viernes, 25 de septiembre de 2015

Nuevo sitio web

Tengo el agrado de comunicar la apertura de mi nuevo sitio web donde a partir de ahora podrán encontrar mis nuevas publicaciones.
La dirección es:        
                             rafaelperandones.com

En los próximos días iré migrando los contenidos de este blog hacia allí aunque este sitio seguirá abierto.

Los espero.

domingo, 20 de septiembre de 2015

HACERNOS CARGO

La recientemente publicada foto del niño sirio muerto en la orilla de una playa europea ha desatado una ola de indignación generalizada, que obviamente comparto, y un sentimiento común en todo el mundo de que es necesario hacer algo para, por un lado atender la urgencia de la catástrofe humanitaria de cientos de miles de refugiados, y por otro, para detener la barbarie que la genera.
La imagen es por demás elocuente y es imposible permanecer impasible ante ella, pero no es muy distinta a muchas otras que han aparecido a lo largo de los años. En estos días han aparecido recicladas las imágenes como la de los niños vietnamitas corriendo desnudos huyendo del napalm con que bombardeaba el ejército norte americano o la horrenda del buitre esperando que el completamente desnutrido niño africano muera para hacerse de su cadáver. Todas estas imágenes, cuando fueron publicadas, generaron el mismo horror y la misma indignación, y sin embargo poco hemos podido hacer como civilización para modificar esa realidad.
Me pregunto y espero de todo corazón equivocarme en la respuesta que intuyo, ¿Cuánto tiempo va a durar esta oleada de solidaridad con los refugiados que campea a lo largo y ancho del planeta? ¿Será que esta vez realmente nos haremos cargo del problema y le encontraremos una solución? ¿O será que una vez que pase el impacto inicial volveremos al deporte favorito del ser humano: desligarnos de la responsabilidad y colocarla en cualquiera que no seamos nosotros mismos?
Somos parte del todo que implica la Humanidad, por lo tanto, como cualquier modificación en una de las partes afecta al todo, no podemos hacernos los distraídos. Y mucho menos ahora, globalización mediante, el drama de los refugiados nos golpea en la cara, y si no, pregúntenle a cualquiera que pase por la plaza Independencia en estos días.
Pero además, ¿quién no tiene en este país un ancestro que no fuera un refugiado?, ¿quién no tiene un familiar o un amigo cercano que no haya estado refugiado, sea por razones políticas o económicas? No es un tema que nos sea ajeno.
Por lo tanto, y vuelvo al todo y la parte, como parte de la Humanidad que integramos, TODOS somos co-responsables de lo que ocurra en ella, y debemos hacernos cargo de ello.
Ahora bien, nada va a cambiar si no comenzamos por un cambio profundo en nosotros mismos.

“Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando me hice más viejo y sabio, descubrí que el mundo no cambiaría: entonces restringí mis ambiciones, y resolví cambiar a mi país. Pero el país también me parecía inmutable. En el ocaso de la vida, en una última tentativa, quise cambiar a mi familia, pero ellos no se interesaron en absoluto, arguyendo que yo siempre repetía los mismos errores. En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si yo hubiera comenzado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y ¿quién sabe? cambiar el mundo.”[1]

El texto precedente describe maravillosamente lo que quiero plantear: no podemos pretender que los demás se hagan cargo de sus responsabilidades si primero no comenzamos por nosotros mismos.
La palabra responsabilidad no goza de mucho prestigio, tal vez porque la mayoría de las personas la tienen muy asociada a una de sus acepciones y que tiene que ver con las obligaciones. Sin embargo, quiero referirme a dos acepciones que me parecen mucho más interesantes y estimulantes: “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”, y la que más nos gusta a los gestaltistas, la “response-ability” o “habilidad para responder”.
Detengámonos un momento en la segunda acepción. La habilidad para responder implica necesariamente que antes de responder tengo que tener muy claro cuáles son mis habilidades. Es decir, implica un verdadero conocimiento de mí mismo y de mis recursos, tanto internos como externos. Y aquí lo enganchamos con la acepción anterior. Si realizo una elección libre y plenamente consciente de mis posibilidades, no voy a tener ningún problema para hacerme cargo de las consecuencias que esa elección genere.
Ahora bien, como esto está muy lejos de la omnipotencia, ser “hábil para responder” también implica conocer muy bien mis limitaciones y de esa forma no comprometerme con aquello con lo que sé de antemano que no puedo. Ser responsable no implica ir en contra de nuestras posibilidades. Ser responsable implica ser conscientes de nuestras limitaciones y por lo tanto reconocer cuando no podemos con algo. Eso es también ser responsable.
Un ejemplo: me apasiona el futbol, toda mi vida quise jugar pero lamentablemente ese nunca fue uno de mis aspectos destacados. De todas formas, cada tanto fantaseo con la posibilidad de intentar en alguna liga senior. Hace poco un paciente trajo a la sesión que está jugando en un equipo en una liga amateur. Él tiene mi misma edad por lo que automáticamente volvieron a mi los deseos de explorar la posibilidad de encontrar un lugar. Sé que más allá de mi falta de condiciones para el deporte, jugar en un equipo, por más amateur que sea implica un compromiso, hay que estar todos los domingos de mañana, hay que entrenar, hay que ser consistente. Por otra parte, tengo algunos problemitas de salud por los que debo cuidarme y no sé si el futbol es uno de los deportes que puedo realizar. En resumen, mi deseo es muy grande, es además una de las asignaturas pendientes en mi vida, si actúo por impulso, el próximo domingo estoy en alguna de las muchas canchas donde se practica pidiendo una oportunidad. Pero sé, aunque me duela reconocerlo que no estoy en condiciones de sostenerlo. Sé que tendría que tomarme el entrenamiento muy en serio y no tengo ni el tiempo ni las ganas para hacerlo. Sé que si me comprometo no puedo dejar colgado a mis compañeros, y sé que mi familia se va a tener que “bancar” mi mal humor si las cosas no salen como espero. Así que, con el dolor del alma, debo asumir mi “herida narcisista” y actuar responsablemente no metiéndome en un problema que no puedo ni tengo las ganas de sostener.
Conozco muchos hombres de mi edad o incluso mayores, que al separarse se vinculan con mujeres mucho más jóvenes, algunas incluso más jóvenes que sus hijos. Muchas veces encuentran, y nunca falta alguna, mujeres que tienen carencia de figura paterna y la proyectan en ellos, y a su vez, les alimenta el ego sentirse vigentes y jóvenes al ver que pueden seducir a alguien muchos años menor. Pero lamentablemente, en la mayoría de los casos se están comprando un problema. Los intereses y momentos evolutivos son muy disímiles, y si bien en la etapa de enamoramiento todo parece posible, a medida que van profundizando en la relación se van dando cuenta que las diferencias son cada vez más difíciles de subsanar y lo que parecía muy bueno, termina convirtiéndose en una gran frustración que fácilmente se podría evitar asumiendo la realidad y actuando responsablemente.

Me gusta decir que la Psicoterapia Gestáltica debería llamarse la “Terapia de la responsabilidad”. Desde el presupuesto metodológico de hablar siempre en primera persona, pasando por el uso que hacemos del “darse cuenta” como punta pie inicial para cualquier transformación, hasta el que sea una terapia centrada en el “aquí y ahora”, todo apunta a que nos hagamos cada vez más conscientes de nosotros mismos y de esa forma logremos la meta fundamental de nuestro abordaje: que cada uno se convierta en la mejor versión de sí mismo y de esa forma alcance el auto sostén.
Quiero aclarar este último aspecto. Auto sostén no implica auto suficiencia, sino todo lo contrario, cuando más auto sostenido estoy, más consciente soy de mis recursos o habilidades y de mis carencias, por lo tanto, sé hasta donde puedo y hasta donde no, por lo tanto, se pedir cuando necesito la ayuda de los demás.
Uno de los aspectos fundamentales en el trabajo dentro de la Psicoterapia Gestáltica consiste en lograr que la persona sea consciente del “como” y el “para que” de lo que hace. Cómo es que repito siempre las mismas conductas y  para qué me sirve hacerlo, cuál es el “beneficio secundario” que obtengo. Pero el  “darse cuenta” no sirve de nada si no va acompañado de una asunción de la responsabilidad que ello implica.
Joseph Zinker, uno de los más importantes exponentes de nuestra corriente desarrolló hace ya muchos años un concepto fundamental de este abordaje, el “ciclo de la energía” o “ciclo excitacion-contacto-retirada” que describe magníficamente la irrupción, desarrollo y resolución de una gestalt o figura dentro del continuo “figura-fondo”. Este ciclo se inicia con la sensación, el momento en que la figura irrumpe, sigue con el darse cuenta, momento en que tomo consciencia de la figura, luego llega el momento de la movilización de la energía en que realizo la estrategia que me va a permitir resolver la gestalt, acto seguido viene la entrada en acción, momento en que comienzo a realizar aquello que planifique, luego viene uno de los momentos más importantes, el contacto, cuando tomo contacto  con la figura y la resuelvo, y finalmente, el momento de la retirada en que, una vez resuelta la figura, retiro mi energía, la situación vuelve al fondo y puede emerger una nueva figura. Un ejemplo que me parece muy gráfico es el siguiente: estoy concentrado en algo que en ese momento es mi figura pero de repente comienzo a sentir una sensación que me empieza a perturbar y distraer, hasta que comienza a desplazar lo que estoy haciendo y se impone como figura. Allí me doy cuenta que siento hambre, así que realizo un inventario mental de los recursos con los que cuento a los efectos de saciar mi necesidad: recuerdo que tengo un trozo de queso y un poco de jamón en la heladera. Por lo tanto, me pongo en acción, voy a la cocina y me preparo un sándwich. Hago contacto con mi necesidad, como y de esa forma, al saciar mi hambre, este desaparece como figura, me retiro y puedo volver a concentrarme en lo que estaba haciendo o en alguna nueva figura que emerja.
Esa es precisamente la forma de hacerme cargo de mis necesidades y de mis deseos. De nada sirve tomar consciencia, si luego no hago algo al respecto.
Todos somos de alguna forma, producto de nuestra historia. Todos configuramos una forma de estar en el mundo a partir de lo que hemos aprendido desde el comienzo de nuestra vida en este planeta. Si una persona nace y crece en un ambiente de violencia, es sumamente probable que eso sea lo que reproduzca a lo largo de su vida. Ahora, si en un momento, la persona toma consciencia de los mecanismos que lo llevan a repetir esos modelos y realmente desea diferenciarse de ello, entonces, no le va a servir de nada “llorar sobre la leche derramada” y lamentarse por la vida que le tocó. Lo que realmente le va a permitir cambiar esa realidad es lo que él/ella haga de ahí en adelante, que asuma su realidad y trabaje para cambiarla.
No está bueno que, al tomar consciencia de mi hambre, espere que otro lo perciba y se haga cargo de saciarlo. Sin embargo eso es lo que hacemos muchas veces, esperamos que el otro se “dé cuenta” de lo que necesito y nos enojamos si no lo hace. “Tendrías que haberte dado cuenta que estaba mal y quería hablar contigo” ¿Cuántas veces habrán dicho o escuchado esta frase? Pero, ¿de quién es la necesidad? Si esperamos que los demás se hagan cargo de lo que necesitamos o deseamos, muy probablemente nos frustremos. Y muy probablemente, al proyectar la satisfacción de ello en el ambiente, seguramente lo que terminemos generando sea una relación de dependencia dado que nos terminaremos convenciendo de que la solución no está en nosotros sino en el afuera.
Obviamente, muchas veces necesitamos del otro para satisfacer una necesidad o un deseo, pero lo que corresponde en ese caso es que nos hagamos cargo de eso y lo pidamos, asumiendo de esa forma el riesgo de que el otro no esté disponible para nosotros, pero teniendo éste también que asumir su responsabilidad sobre la respuesta que nos dé.

Trabajando con parejas he observado muchas veces como les cuesta hacerse cargo a uno y al otro de lo que siente, y como terminan muchas veces en rebuscadas actuaciones de los conflictos que no solo no aportan ninguna solución, sino que terminan “embarrando” cada vez más la “cancha”.
He visto más de un caso de personas que frente al sentimiento de estancamiento de la relación terminan generando situaciones que “pateen el avispero”. Por ejemplo, hoy día, resulta bastante común dejar como al descuido el celular o la sesión de Facebook abierta con algún diálogo comprometedor, con las consabidas reacciones que se generan cuando el otro lo encuentra. Se me podrá decir que ese tipo de “actuaciones” son inconscientes, y podemos estar de acuerdo, pero cuando uno trata de indagar en cómo estaban las cosas antes que eso pasara, lo más frecuente es que encontremos que, al menos uno de los miembros de la relación, se sienta frustrado e insatisfecho con cómo están las cosas. Entonces, ¿no es más fácil plantear lo que sentimos y tratar de generar un diálogo que procure una solución? O si lo que quiero es terminar la relación, ¿no es mejor, expresarlo y evitar de esa forma que la separación se dé de una forma conflictiva y traumática que termine opacando todo lo bueno que seguramente la relación tuvo?
¿Cuántas veces observamos que se busca a un tercero que venga a definir aquello que no nos animamos a hacer y que además, se haga cargo de las culpas?
Me ha pasado trabajar con parejas que a todas luces son muy disfuncionales y en la que ambos miembros son conscientes de lo insostenible de la relación. Sin embargo, ninguno de los dos quiere hacerse cargo de la responsabilidad de ponerle fin y entonces, actúan el conflicto delante mío como esperando que sea yo quien les diga que no pueden seguir juntos. En más de una ocasión, cuando les muestro esto y les digo que yo no me voy a hacer cargo, dejan de venir. Sería todo mucho mejor, y a la larga mucho menos doloroso, si asumieran lo que les está ocurriendo, y ahí sí, contar con mi ayuda para lograr que la separación, si es lo que corresponde, se dé de la mejor manera posible.
Y ¿qué decir de los padres que depositan en nosotros la responsabilidad de poner los límites o frustrar a sus hijos niños o adolescentes? O lo que es peor, que transfieren responsabilidades a sus hijos que, obviamente estos no pueden asumir, subvirtiendo totalmente los roles y convirtiéndose en hijos de sus hijos.
Hace un tiempo trabajé con una familia en la que la hija de nueve años era la que se tenía que encargar de calmar al padre cuando venía alcoholizado y se ponía violento con la madre. Cuando le pregunté a la madre por qué no era ella quien ponía el límite y de esa forma cumplía con su rol y protegía a su hija, me dijo: “porque a mí no me hace caso y a ella sí”.
Cargamos a nuestros niños y adolescentes con responsabilidades que exceden largamente sus posibilidades, ¡y todavía queremos que rindan en escuela y no estén ansiosos!
Me tiene sumamente preocupado la cada vez más creciente “psiquiatrización” de nuestros niños y adolescentes que observo día a día sobretodo en la institución en la que trabajo y fundamental que nos hagamos cargo de ese problema si realmente queremos cambiar esa realidad. Pero de eso me ocuparé más profundamente en mi próximo trabajo.

Para terminar, quiero recordar que solo podremos cambiar “La Realidad” si primero cambiamos nuestra realidad personal y que, lejos de limitarla, ser responsables acrecienta nuestra libertad.
El ser libre implica una gran responsabilidad, y a su vez, cuanto más responsables, más libres somos.



[1] Epitafio de la tumba de un obispo anglicano en la Abadía de Westminster.