
Todos nos horrorizamos cuando
vemos las imágenes de niños muertos o mutilados, de ciudades destruidas por las
bombas o cuando, como en los sucesos de Paris, vemos que no estamos tan lejos,
que ya no es tan seguro ir a un toque de una banda de rock o a un partido de
fútbol en una de las ciudades más importantes del orbe. Pero esas son formas de
violencia extremas. También es violencia cuando destratamos a quien tenemos al
lado, cuando le negamos oportunidades, cuando intentamos someterlo a nuestros
deseos.
Violencia no es solo la que se
practica con un arma o una bomba. Violencia no es solo el golpe que el marido
le da a su esposa porque la sopa estaba fría. Violencia es también el insulto,
la prepotencia, el engaño, la humillación.
Cuando un padre le dice a su hijo
pequeño “no llores no seas maricón” también es violencia porque le está
enseñando a reprimir sus afectos y de esa forma a negarse a sí mismo.
Y también lo es cuando, por miedo
a quedarnos solos, boicoteamos las posibilidades y los deseos de crecimiento de
quien tenemos al lado.
Violencia es todo aquello que de
una forma u otra atenta contra la dignidad del otro. Por eso nadie se puede ni
debe sentir ajeno a ella.
La mayoría de los jóvenes que
irrumpen armados hasta los dientes en los colegios de Estados Unidos y disparan
contra todo lo que se les pone adelante, sufrieron alguna especie de abuso o
bulling. Aquí, en nuestro pequeño paisito, todos recordamos a la joven liceal
que quedó en una silla de ruedas al recibir una bala perdida de otro
adolescente que llevó al liceo el arma de su hermano policía, harto de las
burlas y el acoso de otros compañeros.
Cuando escucho en las noticias
que cientos de jóvenes europeos dejan sus casas para unirse al Estado Islámico
me pregunto: ¿qué habrán vivido y vivirán esos jóvenes para tomar tamaña
decisión? Posiblemente nunca sepa la respuesta, pero no creo equivocarme mucho
si pienso que nosotros mismos, como sociedad los hemos empujado hacia allí.
Por eso, en vez de mirar
horrorizados lo que ocurre en otras partes del mundo, propongo que cada uno de
nosotros miremos hacia adentro y tengamos el valor de reconocer nuestra propia
violencia a partir de allí, asumamos el firme propósito de lograr un cambio que
sea el germen de la verdadera lucha por la paz y la convivencia que tanto
necesita la Humanidad toda. Sólo así podremos realizar el salto evolutivo que
nos permita detener la autodestrucción y alumbrar un horizonte de esperanza para
toda la Creación.
viernes, 25 de septiembre de 2015
Nuevo sitio web
Tengo el agrado de comunicar la apertura de mi nuevo sitio web donde a partir de ahora podrán encontrar mis nuevas publicaciones.
La dirección es:
rafaelperandones.com
En los próximos días iré migrando los contenidos de este blog hacia allí aunque este sitio seguirá abierto.
Los espero.
La dirección es:
rafaelperandones.com
En los próximos días iré migrando los contenidos de este blog hacia allí aunque este sitio seguirá abierto.
Los espero.
domingo, 20 de septiembre de 2015
HACERNOS CARGO
La recientemente publicada foto del niño sirio
muerto en la orilla de una playa europea ha desatado una ola de indignación
generalizada, que obviamente comparto, y un sentimiento común en todo el mundo
de que es necesario hacer algo para, por un lado atender la urgencia de la
catástrofe humanitaria de cientos de miles de refugiados, y por otro, para
detener la barbarie que la genera.
La imagen es por demás elocuente y es imposible
permanecer impasible ante ella, pero no es muy distinta a muchas otras que han
aparecido a lo largo de los años. En estos días han aparecido recicladas las
imágenes como la de los niños vietnamitas corriendo desnudos huyendo del napalm
con que bombardeaba el ejército norte americano o la horrenda del buitre
esperando que el completamente desnutrido niño africano muera para hacerse de
su cadáver. Todas estas imágenes, cuando fueron publicadas, generaron el mismo
horror y la misma indignación, y sin embargo poco hemos podido hacer como
civilización para modificar esa realidad.
Me pregunto y espero de todo corazón equivocarme en
la respuesta que intuyo, ¿Cuánto tiempo va a durar esta oleada de solidaridad
con los refugiados que campea a lo largo y ancho del planeta? ¿Será que esta
vez realmente nos haremos cargo del problema y le encontraremos una solución?
¿O será que una vez que pase el impacto inicial volveremos al deporte favorito
del ser humano: desligarnos de la responsabilidad y colocarla en cualquiera que
no seamos nosotros mismos?
Somos parte del todo que implica la Humanidad, por
lo tanto, como cualquier modificación en una de las partes afecta al todo, no
podemos hacernos los distraídos. Y mucho menos ahora, globalización mediante,
el drama de los refugiados nos golpea en la cara, y si no, pregúntenle a
cualquiera que pase por la plaza Independencia en estos días.
Pero además, ¿quién no tiene en este país un
ancestro que no fuera un refugiado?, ¿quién no tiene un familiar o un amigo
cercano que no haya estado refugiado, sea por razones políticas o económicas?
No es un tema que nos sea ajeno.
Por lo tanto, y vuelvo al todo y la parte, como
parte de la Humanidad que integramos, TODOS somos co-responsables de lo que
ocurra en ella, y debemos hacernos cargo de ello.
Ahora bien, nada va a cambiar si no comenzamos por
un cambio profundo en nosotros mismos.
“Cuando era joven y
mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando me hice
más viejo y sabio, descubrí que el mundo no cambiaría: entonces restringí mis
ambiciones, y resolví cambiar a mi país. Pero el país también me parecía
inmutable. En el ocaso de la vida, en una última tentativa, quise cambiar a mi
familia, pero ellos no se interesaron en absoluto, arguyendo que yo siempre
repetía los mismos errores. En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si yo
hubiera comenzado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo
podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez
contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi
ciudad, el país y ¿quién sabe? cambiar el mundo.”[1]
El texto precedente describe maravillosamente lo que
quiero plantear: no podemos pretender que los demás se hagan cargo de sus
responsabilidades si primero no comenzamos por nosotros mismos.
La palabra responsabilidad no goza de mucho
prestigio, tal vez porque la mayoría de las personas la tienen muy asociada a
una de sus acepciones y que tiene que ver con las obligaciones. Sin embargo,
quiero referirme a dos acepciones que me parecen mucho más interesantes y
estimulantes: “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para
reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”, y la
que más nos gusta a los gestaltistas, la “response-ability” o “habilidad para
responder”.
Detengámonos un momento en la segunda acepción. La
habilidad para responder implica necesariamente que antes de responder tengo
que tener muy claro cuáles son mis habilidades. Es decir, implica un verdadero
conocimiento de mí mismo y de mis recursos, tanto internos como externos. Y
aquí lo enganchamos con la acepción anterior. Si realizo una elección libre y
plenamente consciente de mis posibilidades, no voy a tener ningún problema para
hacerme cargo de las consecuencias que esa elección genere.
Ahora bien, como esto está muy lejos de la
omnipotencia, ser “hábil para responder” también implica conocer muy bien mis
limitaciones y de esa forma no comprometerme con aquello con lo que sé de
antemano que no puedo. Ser responsable no implica ir en contra de nuestras
posibilidades. Ser responsable implica ser conscientes de nuestras limitaciones
y por lo tanto reconocer cuando no podemos con algo. Eso es también ser
responsable.
Un ejemplo: me apasiona el futbol, toda mi vida
quise jugar pero lamentablemente ese nunca fue uno de mis aspectos destacados.
De todas formas, cada tanto fantaseo con la posibilidad de intentar en alguna
liga senior. Hace poco un paciente trajo a la sesión que está jugando en un
equipo en una liga amateur. Él tiene mi misma edad por lo que automáticamente
volvieron a mi los deseos de explorar la posibilidad de encontrar un lugar. Sé
que más allá de mi falta de condiciones para el deporte, jugar en un equipo,
por más amateur que sea implica un compromiso, hay que estar todos los domingos
de mañana, hay que entrenar, hay que ser consistente. Por otra parte, tengo
algunos problemitas de salud por los que debo cuidarme y no sé si el futbol es
uno de los deportes que puedo realizar. En resumen, mi deseo es muy grande, es
además una de las asignaturas pendientes en mi vida, si actúo por impulso, el
próximo domingo estoy en alguna de las muchas canchas donde se practica
pidiendo una oportunidad. Pero sé, aunque me duela reconocerlo que no estoy en
condiciones de sostenerlo. Sé que tendría que tomarme el entrenamiento muy en
serio y no tengo ni el tiempo ni las ganas para hacerlo. Sé que si me
comprometo no puedo dejar colgado a mis compañeros, y sé que mi familia se va a
tener que “bancar” mi mal humor si las cosas no salen como espero. Así que, con
el dolor del alma, debo asumir mi “herida narcisista” y actuar responsablemente
no metiéndome en un problema que no puedo ni tengo las ganas de sostener.
Conozco muchos hombres de mi edad o incluso mayores,
que al separarse se vinculan con mujeres mucho más jóvenes, algunas incluso más
jóvenes que sus hijos. Muchas veces encuentran, y nunca falta alguna, mujeres
que tienen carencia de figura paterna y la proyectan en ellos, y a su vez, les
alimenta el ego sentirse vigentes y jóvenes al ver que pueden seducir a alguien
muchos años menor. Pero lamentablemente, en la mayoría de los casos se están
comprando un problema. Los intereses y momentos evolutivos son muy disímiles, y
si bien en la etapa de enamoramiento todo parece posible, a medida que van
profundizando en la relación se van dando cuenta que las diferencias son cada
vez más difíciles de subsanar y lo que parecía muy bueno, termina
convirtiéndose en una gran frustración que fácilmente se podría evitar
asumiendo la realidad y actuando responsablemente.
Me gusta decir que la Psicoterapia Gestáltica
debería llamarse la “Terapia de la responsabilidad”. Desde el presupuesto
metodológico de hablar siempre en primera persona, pasando por el uso que
hacemos del “darse cuenta” como punta pie inicial para cualquier
transformación, hasta el que sea una terapia centrada en el “aquí y ahora”,
todo apunta a que nos hagamos cada vez más conscientes de nosotros mismos y de
esa forma logremos la meta fundamental de nuestro abordaje: que cada uno se
convierta en la mejor versión de sí mismo y de esa forma alcance el auto
sostén.
Quiero aclarar este último aspecto. Auto sostén no
implica auto suficiencia, sino todo lo contrario, cuando más auto sostenido
estoy, más consciente soy de mis recursos o habilidades y de mis carencias, por
lo tanto, sé hasta donde puedo y hasta donde no, por lo tanto, se pedir cuando
necesito la ayuda de los demás.
Uno de los
aspectos fundamentales en el trabajo dentro de la Psicoterapia Gestáltica
consiste en lograr que la persona sea consciente del “como” y el “para que” de
lo que hace. Cómo es que repito
siempre las mismas conductas y para qué me sirve hacerlo, cuál es el “beneficio secundario”
que obtengo. Pero el “darse cuenta” no sirve de nada si no va
acompañado de una asunción de la responsabilidad que ello implica.
Joseph
Zinker, uno de los más importantes exponentes de nuestra corriente desarrolló
hace ya muchos años un concepto fundamental de este abordaje, el “ciclo de la
energía” o “ciclo excitacion-contacto-retirada” que describe magníficamente la
irrupción, desarrollo y resolución de una gestalt o figura dentro del continuo
“figura-fondo”. Este ciclo se inicia con la sensación,
el momento en que la figura irrumpe, sigue con el darse cuenta, momento en que tomo consciencia de la figura, luego
llega el momento de la movilización de la
energía en que realizo la estrategia que me va a permitir resolver la
gestalt, acto seguido viene la entrada en acción,
momento en que comienzo a realizar aquello que planifique, luego viene uno de
los momentos más importantes, el contacto,
cuando tomo contacto con la figura y
la resuelvo, y finalmente, el momento de la retirada
en que, una vez resuelta la figura, retiro mi energía, la situación vuelve al
fondo y puede emerger una nueva figura. Un ejemplo que me parece muy gráfico es
el siguiente: estoy concentrado en algo que en ese momento es mi figura pero de
repente comienzo a sentir una sensación que me empieza a perturbar y distraer,
hasta que comienza a desplazar lo que estoy haciendo y se impone como figura.
Allí me doy cuenta que siento hambre, así que realizo un inventario mental de
los recursos con los que cuento a los efectos de saciar mi necesidad: recuerdo
que tengo un trozo de queso y un poco de jamón en la heladera. Por lo tanto, me
pongo en acción, voy a la cocina y me preparo un sándwich. Hago contacto con mi
necesidad, como y de esa forma, al saciar mi hambre, este desaparece como
figura, me retiro y puedo volver a concentrarme en lo que estaba haciendo o en
alguna nueva figura que emerja.
Esa es
precisamente la forma de hacerme cargo de mis necesidades y de mis deseos. De
nada sirve tomar consciencia, si luego no hago algo al respecto.
Todos somos
de alguna forma, producto de nuestra historia. Todos configuramos una forma de
estar en el mundo a partir de lo que hemos aprendido desde el comienzo de
nuestra vida en este planeta. Si una persona nace y crece en un ambiente de
violencia, es sumamente probable que eso sea lo que reproduzca a lo largo de su
vida. Ahora, si en un momento, la persona toma consciencia de los mecanismos
que lo llevan a repetir esos modelos y realmente desea diferenciarse de ello,
entonces, no le va a servir de nada “llorar sobre la leche derramada” y
lamentarse por la vida que le tocó. Lo que realmente le va a permitir cambiar
esa realidad es lo que él/ella haga de ahí en adelante, que asuma su realidad y
trabaje para cambiarla.
No está
bueno que, al tomar consciencia de mi hambre, espere que otro lo perciba y se
haga cargo de saciarlo. Sin embargo eso es lo que hacemos muchas veces,
esperamos que el otro se “dé cuenta” de lo que necesito y nos enojamos si no lo
hace. “Tendrías que haberte dado cuenta que estaba mal y quería hablar contigo”
¿Cuántas veces habrán dicho o escuchado esta frase? Pero, ¿de quién es la
necesidad? Si esperamos que los demás se hagan cargo de lo que necesitamos o
deseamos, muy probablemente nos frustremos. Y muy probablemente, al proyectar
la satisfacción de ello en el ambiente, seguramente lo que terminemos generando
sea una relación de dependencia dado que nos terminaremos convenciendo de que
la solución no está en nosotros sino en el afuera.
Obviamente,
muchas veces necesitamos del otro para satisfacer una necesidad o un deseo,
pero lo que corresponde en ese caso es que nos hagamos cargo de eso y lo
pidamos, asumiendo de esa forma el riesgo de que el otro no esté disponible
para nosotros, pero teniendo éste también que asumir su responsabilidad sobre
la respuesta que nos dé.
Trabajando
con parejas he observado muchas veces como les cuesta hacerse cargo a uno y al
otro de lo que siente, y como terminan muchas veces en rebuscadas actuaciones
de los conflictos que no solo no aportan ninguna solución, sino que terminan
“embarrando” cada vez más la “cancha”.
He visto más
de un caso de personas que frente al sentimiento de estancamiento de la
relación terminan generando situaciones que “pateen el avispero”. Por ejemplo,
hoy día, resulta bastante común dejar como al descuido el celular o la sesión
de Facebook abierta con algún diálogo comprometedor, con las consabidas
reacciones que se generan cuando el otro lo encuentra. Se me podrá decir que
ese tipo de “actuaciones” son inconscientes, y podemos estar de acuerdo, pero
cuando uno trata de indagar en cómo estaban las cosas antes que eso pasara, lo
más frecuente es que encontremos que, al menos uno de los miembros de la
relación, se sienta frustrado e insatisfecho con cómo están las cosas.
Entonces, ¿no es más fácil plantear lo que sentimos y tratar de generar un
diálogo que procure una solución? O si lo que quiero es terminar la relación,
¿no es mejor, expresarlo y evitar de esa forma que la separación se dé de una
forma conflictiva y traumática que termine opacando todo lo bueno que
seguramente la relación tuvo?
¿Cuántas
veces observamos que se busca a un tercero que venga a definir aquello que no
nos animamos a hacer y que además, se haga cargo de las culpas?
Me ha pasado
trabajar con parejas que a todas luces son muy disfuncionales y en la que ambos
miembros son conscientes de lo insostenible de la relación. Sin embargo,
ninguno de los dos quiere hacerse cargo de la responsabilidad de ponerle fin y
entonces, actúan el conflicto delante mío como esperando que sea yo quien les
diga que no pueden seguir juntos. En más de una ocasión, cuando les muestro
esto y les digo que yo no me voy a hacer cargo, dejan de venir. Sería todo
mucho mejor, y a la larga mucho menos doloroso, si asumieran lo que les está
ocurriendo, y ahí sí, contar con mi ayuda para lograr que la separación, si es
lo que corresponde, se dé de la mejor manera posible.
Y ¿qué decir
de los padres que depositan en nosotros la responsabilidad de poner los límites
o frustrar a sus hijos niños o adolescentes? O lo que es peor, que transfieren
responsabilidades a sus hijos que, obviamente estos no pueden asumir, subvirtiendo
totalmente los roles y convirtiéndose en hijos de sus hijos.
Hace un
tiempo trabajé con una familia en la que la hija de nueve años era la que se
tenía que encargar de calmar al padre cuando venía alcoholizado y se ponía
violento con la madre. Cuando le pregunté a la madre por qué no era ella quien
ponía el límite y de esa forma cumplía con su rol y protegía a su hija, me
dijo: “porque a mí no me hace caso y a ella sí”.
Cargamos a
nuestros niños y adolescentes con responsabilidades que exceden largamente sus
posibilidades, ¡y todavía queremos que rindan en escuela y no estén ansiosos!
Me tiene
sumamente preocupado la cada vez más creciente “psiquiatrización” de nuestros
niños y adolescentes que observo día a día sobretodo en la institución en la
que trabajo y fundamental que nos hagamos cargo de ese problema si realmente
queremos cambiar esa realidad. Pero de eso me ocuparé más profundamente en mi
próximo trabajo.
Para
terminar, quiero recordar que solo podremos cambiar “La Realidad” si primero
cambiamos nuestra realidad personal y que, lejos de limitarla, ser responsables
acrecienta nuestra libertad.
El ser libre implica una gran responsabilidad, y a
su vez, cuanto más responsables, más libres somos.
sábado, 15 de agosto de 2015
domingo, 12 de julio de 2015
¿Que nos está pasando a los hombres?
Hombres que abandonan a sus parejas pocos meses después de haber parido, padres que se divorcian y también lo hacen de los hijos viéndolos, cuando lo hacen, cuando quieren y siempre y cuando no interfiera con otras actividades o que, cuando les toca estar con ellos, los dejan a cargo de abuelos, otros familiares o amigos como si fueran una pesada carga que mejor compartir con otros o, lo que es peor, haciendo que los otros se hagan cargo.
Y ni que hablar de la violencia. Ya me ocupé en el artículo anterior acerca de la violencia de género, pero no puedo no volver referirme a ella. ¿Que nos lleva a los hombres a violentar de forma tan cruel a nuestras compañeras o a lo más sagrado que podemos tener, nuestros hijos?
Convengamos que violencia es todo y no solo los golpes. Violencia es humillar a la pareja haciéndola callar cuando no estamos de acuerdo con lo que está diciendo, o porque no nos parece importante lo que opina o porque tenemos miedo a que nos haga pasar vergüenza; es ocultar ingresos para que no entren en la pensión alimenticia; es boicotear los límites que la madre intenta poner a sus hijos; es intentar convencer a la pareja de que lo de ella nunca va a ser más importante que lo nuestro y por lo tanto lo de ella puede ser prescindible y lo nuestro no. En fin, violencia es cualquier cosa que mancille física o psicológicamente la integridad del otro y que deja huellas mucho más profundas que los moretones.
Hace unos años trabajé con un adolescente que tenía consumo abusivo de sustancia. Cuando llegó a mi consulta había probado todo tipo de cosas, a cual de todas más dañinas y en esos momentos estaba inhalando nafta. Recuerdo claramente el gran esfuerzo y los múltiples intentos fallidos que tuvimos que realizar para que su padre viniera a la consulta. Cabe acotar que sus padres estaban separados desde hacía varios años y su padre había formado una nueva familia por lo que no estaba muy al tanto de lo que pasaba con este hijo al cual no veía muy frecuentemente. Ni bien comenzamos a hablar, él comenzó a minimizar el problema dejando más que evidente su total desconocimiento del mismo y al que reducía a una típica “travesura” adolescente de fumarse un “porro” de vez en cuando. Así que le pedí a mi paciente que le contara a su padre todo lo que había consumido. Él, con una inocencia muy poco frecuente en un joven de su edad, fue describiendo detalladamente cada sustancia que había probado y los efectos que habían tenido. Su padre mostraba cada vez más su asombro que llegó a su punto máximo cuando le pedí que le contara lo de la nafta. Con lujo de detalles le contó cuanto hacía que estaba en eso, como la conseguía y como la consumía. Los ojos desorbitados del padre mi hicieron pensar que todo eso realmente lo había conmovido. Se despidió de la consulta diciéndome que estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para ayudar a su hijo y que estaba a mi disposición para venir todas las veces que fuera necesario. Fue la última vez que lo vi. Mi paciente me contó que cuando salieron del consultorio su padre le acompaño hasta su casa y le prometió muchas cosas pero sobretodo le prometió estar más cerca de él. Pasó un mes entre ese día y la siguiente vez que le vio. De las cosas que le prometió no cumplió con ninguna y lo mejor que hizo por su hijo fue, cuando el chico, harto de la disfuncionalidad de su familia y de la soledad en que sentía esta lo sumía, pidió que lo internaran, mover contactos para conseguirle una buena clínica que se ocupara de él.
Él se quedó fascinado con ella desde el primer día que la vio en el trabajo que ella tenía en ese momento. Ella era sumamente bonita y atractiva y sus encantos le resultaban muy funcionales a la tarea que desempeñaba (aclaro que era una actividad que no tenía nada de cuestionable por si alguien piensa lo contrario) Luego de mucho trabajo y constancia, él logró que ella aceptara salir y comenzaron una relación. Al poco tiempo de estar juntos él le pidió matrimonio. Ella venía de una experiencia de familia original bastante frustrante por lo que no se sentía muy atraída por la idea, pero tanta fue la insistencia que terminó aceptando. Allí comenzó su calvario. Vinieron a la consulta porque ella le planteó que solo seguiría con él si hacían una terapia de parejas.
De entrada quedó en evidencia que todo aquello que a él le había atraído de ella era lo que les separaba. Cabe acotar que ella había cambiado de trabajo y ya no estaba tan expuesta pero el nuevo le exigía estar siempre bien vestida y con cierta producción. Él no podía con sus celos. La sensación que daba era que su deseo era recluirla en su casa y tenerla solo para él. Le cuestionaba su forma de vestir, su forma de comunicarse con los demás, le controlaba su mail, su celular, en fin, quería que dejara de ser ella o que solo lo fuera para él.
De más está decir que ella se sentía absolutamente asfixiada y que, por más que le quisiera, ya lo toleraba el precio que la relación le imponía. Lamentablemente él no logró trascender sus miedos, inseguridades y necesidad de control y nunca, al menos mientras tuve contacto con ellos, pudo comprender que le mejor que le podía pasar era que una mujer como ella le eligiera y estuviese dispuesta a luchar por ser feliz a su lado. Y la terminó perdiendo.
¡Cuanto nos cuesta a los hombres comprender que nuestras parejas no son de nuestra propiedad y respetarlas y valorarlas como corresponde para que, en su libertad más absoluta, nos elijan!. No existe mayor afrodisiaco que sentirnos deseados y elegidos por nuestras parejas día a día.
Podría contar infinidad de historias de este tipo con las que lamentablemente me encuentro casi a diario. Tal vez por eso elegí ser terapeuta de parejas y de familias, para intentar aportar mi pequeño granito de arena para cambiar esta realidad.
Me podrán decir, y obviamente se que es así, que todos respondemos en función de lo que hemos aprendido. Si fui un niño abandonado por mi padre, es muy probable que repita la historia con mis hijos, etcétera, etcétera, pero no puedo evitar sentir que muchas veces, por no decir en la mayoría de los casos, eso, más allá de que sea correcto, se vuelve una excelente excusa para uno de los deportes favoritos del ser humano, poner la responsabilidad fuera de nosotros y no hacernos cargo de lo que nos corresponde. Nuestra historia nos condiciona si, pero no puede ser la excusa eterna para no cambiar y no asumir la responsabilidad de nuestras vidas y de lo que generamos con ella.
No acepto, no puedo hacerlo que alguien no se haga responsable de la gestación de un hijo. Cada vez existen métodos anticonceptivos más precisos y están disponibles para todo el mundo. Querido congénere, para gestar un niño es necesario que algo llamado espermatozoide, que sale de tu cuerpo se junte, dentro del cuerpo de tu pareja, con algo que sale de sus ovarios que se llama ovulo. Existe una sola forma de hacerlo naturalmente y ha sido así por milenios, por eso, si tu no quieres que eso ocurra, debes usar un implemento llamado preservativo que los hombres han usado desde hace miles de años (hay evidencia de que los egipcios ya los usaban). Si por accidente, que obviamente puede ocurrir, al sacártelo contestaras que está roto, puedes ir a la farmacia más cercana, que por suerte en nuestro país abundan, y comprar un anticonceptivo de emergencia. Eso es lo menos que puedes hacer si realmente eres responsable. Si no quieres asumir la responsabilidad de un hijo, y estás en todo tu derecho de no quererlo, se al menos responsable de evitar concebirlo.
Se que no soy objetivo, no puedo serlo dado que estoy profundamente implicado. Escribo desde la vergüenza de género que me genera observar día a día lo que los hombres hacemos en nombre de un “machismo” que ha sido muy mal entendido a lo largo de la historia. Y escribo desde mi sueño con un mundo donde hombre y mujer seamos realmente iguales. O mejor dicho, donde nuestras diferencias naturales, tan necesarias y disfrutables por cierto, no nos separen si no que nos encuentren en una relación horizontal, de pares y donde ninguno sea más que el otro.
Y sueño también con un mundo donde los niños varones puedan estar en contacto con sus emociones, que puedan expresar su dolor sin miedo a que nadie reprima su llanto, sus miedos sin que nadie les trate de maricones, que puedan mostrar su sensibilidad sin que eso los exponga a burlas o al bulling. Un mundo donde no importen los colores con los que elijamos vestirnos o si preferimos mirar la novela antes que un partido de futbol. Un mundo donde los hombres seamos hombres en todo el sentido de la palabra, completos y podamos sentirnos orgullosos de ello.
viernes, 29 de mayo de 2015
ACERCA DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
La
violencia doméstica, la violencia de género o mejor, la violencia en general,
tiene su origen en el propio Génesis. El primer episodio de violencia doméstica
registrado es precisamente el fratricidio de Abel por parte de su hermano Caín motivado
por los celos enfermizos del segundo por lo que consideraba era un trato
privilegiado de sus padres hacia su hermano.
Usualmente
se tiende a identificar a la violencia doméstica con la violencia de género y si
bien muchas veces se dan juntas, la segunda refiere a la violencia hacia el
otro género, principalmente al femenino, en cambio la violencia doméstica tiene
más que ver con lo vincular, independientemente del género de la víctima o del
victimario. Es más, la violencia de género incluye otras formas de violencia
que no se dan dentro del núcleo familiar como por ejemplo, el acoso laboral o
la cosificación de las mujeres en tanto objetos sexuales.
Quienes
me conocen saben de mi profunda vinculación con lo femenino, cuatro hermanas,
cuatro hijas, siete sobrinas, madre, abuelas, tías, suegra, cuñada, muchas y
excelentes amigas con las que he logrado vínculos muy profundos desde siempre,
compañeras de trabajo y de estudio, en un mundo, como es la Psicología, ampliamente
dominado por las mujeres, y sobre todo, una esposa a quien amo profundamente
desde el primer día y con quien compartimos nuestras vidas hace ya más de
veintisiete años. En fin, siempre me he sentido muy consustanciado con este
mundo y siento que eso me ha ayudado de manera decisiva a desarrollar mi ánima y tal vez por eso me duele tanto,
a la vez que me produce una profunda vergüenza la violencia de género, en todas
sus formas, desde las más sutiles a las más flagrantes.
Pero
volvamos al Génesis. Según este relato del mito de la Creación, luego de crear
Dios todas las cosas, decidió crear al hombre (varón, no genérico) a su “imagen
y semejanza” y regalarle todo, y luego, al ver que “no es bueno que el hombre
esté solo”, lo sumió en un profundo sueño y de una de sus costillas (no de
Dios, del hombre) creó a la mujer.
Me
cuesta mucho aceptar esta versión, que creo encierra las semillas de la
discriminación y la dominación. Me gustaría mucho más una donde dijera que
“Dios, al observar toda su Creación, decidió crear a alguien que cuidara,
protegiera, se hiciera responsable de todo eso y por eso, tomó barro de la
tierra (para reafirmar que de allí venimos y somos uno con ella) moldeó dos
figuras y les dio su aliento divino. Hombre y Mujer los creó para que JUNTOS,
se hiciesen cargo de todo lo creado”.
Pero
no termina aquí la cosa, El mismo texto hace a la mujer responsable de la
“caída del Paraíso”. Este relato, que deja al hombre muy mal parado, como un
ser totalmente influenciable, sin criterio propio, tal vez para reafirmar aún
más la responsabilidad de la mujer en el “pecado original”, consagra de alguna
forma, la idea de que “no se las puede dejar solas y por eso el hombre debe
estar por encima”, que nos ha venido acompañando desde los albores de los tiempos
hasta nuestros días.
Esta
visión de la realidad, escrita seguramente por hombres, como la casi absoluta
mayoría de la Historia de la Humanidad, no hace más que consagrar la idea de
que éste no es uno más en la Creación, sino que está por encima de ella, al
igual que de las mujeres, y por ende puede hacer uso y abuso, como ha ocurrido
a lo largo de los milenios desde que el homo sapies se irguió y tomo distancia
del resto de las especies del reino animal.
El
Tantra, filosofía oriental milenaria, propugna el crecimiento espiritual y su
desarrollo a través de la unión de los opuestos. El principio masculino unido
al principio femenino en un abrazo fecundo que implica la totalidad. Dice
también, que el principio masculino, Shiva, alejado del femenino, Shakti, cae
fácilmente en el caos y la destrucción.
El
Dr. Carl G. Jung planteaba que el culmen del proceso de individuación se
alcanza cuando se logra la integración de los opuestos, el ánima, lo femenino en el hombre y el animus, lo masculino en la mujer, y de esa forma se produce el
desarrollo pleno de la psiquis humana.
Es
que el uno sin el otro estamos rengos, disociados y caemos fácilmente en la
desolación que nos lleva fácilmente a la necesidad de control.
El
hombre, referido aquí al género masculino, ha logrado a lo largo de la historia
prácticamente todo lo que se ha propuesto. Ha dominado todo lo que se le ha
antojado, ha puesto incluso su pie en la luna y piensa en Marte como su próximo
objetivo. Ha logrado un desarrollo tecnológico que cuesta creer y que no hace
muchos años parecía ciencia ficción pura. Cuesta asimilar la idea de que puedo
escribir esto en mi teléfono celular y que al instante pase a la “nube” y por
lo tanto se pueda acceder a ello en cualquier recóndito lugar del planeta.
Sin
embargo, hay dos cosas que el hombre no ha logrado y que se han convertido en
sus más grandes “heridas narcisistas”: vencer a la muerte y que en su interior
se geste el “maravilloso milagro de la vida”.
En
mi libro “Encuentro con el Brujo” esbocé mi teoría que di en “envidia del
útero” en referencia a la teoría freudiana de la “envidia del pene” y comencé a
desarrollarla, algo que excede mi intención en este momento, por lo que, a
quien le interese, le invito a leer el capítulo referido a ello: “La Mujer Nahual”,
disponible también en este blog.
Sin
embargo, me gustaría adentrarme un poco en el tema.
La
“herida narcisista” que implica no poder “ser madre”, siento ha generado en los
hombres un alejamiento notable y un fuerte rechazo de su ánima, de todo “lo femenino” que pueda encontrar en él. El padre
dice al niño, por pequeño que este sea, “no llores, no seas maricón, los
hombres no lloran” y de esa forma le enseña a reprimir sus afectos, porque ser
sensible es “cosa de mujeres”. Si a un varón le gusta más leer poesía que jugar
al fútbol, automática mente surge el “este debe ser medio rarito”, con la
consiguiente segregación. En fin, podría poner infinidad de ejemplos que
ilustren el fuerte rechazo y la negación que la mayoría de los hombres sienten
sobre “lo femenino” que hay en ellos.
Y
por otro lado, de la misma forma que intenta controlar y mantener bajo siete
llaves a su ánima, siente la
imperiosa necesidad de controlar y dominar a la mujer.
Los
seres humanos siempre hemos tenido la tendencia a demonizar y aniquilar todo
aquello que no comprendemos o que escapa a nuestro control en una suerte de “formación
reactiva” que busca ponernos a salvaguarda de aquello que por ser tan
perturbador, sentimos que pone en riesgo nuestra identidad.
El
problema es que los hombres no pueden ni nunca pudieron prescindir de las
mujeres, por lo tanto, la única solución que encontraron a lo largo de la
historia fue someterlas de las más variadas formas y para eso ha utilizado los
más variados mecanismos de dominación.
Todos
tendemos a asociar la violencia de género a la forma tal vez más grave: la
violencia física, que va desde los golpes a la mutilación y que llega a límites
extremos como lamentablemente vemos casi a diario tal vez respondiendo a la
sentencia retratada en el cine y en la música de “la maté porque era mía” que,
más allá del cliché, hace referencia a la idea ancestral, tal vez desde que
Adán se entera que Eva proviene de una de sus costillas, de que la mujer es de
propiedad del hombre. Basta ver que muchos hombres se refieren a sus parejas
como “mi mujer” o que hasta no hace mucho, las mujeres firmaban como “de” y el
apellido de sus esposos, o como ocurre en otro países, que directamente la
mujer renuncia a su apellido para adquirir el de su cónyuge, como si el
contrato de matrimonio convalidara un derecho de propiedad.
Pero
además de ésta, existen formas mucho más sutiles de dominación que el hombre ha
ido refinando a través de los siglos. La violencia psicológica que busca
doblegar la integridad psíquica del otro, utilizando para ello la
desvalorización, la degradación o la humillación, contando para eso, lamentablemente
en muchos casos, con la complicidad de las propias mujeres que, por haber sido
criadas en esos parámetros, colaboran para sostener el modelo convenciendo
muchas veces a sus hijas, por ejemplo, de la necesidad de “tener un hombre al
lado”. Como decían en mi pueblo, “tenés que conseguirte un novio o te vas a
quedar a vestir santos”. Tan profundo llega la huella del sometimiento y la
dominación que todos conocemos casos en que la víctima termina identificándose
con el agresor y justificando las aberraciones más atroces.
Pero
sin legar a esos extremos, sincerémonos, ¿cuántos hombres confían realmente en una mujer? Los
estadounidenses, auto proclamados paladines de la democracia, prefirieron antes
votar a un presidente negro, con todo lo
que esto implica, antes que a una mujer. Si un hombre debe consultar a un
especialista por una enfermedad complicada y tiene como opciones a un hombre y
a una mujer, ¿cuántos eligen a la mujer? Sin un hijo se enferma, ¿quién falta a
trabajar y quién se queda en casa a cuidarlo? Si en una casa hay un coche
europeo y un auto chino, quien maneja uno y quien el otro? Aunque no lo
parezca, porque están demasiado naturalizadas en nuestra sociedad, esas también
son formas de violencia de género.
Ahora
bien, ¿qué hacemos con todo esto? Como hombre comprometido en la búsqueda de
caminos que colaboren a cambiar esta realidad, lo primero que me surge es pedir
perdón en nombre de mi género de milenios de violencia, discriminación,
persecución e injusticia en el entendido que la reconciliación solo es posible
si antes hay un reconocimiento del daño. En segundo lugar, mi reconocimiento
público de mi convencimiento de que el verdadero “sexo fuerte” es el femenino.
Los hombres podremos hacer proezas físicas increíbles, pero ningún hombre es
capaz de soportar lo que logra una mujer, desde un parto, pasando por todo lo
que implica, por ejemplo un embarazo complicado, al dolor inenarrable de la
pérdida de un hijo. He conocido muchas mujeres que toleran estoicamente
vejámenes de los más bajos para ver a sus parejas o a sus hijos semana tras
semana privados de libertad y he visto también mujeres pasar hambre literal y
simbólicamente hablando, con tal de darle a sus hijos lo que necesiten y más.
¿Cuántos hombres son realmente capaces de esto?
Por
todo esto y por la profunda admiración que siento por el género femenino es que
desde hace muchos años estoy comprometido con la idea de un cambio de
consciencia que nos permita evolucionar de nuestro yo individual y narcisista a
una consciencia del nosotros, de que no somos los “amos de la creación” sino
uno con ella y por lo tanto podamos ver
al otro sexo como nuestro par y así poder reconocerlo, honrarlo, valorarlo y
respetarlo como se merece. Convencidos además de que solo a través de la
integración amorosa de los opuestos podremos lograr los cambios necesarios que
nos alejen de la autodestrucción como Humanidad.
domingo, 8 de marzo de 2015
Mi homenaje a todas las mujeres, en especial a las 5 que le dan sentido a mi vida
LA MUJER NAHUAL
(De "Encuentro con el Brujo")
“– Por ti solo no tienes
suficiente energía para llevar a cabo la última tarea de la tercera compuerta
del ensueño –prosiguió–, pero si te aúnas a Carol Tiggs, ustedes dos pueden
ciertamente hacer lo que tengo en mente.
... Don Juan se rió entre dientes y dijo: – Tú y Carol Tiggs nunca han
ensoñado juntos. Vas a descubrir lo que es un deleite. Las brujas no necesitan
de ningún sostén. Ellas simplemente van a ese mundo cuando quieren; para ellas
hay siempre un explorador listo... – ¿Por qué crees que traje a Carol Tiggs
conmigo cuando tuve que sacarte del mundo de los seres inorgánicos? –preguntó–.
¿Crees que lo hice porque es hermosa?.
–¿Por qué lo hizo, don Juan?.
– Porque yo no lo podía hacer solo; y para ella eso no fue nada. Tiene
una afiliación natural por ese mundo.
–¿Es ella un caso excepcional, don Juan?.
–Las mujeres en general tienen una inclinación natural por ese reino,
por supuesto que las brujas son las campeonas, pero Carol Tiggs es la mejor de
las que yo he conocido. Como mujer nahual su energía es espléndida.”
Carlos Castaneda, “El Arte de ensoñar”
Me han estremecido un montón de mujeres,
canta Silvio Rodríguez, y siento que pocas veces la letra de una canción tiene
tanto que ver con mi vida.
Soy el mayor de cinco hermanos y el único
varón, tengo cuatro hijas, por lo que convivo con cinco mujeres, pero además,
lugar a donde voy, por motivos de trabajo, de estudio o por lo que sea, siempre
me encuentro rodeado de mujeres. Como digo siempre, un poco en broma y otro
poco en serio, siento que lo mío ya es una cuestión de karma.
Pero bueno, sé que en un mundo donde las
mujeres son abrumadora mayoría, esto que me ocurre a mí no debe ser tan
extraño. El tema es que siento que esta circunstancia de mi vida me ha marcado
decididamente.
Como ya he contado, nací y crecí en el seno
de una familia profundamente religiosa, hice la escuela primaria en un colegio
de religiosas y siempre estuve bastante vinculado a la Iglesia, todo esto
sumado a los acontecimientos que viví en el verano de 1985, a los que me
referiré más extensamente más adelante, y a la irrupción en mi vida de quien ha
sido uno de mis más grandes maestros, un sacerdote jesuita que me enseñó a ver
y vivir la Fé de una forma completamente distinta a todo lo que había conocido
hasta el momento y que encajaba a la perfección con la forma en que yo intuía
que quería vivirla, me llevó a que sintiera fuertes cuestionamientos de tipo
vocacionales. Esto condujo a que, a sugerencia de este sacerdote que por ese
tiempo se había convertido en mi guía espiritual, decidiera realizar un retiro
espiritual con el objetivo de lograr un discernimiento que me permitiera clarificar
esos cuestionamientos. Fue una instancia muy productiva, no solo porque
clarifiqué que lo mío no pasaba por una vida consagrada, sino porque durante
esos días del retiro entré en contacto con todo lo que las mujeres habían
significado en mi vida y la profunda influencia que en mí ellas habían
ejercido. Lejos estaba de imaginarme en esos momentos lo que luego vendría con
respecto a este tema, pero esa fue la primera vez que tuve un encuentro
profundo con esa realidad. Allí por primera vez pude tomar contacto con cómo
las mujeres han sacado y sacan lo mejor y lo peor de mi. Allí me di cuenta por
primera vez que muchas de ellas han sido verdaderas maestras y otras han sido adversarias implacables y
todas ellas, de alguna forma me han dejado enseñanzas invalorables. Recordé por
ejemplo que la primera vez que me sentí verdaderamente ruin fue a raíz de la
crueldad con la que me comporté con una compañera de liceo que se sentía muy
atraída por mí y a la cual alejé pegándole donde más le dolía. Recordé también
que nunca me había sentido tan cerca de la locura como durante mi relación con
una novia con la que tuve una relación que rayaba con lo patológico y que, por
otro lado, fue ella quien me impulsó a realizar mi primer proceso terapéutico y
de esa forma me re-introdujo al mundo de la Psicología. No es lo único que le
debo, pero sí creo que es lo más importante.
También recordé durante esa recapitulación
que hice sobre mi historia con las mujeres, la profunda influencia que en mí
ejerció mi docente de Filosofía del
liceo. En gran medida es a ella a quien le debo el que esté escribiendo y
también mi trabajo como terapeuta. Tengo grabado a fuego el recuerdo del día en
que, durante un escrito para el cual no había estudiado mucho, y tal vez porque
me daba una vergüenza enorme entregar la hoja semi en blanco, sobre todo a
ella, decidí escribir sobre lo que sentía respecto al tema y las vivencias que
me generaba. Enorme fue mi asombro cuando recibí la corrección del mismo.
Siento que fue la primera persona que me habilitaba para hacer algo que luego,
varios años mas tarde, aprendería como fundamental en el proceso de crecimiento
de una persona y por lo que lucho a diario, entrar en contacto con los
sentimientos y expresarlos. Fue ella además quien me introdujo en la Psicología
y quien, a partir de la pasión con que daba sus clases, sembró en mí la semilla
que otra mujer se encargara de enterrar pero que, varios años después, una
nueva mujer, la más importante, se encargara de regar y hacer germinar, mi
vocación por este fascinante mundo.
Y hay más, tomé contacto también con la
profunda influencia que ha tenido en mí el haber crecido en un hogar que
compartí con cuatro hermanas y cómo eso me ha ayudado a poder generar fuertes
vínculos de amistad con distintas mujeres a lo largo de mi vida, a
comprenderlas, respetarlas, a poder empatizar con ellas.
Pero también recordé otras mujeres que me
marcaron a fuego y dejaron en mí enseñanzas que me acompañarán mientras
viva. Como ya he dicho, nací y me crié
en una pequeña ciudad del interior del país. En una sociedad que, por lo menos
en ese momento, se regía por las normas de un machismo recalcitrante. Dentro de
esa concepción, las prostitutas eran consideradas como seres “infrahumanos” a
las que no se las veía más que como meros objetos cuya única función era
satisfacer las “necesidades” de los hombres del pueblo y por lo tanto se las
confinaba en prostíbulos ubicados en las afueras de la ciudad. Durante un
período de mi adolescencia, era moneda corriente que los sábados termináramos
nuestras salidas nocturnas en esos prostíbulos. Es bueno comentar que en el
interior ese tipo de lugares están compuestos por un bar donde los transeúntes
consumen alcohol previo a utilizar los servicios de alguna de las “chicas” o, simplemente,
como era el caso mío y de los que iban conmigo, tomábamos algo y “departíamos
amablemente” con los allí presentes. Fue así como muchos domingos amanecí
inmerso en grandes charlas con “mujeres de la vida”, lo cual incluso ocasionó
que más de una vez me llevara “rezongos” de los dueños de los
“establecimientos” por distraer a “sus chicas” y no dejar que atendieran a los
“clientes” como correspondía. ¡Cuanto aprendí de esas mujeres y cuanto les
debo! En gran medida ellas fueron mi primer contacto con personas desposeídas.
Allí conocí de cerca el dolor, la humillación, la desesperanza, la marginación,
de personas sumamente sensibles, mucho más humanas que muchas de las que
conocía en mi vida “del centro”, que, en muchos casos contra toda esperanza, mantenían
intactos sus sueños, tal vez la única forma de sobrevivir ante la crueldad de
ese mundo en que vivían. Aprendí a respetarlas, a valorarlas. Aprendí con ellas
a ver más allá de lo obvio, a poder ver a la persona que había más allá del
maquillaje y del personaje que encarnaban en ese momento. Pude ver sus valores,
sus códigos de ética, pude ver a madres amantísimas, a mujeres que cuando se
entregaban lo dejaban todo, sin reservarse nada aunque les costara, como a
muchas de las que conocí, llevar heridas que las irían desangrando por el resto
de sus vidas.
Y también aprendí que si ellas estaban allí
no era porque sí. Aprendí acerca de la hipocresía de una sociedad que las usa,
que las necesita para saciar sus “más bajos instintos” y a su vez las margina,
las coloca en los suburbios y se escandaliza cuando se pasean por el “centro”,
como hace con todo aquello que le recuerda sus miserias.
En su canción “Gení y el zeppelín”, Chico
Buarque, cuenta la historia de una joven marginada a quien la ciudad toda
gritaba “tire piedras a Gení / tire
piedras a Gení / ella está para aguantar / ella está para escupir / se entrega
no importa a quién / maldita Gení” hasta que un día aparece un “enorme
zeppelín” lleno de armas y cuyo capitán se propone destruir la ciudad a
menos que la joven cuya belleza le había cautivado se entregara a él por una
noche. Fue así como “la ciudad toda en romería, el alcalde de rodillas, el
obispo a hurtadillas”, suplicaron a Gení que les salvara. “Anda con ése
Gení / anda con ése Gení / la que nos puede salvar / la que nos va a redimir /
se entrega no importa a quién / bendita Gení” pasó a ser el canto que
conmovió a la joven a tal punto que, logrando vencer su asco, se entregó al
capitán. Este cumplió su promesa y se alejó de la ciudad llevándose con él el
peligro por lo que la ciudad toda volvió a cantar “tire piedras a Gení...”[1] Creo que pocas letras
retratan con tanta claridad lo que vengo hablando. Por eso sé que es a ellas a
quienes debo el haber encendido en mí la sensibilidad frente a todos aquellos
que por ser “diferentes”, sea por sus capacidades, por su color, por su
sexualidad, por su credo o por su estilo de vida, son marginados, y mi
compromiso por luchar junto a ellos para cambiar esa realidad.
Muchas veces me pregunto qué habrá sido de
ellas y muchas veces tengo miedo a descubrirlo. Pero sea donde sea que estén y
aunque sé que es poco probable que algún día lean esto, quiero hacer público mi
homenaje de agradecimiento a todas ellas por todo lo que me dieron y enseñaron.
Pero la profunda influencia de las mujeres
en mi vida no quedó por allí. Desde ese retiro en que tomé contacto con esta
realidad hasta ahora, muchas han sido las mujeres que han tenido lugares
sumamente protagónicos. Compañeras de trabajo, de estudios, amigas, maestras,
pacientes, mis hijas. Tantas que he decidido no nombrarlas aquí porque sé que
seguramente cometería la injusticia de dejar alguna afuera. De todas formas, sí
quiero referirme a una en especial. El mismo sacerdote que me guió en ese
retiro espiritual fue quien me presentó a la mujer que más influencia ha
ejercido en mi vida. Recuerdo claramente el día que me dio su número de
teléfono porque era ella quien, a su juicio, era la persona indicada para
introducirme en la Parroquia y en los grupos de jóvenes que allí funcionaban.
Dudo que Jorge imaginara el enorme regalo que me estaba haciendo. Recuerdo
también con suma claridad que fue en su despacho donde la vi por primera vez. A
lo largo de todo este libro ustedes han leído acerca de sucesos donde Ana ha
sido principal protagonista, pero me gustaría referirme aquí a dos momentos en
los cuales me acompañó a la oscuridad más profunda y fue gracias a ella y a su
guía, que logré encontrar el camino de salida.
El 23 de julio de 1989 fue sin lugar a
dudas uno de los días más felices de mi vida. Era un frío y lluvioso domingo y
durante todo el día toda la familia estuvo pendiente de los dolores de parto
que con mucha intensidad aquejaban a Ana, pero fue ya entrada la noche cuando
participé en primera fila de uno de los espectáculos más maravillosos que
persona alguna puede presenciar. Tengo grabado a fuego en mis retinas el
momento en que vi aparecer la cabecita de Silvina, la primera de mis hijas y la
única que tuve la dicha de recibir en el momento mismo de su nacimiento.
Cualquiera que haya participado de tan impresionante experiencia podrá entender
cómo me sentí en ese momento, la inagotable sucesión de sentimientos que
fluyeron desde los lugares más recónditos de mi ser.
Ese fue sin duda uno de los momentos más
felices de mi vida aunque una sombra pasó por mi corazón cuando vi que el
neonatólogo se llevó a Silvina unos instantes, luego de lo cual me dijo que esa
noche pasaría en observación en la nursery porque algo no había andado del todo
bien en el parto. Poco tiempo después sabría que durante el trabajo de parto
hubo un momento en que le faltó oxígeno y eso le causó sufrimiento fetal.
Ana y yo estuvimos toda la noche en vela
esperando que pasaran las horas de observación para tener a nuestra hija con
nosotros. Juntos esperamos, juntos comenzamos a preocuparnos cuando pasaban las
horas y no venía, y juntos estábamos cuando la pediatra vino a decirnos que las
cosas no estaban bien y habían decidido trasladar a Silvina al CTI. Fue un
mazazo tremendo, como nunca antes había sentido y si no me derrumbé fue
exclusivamente porque Ana estaba a mi lado. A partir de allí todo fue un
infierno del cual recién comencé a salir una vez que, varios días después,
Silvina llegó a casa. Las circunstancias del calvario que vivimos esos días y
que de alguna forma se extiende hasta
hoy, no vienen al caso en este momento, pero lo que si quiero compartir es que
difícilmente hubiese podido salir adelante si no hubiese tenido a Ana a mi
lado, luchando codo con codo, sosteniéndonos el uno al otro, no dejándonos caer
ni resignándonos aun en los peores momentos.
El otro episodio ocurrió un año y medio
después y ya me he referido a él. Nunca podré olvidar el momento en que Gladys,
la vecina de la casa de mis suegros en Costa Azul, vino a buscarme porque me
llamaban por teléfono. Hacía solo un rato que habíamos llegado a ese balneario
con la idea de pasar allí mi cumpleaños y la Navidad y solo unas horas me
separaban del momento en que me había despedido de mi familia que volvía a
Dolores luego del sepelio de mi tío Carlos. Nuevamente sentí que el mundo se me
venía encima cuando la persona que estaba del otro lado del teléfono me dijo
que mi padre había fallecido en el accidente, y nuevamente sé y siento que si
no perdí la razón fue porque desde el primer momento Ana estuvo allí, a mi
lado, sosteniéndome.
Desde que la conocí supe que era la mujer
con la que quería construir mi familia, con quien quería envejecer y en cuyos
brazos me gustaría estar cuando me llegara la hora, pero fue después de esos
dos episodios que pude calibrar realmente la fuerza interior, la entereza y la
enorme capacidad de amar de la mujer que Dios, el universo, o como quieran
llamarle, puso a mi lado. Y sé, con ese saber que no proviene de la razón, que
mucho de lo que soy y he hecho desde que la conozco se lo debo a ella, incluso
que esté escribiendo estas páginas. Con ella y gracias a ella he vivido los
momentos más felices de mi vida, y con ella y gracias ha ella he logrado salir del
infierno.
En contrapartida a la famosa “envidia del
pene” que el Dr. Freud desarrolla en el contexto de su teoría de la castración,
creo que existe una verdadera “envidia del útero” que los hombres hemos sentido
desde el comienzo de los tiempos. Envidia muy reprimida y negada por cierto
pero que existe. Los hombres podemos hacer prácticamente todo y nos jactamos de
ello, pero hay algo que no podemos hacer, participar del más grande de los
milagros de la Creación. No hemos logrado, y posiblemente nunca lo lograremos,
el milagro de que en nuestro interior se geste la Vida, dado que carecemos de
un útero que se convierta en el templo que por nueve meses albergue a un nuevo
ser. Sallie Nichols, hablando acerca de la carta número 2 de los arcanos mayores
del Tarot, la Papisa, se refiere a la leyenda del Papa Juan, quien resultara
ser una mujer, hecho que quedara en evidencia cuando en medio de una procesión
solemne, diera a luz una criatura, y plantea que “aunque el verdadero Papa
Juan hubiera podido dominar vastos reinos espirituales y temporales, jamás
hubiera podido realizar este milagro que se repite a diario. El hombre puede
propagar y celebrar el Espíritu Divino, pero sólo a través de la mujer se
encarna el espíritu. Es ella la que acoge la chispa divina en su vientre, la
protege y alimenta y finalmente la hace realidad. Ella es el vehículo de
transformación.”[2]
Aunque nos fastidie admitirlo, esa es una
profunda “herida narcisista” que, entre otras cosas, creo yo justifica las
profundas injusticias a las que los hombres hemos sometido a las mujeres desde
el comienzo de los tiempos. Tanto es
esto así que desde el Génesis, escrito seguramente por hombres, ponemos a la
mujer en una posición de inferioridad. “Primero creó Dios al hombre y como
luego se dio cuenta de que no era bueno que estuviese solo, entonces creo a la
mujer a partir de una costilla de éste” es decir, la mujer es una derivación
del hombre, pero además, mientras el hombre tenía la Misión Divina de gobernar
sobre todas las criaturas de la Creación, la misión de la mujer no es
co-gobernar, sino hacerle compañía. Y luego, como si esto fuera poco, según la
“historia oficial”, la mujer es la causante de la caída del Paraíso. Sin
embargo, es, en la tradición cristiana pero también en muchas otras, una mujer
la encargada de hacer realidad la posibilidad de la salvación. Sin la entrega
total y desinteresada de María y de su útero, que permite la encarnación del
Espíritu Divino, no hubiese sido posible la venida al mundo del Salvador. En
otras palabras, sin la presencia de la mujer y, por lo tanto, de lo femenino,
no hay trasformación posible. Por todo esto es que comparto plenamente con Nichols, que “en su nivel más
profundo, el movimiento de liberación femenina no es, ni debe ser, agrego
yo, una guerra entre los sexos, sino más
bien, una batalla que se libra por parte de los dos para liberar al principio
femenino del calabozo del inconsciente y para elevarlo al lugar que le
corresponde, que es el de co-gobernadora junto con el principio masculino.”[3]
Lejos está de mi intención establecer una
polémica ni psicológica ni teológica, solo pretendo facilitar la reflexión de
lo que ha sido la historia del vínculo entre los hombres y las mujeres y la
visión que hemos tenido sobre éstas, quiero tratar de desentrañar por qué,
siendo que las mujeres siempre han sido mayoría, han sido tan denostadas,
mancilladas, agredidas, ultrajadas. ¿Por qué existen tan pocas mujeres premio
Nobel, tan pocas mujeres en los gobiernos?, ¿por qué llama tanto la atención
ver a una mujer candidata a presidente? ¿Cuántos de nosotros, si tenemos la
opción, elegimos subir a un taxi conducido por una mujer? ¿Por qué es necesario
hacer una campaña mundial para detener la lapidación viva de una mujer? Parece que para considerar a una mujer “digna
de confianza” es necesario que sea realmente “fuera de serie” y se le exige
muchísimo más que a un hombre, la historia está llena de ejemplos de esto. Y
qué decir de sistemas como el tristemente celebre Talibán donde se trata mejor
a los animales, o la hipocresía de sociedades como la nuestra donde la mujer
es convertida en objeto que se usa para
vender mejor una cerveza, un balneario o su propio cuerpo.
Lamentablemente esta actitud profundamente
discriminatoria de “lo femenino” tiene como directa consecuencia, o tal vez
visto de otro modo, causa, la falta, en algunos casos absoluta, de contacto con
nuestro “lado femenino”, con lo que Jung llama el ánima. Según el Dr. Jung, en nuestro inconsciente existe una
segunda figura simbólica a la de nuestro propio sexo pero que integra nuestra
psiquis y llamó a esa figura ánima o animus según que encarne respectivamente
“lo femenino” en el caso de los hombres o “lo masculino” en el caso de las
mujeres. Y es fundamental para el desarrollo de nuestro “proceso de
individuación” el contacto profundo con esas figuras y la consecuente
integración de las mismas. Solo así
podemos por lo menos acercarnos a la completud y al desarrollo pleno de nuestra
psique.
Es a través de la interacción dinámica de
los polos femenino – masculino, que logramos alcanzar el éxtasis de la
reconciliación que ilumina nuestras vidas y nos permite percibir la totalidad
de la trascendencia. Y es “a través de la otredad de la relación sexual
donde mejor experimentamos el poder dinámico de los opuestos en nuestras
energías”[4]
al punto tal de que “el individuo puede alcanzar en esta experiencia, la
sensación de haber trascendido las fronteras de su identidad y de su ego tal
como se definen en un estado ordinario de conciencia” como ocurre en el
sexo oceánico, cuyo fin es “alcanzar la unión trascendente de los principios
masculino y femenino”.[5]
Esta unión entre lo masculino y lo femenino
no está ausente en el mundo de don Juan, según él, el nahual puede ser tanto
hombre como mujer. Las mujeres lo fueron al comienzo de su linaje pero su
pragmatismo natural los condujo “hacia pozos de practicalidades de los que
casi no pudieron salir. Entonces, los hombres asumieron la conducción y los
condujeron hacia pozos de imbecilidades de los cuales apenas estamos saliendo
ahora”, por lo que, “desde hace unos doscientos años, ha habido un nexo
conjunto de esfuerzo, compartido entre un hombre y una mujer. El hombre trae
sobriedad; la nujer nahual trae innovación”.[6]
Según el Dr. Jung, es el “ánima”, en tanto personificación de
todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre, la que
nos permite entrar en contacto con aspectos de la psique que se consideran
atributos esenciales del principio femenino como la habilidad de conectarnos de
manera creativa con nuestros sentimientos, nuestra intuición, “las sospechas
proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal,
sensibilidad para la naturaleza y –por último pero no en último lugar– su relación
con el inconsciente”.[7] Es fundamental el papel
que el “ánima” cumple como guía del hombre hacia las profundidades de su
interior y es ella quien trasmite los mensajes vitales del sí mismo. Por eso es
de vital importancia para el hombre hacerse consciente de su “ánima” y que ese
contacto profundo le inspire y conduzca hacia su propia totalidad.
Ya he hablado de mi profunda admiración por
la obra de J. R. R. Tolkien y como ella ha influido en mi vida, especialmente
su obra cumbre, “El Señor de los Anillos”. Pocos son los personajes femeninos
que aparecen en esta obra pero ninguno de ellos pasa desapercibido, todos
tienen una importancia fundamental, tal vez porque todos ellos encarnan
aspectos de ese principio femenino del que tanto he hablado en estas páginas.
Pero quiero detenerme un instante en uno de ellos, Galadriel, la Dama elfa
soberana del bosque de Lothlórien. Tolkien retrata en ella de manera
excepcional al “ánima” y al papel que ella desempeña. Muchos son los hombres
valientes que temen adentrarse en las profundidades del bosque de Lothlórien
porque temen encontrarse con la “bruja” que allí reside, sin embargo, una vez
que la conocen, ese encuentro marca sus vidas de manera irreversible como es el
caso de Gimli, el enano, quien al principio la consideraba su enemiga, pero
que, luego de conocerla y al abandonar el bosque, siente que “aunque cayera
hoy mismo en las manos del Señor Oscuro, la peor herida la ha recibido en esa
separación”.[8]
Tal vez su mayor peligro está en que puede adentrarse en las profundidades del
corazón de los hombres y conocer por ello sus más oscuros secretos como en el
caso de Boromir, a quien atormenta al descubrir su deseo de apoderarse del
Anillo. Pero es también la portadora del Espejo de Galadriel, al cual puede ordenar
que muestre lo que deseen ver, pero que cuando se lo deja en libertad es que
muestra las cosas más provechosas. Cosas que han ocurrido y otras que ocurrirán
o no, según que quien mire las visiones se aparte o no del camino que lleva a
prevenirlas en el caso que sean malas, o a cumplirlas en caso de que se trate
de sueños profundamente atesorados. Y también es Galadriel quien regala a
Frodo, el Portador del Anillo, la luz que iluminará su camino y el de Sam, su
fiel compañero, en las terribles oscuridades del Mordor, alimentando con ello
la débil esperanza, y a Sam las semillas y la tierra que le permitirán
reconstruir la Comarca luego de la devastación.
Todo esto hace el “ánima”, atemoriza y
puede llegar a influir de forma destructiva a quien no es consciente de ella,
pero inspira y conduce a quien se anima a conocerla. Ella es quien nos muestra
las imágenes más profundas de nuestro inconsciente y nos guía en el camino
hacia nuestro sí mismo y por lo tanto a nuestra totalidad. Y ella es quien nos
permite entrar en contacto con nuestro potencial creativo.
Por todo esto es que me siento
profundamente agradecido a todas aquellas mujeres que de alguna forma u otra
han facilitado mi crecimiento, me han puesto en contacto con mi “ánima” y con
ello me han ayudado a ser alguien más completo. Y como mi homenaje a todas
ellas me permito tomar prestado este poema que una de las mujeres que más
quiero en este mundo, mi hija Magdalena, escribiera con solo 11 años y que creo
expresa de forma por demás clara lo que siento es el principio femenino.
Sus cabellos
dorados caen sobre sus hombros.
Sus ojos grises y
maravillosos lucen en su cara hermosa
y en su alma atrapada que desea libertad.
Pero el amor se la
impide y su corazón se la pide
llevándola al
escape y al peligro quizá.
Pero al fin su
deseo está hecho realidad.
Aunque no está
completo, le falta algo más.
Le falta salir a
la lucha y a la guerra quizá.
Eso es lo que ella
piensa, tal vez no sea realidad
Porque le falta el
amor de un hombre
que luego
conseguirá.
[1] Chico
BUARQUE, “Gení y el zeppelín” del disco
“Chico Buarque en español” año 1984.
[2]
Sallie NICHOLS, “Jung y el Tarot”, pág. 109.
[3] Idem, op. cit. pág. 115.
[4] NICHOLS, op. cit. pág. 116.
[6]
Carlos CASTANEDA, “El lado activo del Infinito” pág. 93.
[7] Carl
G. JUNG, “El hombre y sus símbolos” pág. 180.
[8] J. R.
R. TOLKIEN, “El Señor de los Anillos – La comunidad del anillo” pág. 508.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)